En un modelo autónomo de gobernanza de la ciencia se considera que las y los científicos son los que se encuentran en una mejor posición para entender y normar cómo llevar a cabo sus investigaciones; por tanto, para determinar sus objetivos, para asignar diferenciadamente recursos priorizando cierto tipo de investigaciones, para determinar las direcciones apropiadas de la investigación, para distribuir el esfuerzo cognitivo entre las y los miembros de la comunidad científica, así como para establecer los criterios y estándares para evaluar sus resultados. Así, este modelo cuenta con una considerable fuerza intuitiva: quienes mejor conocen y pueden normar su labor son las propias científicas y científicos. De manera adicional, dos razones de peso pueden esgrimirse en su favor: (1) este modelo evitaría intrusiones potencialmente negativas del mercado y el Estado para presionar a las y los investigadores para que presenten los resultados de manera conveniente a sus intereses (por tanto, evitaría los conflictos de interés y sus negativas consecuencias epistémicas); y (2) este modelo evitaría el problema generalizado de la investigación básica, la cual muchas veces tiene que exagerar o tergiversar sus posibles utilidades para obtener financiamiento.
Una razón adicional la esgrimió Michael Polanyi, uno de los defensores más férreos de este modelo autónomo. Para él, este modelo, en el que una comunidad abierta de investigadores e investigadoras llevan a cabo sus investigaciones sin restricciones, es la mejor manera de obtener los resultados epistémicamente adecuados de la práctica científica. Por el contrario, cualquier interferencia en esa investigación sin restricciones disminuiría la capacidad de la ciencia para obtener más y mejores bienes epistémicos. Polanyi comparó este modelo con la mano invisible del libre mercado, propuesta por Adam Smith: “Lo que he dicho aquí sobre la máxima coordinación posible de los esfuerzos científicos individuales mediante un proceso de autocoordinación puede recordar la autocoordinación lograda por los productores y consumidores que operan en un mercado. De hecho, fue con esto en mente que hablé de la “mano invisible” que guía la coordinación de las iniciativas independientes para un máximo avance de la ciencia, al igual que Adam Smith invocó la “mano invisible” para describir el logro de la mayor satisfacción material conjunta cuando los productores y consumidores independientes se guían por los precios de los bienes en un mercado. Sugiero, de hecho, que las funciones de coordinación del mercado no son más que un caso especial de coordinación por ajuste mutuo. En el caso de la ciencia, el ajuste tiene lugar tomando nota de los resultados publicados por otros científicos; mientras que, en el caso del mercado, el ajuste mutuo está mediado por un sistema de precios que emite relaciones de intercambio corrientes, que hacen que la oferta satisfaga la demanda”.
A pesar de sus posibles ventajas epistémicas, sean fruto de la no intromisión del Estado y el mercado en la investigación, de los beneficios en la manera de financiar la investigación básica, o de las virtudes de la autocoordinación entre una comunidad abierta de investigadoras e investigadores, el modelo autónomo de gobernanza de la ciencia presenta un problema axiológico fundamental: no parece claro que los intereses y valores de la comunidad científica sean representativos de los intereses y valores de la ciudadanía en general. De este modo, cuando la comunidad científica establece los objetivos de la investigación, cometería una parcialidad intolerable desde un punto de vista democrático. Así, si la investigación se financia con dinero público, esta falta de representatividad parecería tener un peso mayor que las posibles ventajas epistémicas del modelo.
Es por ello por lo que, para hacer frente a este problema axiológico, se puede pensar en un modelo de autonomía mucho más austero. Este modelo debería partir de una distinción importante entre dirigir las líneas de investigación y dictar las conclusiones de esta. Así, aunque intromisiones en la autonomía de la comunidad científica pueden especificar lo que se debe investigar y qué tipo de investigaciones debemos priorizar, cualquier intromisión en la autonomía de las y los científicos en lo que deben concluir no debería permitirse. De cualquier modo, este modelo austero también tendría dos limitaciones: (a) la línea que divide las especificaciones entre lo que ha de investigarse y priorizarse y lo que debe concluirse puede ser confusa en la práctica; y (b) no es un modelo suficientemente robusto para dar respuesta a todas las cuestiones que involucra la gobernanza de la ciencia.
Nos toca a quienes pertenecemos a la comunidad científica mexicana pensar en los mejores modelos de gobernanza para el futuro Conacyt y den forma a la mejor política científica posible en nuestro contexto. No obstante, cierto grado importante de autonomía es necesario. Espero que las y los políticos que intentan modificar las instituciones científicas del país lo comprendan.