Aunque la pandemia de covid-19 no ha terminado, a casi dos años del inicio de este suceso mundial es posible extraer lecciones para distintos sectores que se han visto obligados a adaptarse a partir de las medidas instauradas para disminuir la propagación del virus, especialmente el distanciamiento físico que ha influído, por ejemplo, en dinámicas laborales, de movilidad, esparcimiento, entre otras. En el caso de la planeación urbana, es decir, el conjunto de decisiones que definen la manera en que crecen, cambian o evolucionan las ciudades, es importante rescatar algunas lecciones o tendencias que, si bien surgieron durante la pandemia, podrían aprovecharse en el futuro para impulsar un desarrollo urbano más equitativo, sostenible e incluyente. Veamos.
Primero, el confinamiento ha hecho aún más evidente el acceso inequitativo que tienen las personas a los bienes y servicios requeridos para satisfacer sus necesidades diarias. Por ejemplo, en muchas ciudades quienes viven en la periferia suelen tener un menor acceso –en términos de distancia y tiempo de traslado– a tiendas, supermercados, farmacias, parques, plazas, entre otros destinos a los que las personas suelen acudir para realizar alguna actividad o satisfacer alguna necesidad básica. En contraste, quienes viven en lugares más céntricos o próximos a subcentros urbanos con una mayor concentración de actividades, han podido satisfacer algunas de sus necesidades –como hacer compras en un supermercado o ejercitarse en un parque público– durante la pandemia con mayor facilidad, pues pueden acudir a esos destinos de manera más rápida, y en algunos casos incluso a pie. En ese sentido, la pandemia ha mostrado que las ciudades deben redistribuir o descentralizar actividades económicas, comerciales, sociales y culturales a subcentros urbanos para facilitar el acceso a esas actividades a toda la población. Lo anterior puede fomentarse diversificando los usos del suelo en los planes municipales de desarrollo urbano e incentivando la inversión privada en distintas zonas de una ciudad.
Segundo, la pandemia ha expuesto la manera en que sistemas de transporte deficientes limitan la movilidad de las personas o las obligan a desplazarse en condiciones inseguras e ineficientes. Por ejemplo, el hacinamiento en las unidades de transporte público ha hecho que las personas que no pueden permanecer en casa deban trasladarse en condiciones de alta exposición al covid-19. En ese contexto, muchas ciudades han respondido a esas deficiencias con estrategias rápidas y de bajo costo para facilitar desplazamientos más seguros, cuando menos para viajes de distancias razonables. Por ejemplo, ciudades como Monterrey, Guadalajara, Bogotá y Santiago de Chile, han implementado ciclovías emergentes, es decir, carriles exclusivos para la bicicleta delimitados con objetos o materiales económicos, que han permitido a las personas realizar algunos traslados en ese modo de transporte de forma más segura. Esas estrategias han demostrado que las ciudades sí pueden impulsar la movilidad urbana sostenible con mayor decisión y sin presupuestos sumamente elevados, y que la aceptación de la población a ese tipo de acciones puede ser mayor de lo previsto.
Tercero, la pandemia también ha expuesto el desbalance existente en muchas ciudades en cuanto a la oferta de espacios públicos en los que las personas puedan realizar actividades al exterior, como parques, plazas, andadores o áreas deportivas; de manera que mientras algunas personas tienen acceso inmediato a esos espacios, otras simplemente no cuentan con ninguno a una distancia razonable. En ese sentido, el confinamiento ha incidido positivamente en la revalorización del espacio público al hacer que personas que anteriormente quizás no utilizaban esos espacios ahora demanden una mayor oferta próxima a su vivienda para poder pasar más tiempo al exterior. Por ello, muchas ciudades han aprovechado este tiempo para transformar espacios subutilizados –como algunos estacionamientos o lotes baldíos– en nuevos parques, plazas o áreas deportivas, que inicialmente serían temporales pero que ahora podrían hacerse permanentes. La creación de esos nuevos espacios públicos puede ayudar a incentivar la actividad física al exterior e impulsar la movilidad a pie o en bicicleta, lo que además puede contribuir a mejorar la salud física y mental de las personas. Además, esas estrategias han demostrado que, aún con bajos presupuestos, las ciudades pueden emprender acciones que realmente generen beneficios rápidos para la población, siempre y cuando tengan la voluntad y creatividad suficiente para hacerlo.
En conclusión, la pandemia ha aportado lecciones de las que las ciudades en México y el mundo pueden aprender para aumentar la calidad de vida de su población. Esperemos entonces que más allá de regresar a la normalidad, los gobiernos y ciudadanos de las ciudades se esfuercen en impulsar una nueva normalidad más sostenible, equitativa, próspera e incluyente en las ciudades.
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