Un proyecto iniciado en la segunda mitad del siglo pasado buscó reflexionar sobre los aspectos sociales e institucionales de la práctica científica. Es probable que, muchas veces, la motivación fuera simplemente tener una comprensión de la práctica científica real (por tanto, no una simple reconstrucción racional de la misma); no obstante, muchas otras de lo que se trataba era de, al menos, moderar el optimismo de otros proyectos que daban por sentado que la ciencia era algo especial: en particular, que la ciencia es la manera paradigmática que tenemos de obtener conocimiento. Al ser esta la motivación, y al escudriñar los rincones ocultos y presuntamente oscuros del proceder de la ciencia, algunas científicas y científicos sociales, y humanistas por igual (procedentes de la sociología, la historia, la antropología y los estudios culturales), fueron tentados por el relativismo y cayeron en el polo opuesto: el pesimismo. Quizá para la mayoría, la conclusión de este proyecto (o, en otras ocasiones, su punto de partida) era que la ciencia no gozaba de un estatus especial frente a otros discursos, narrativas y metodologías. Así, la ciencia era (por principio o, en conclusión) una práctica más entre muchas otras, y ya no el paradigma de la manera humana de obtener conocimiento. Basta señalar, como ejemplo de este proyecto, el denominado “Programa fuerte de la sociología del conocimiento científico”, surgido en Escocia, que estudiaba a la ciencia como cualquier otra institución, sometida igualmente a influencias ideológicas, tanto políticas como sociales.
No obstante, no todo estudio de los aspectos sociales e institucionales de la ciencia debería caer en el relativismo o en actitudes anticientíficas. Sandra Harding y Helen Longino mostraron que, así como ciertas interacciones sociales y arreglos institucionales pueden socavar las aspiraciones de objetividad de la ciencia, otras interacciones y arreglos pueden ser benéficos para la calidad epistémica de los resultados científicos. En particular, se concentraron en la falta de diversidad al interior de la comunidad científica: en cómo la falta de diversidad podía malograr los resultados de la investigación, y por el contrario, en cómo una mayor diversidad podría resultar benéfica. Naomi Oreskes, adicionalmente, considera que son los tipos de interacción al interior de la comunidad científica los que nos brindan buenas razones para confiar en la ciencia: i.e., los que le confieren su autoridad.
Así, más que partir del hecho o concluir que la ciencia no goza de una autoridad especial, busca mejorar la práctica científica real. Pensemos en un caso muy particular: el financiamiento de la ciencia. Los arreglos institucionales pueden ser benéficos o perjudiciales para los resultados de la ciencia. Por ejemplo, Naomi Oreskes y Erik M. Conway han develado cómo la industria tabacalera y la de combustibles fósiles financiaron investigaciones (incluso a decenas de Think Tanks) que tenían por objetivo generar dudas en la población sobre el cambio climático antropogénico. Y, de manera más reciente, Oreskes ha estudiado cómo el financiamiento militar ha guiado la investigación en oceanografía, geofísica y geología marina. Pero ¿qué diferencia(s) epistémica(s) se presentan dependiendo de quién financie la investigación? Oreskes responde así a la pregunta: “Muchos científicos dirían que ninguna. Si los científicos buscan descubrir verdades fundamentales sobre el mundo, y si lo hacen de forma objetiva utilizando métodos bien establecidos, entonces, ¿qué importancia tiene quién pague la factura? La historia, por desgracia, sugiere que sí importa. Pocos mecenas han apoyado la ciencia solo por amor al conocimiento; la mayoría han tenido motivaciones ortogonales (o al menos oblicuas), ya sea el prestigio, el poder o la solución de problemas prácticos, y las pruebas disponibles sugieren que esas motivaciones marcan la diferencia. Desde el punto de vista positivo, los mecenas pueden animar a los científicos a ocuparse de cuestiones olvidadas, a considerar los asuntos desde nuevos ángulos y perspectivas, o a probar un nuevo enfoque. […] En su aspecto negativo, sin embargo, los intereses de los mecenas pueden hacer que los científicos se centren en respuestas inmediatas a problemas acuciantes a expensas de la comprensión fundamental. […] La presión de los plazos externos puede hacer que los científicos tomen atajos, cometan errores o pasen por alto elementos importantes de un problema. Las necesidades de los financiadores también pueden introducir prejuicios en el diseño de los estudios científicos […] Lo más preocupante es que las exigencias de los patrocinadores pueden distorsionar gravemente la ciencia”.
Dejar de pensar en cómo los aspectos sociales de la ciencia pueden potenciarla u obstaculizarla hace un flaco favor no solo a nuestra comprensión de la práctica científica, sino a la toma de responsabilidad que científicas y científicos deben tener con aspectos que van más allá de lo que suelen considerar que es su trabajo cotidiano.
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