Una de las características inherentes al ser humano, es la capacidad de comunicarse con otros miembros de su especie, a diferencia de los animales quienes, si bien poseen la capacidad de comunicarse entre ellos a través de sonidos, comportamientos o incluso a través de los sentidos, es indudable que carecen de un sistema comunicacional organizado con símbolos y significados específicos, de ahí que unos de los principales rasgos de la especie humana, sea su capacidad de comunicarse entre sí, en tal magnitud que no existiría si quienes la integran no contaran con dicha característica.
Así, a lo largo de la evolución humana, las sociedades han generado diversos sistemas para comunicarse, intercambiar ideas, definir consensos, etc., y es que al final del día, el ser humano es por excelencia un ser sociable, no se entendería el concepto de persona si no es en comunidad, la propia imagen de persona se define con base en lo que proyectamos con nuestros semejantes, o dicho de otra manera: lo individual encuentra su definición en lo colectivo.
En un sistema democrático, la comunicación entre sus miembros es vital, si partimos de la base de que democracia representa el poder del pueblo, su concepto trae consigo la existencia permanente y sólida del dialogo entre sus miembros, esa comunicación multidireccional, en la que quienes integran el pueblo se comunican entre sí y con sus representantes, en la que los propios representantes son receptores de las necesidades de la colectividad y se ponen de acuerdo en las decisiones a tomar para poder satisfacerlas y con ello representar adecuadamente las exigencias del pueblo. Así es que el dialogo se sitúa como la parte medular de cualquier sistema democrático; no se puede considerar un estado democrático, sin que el dialogo no fuera el mecanismo a través del cual se sistematizan los distintos puntos de vista, ideologías y formas de pensar, para producir grandes acuerdos que abarquen a la colectividad; así, cuando un gobernante pierde comunicación con sus gobernados es que se pervierte el espíritu del sistema democrático, la disociación entre gobierno y gobernados impacta el sistema de tal manera que se vuelve inminente una crisis a veces tan profunda que genera gobiernos dictatoriales, alejados por supuesto al anhelado fin democrático en el que el poder soberano reside en el pueblo.
Pero para poder dialogar se requiere, además de sujetos interactuando, información al alcance de todos, y no solo en su ámbito cuantitativo sino cualitativo. Durante el siglo pasado el acceso a la información representaba un privilegio, solamente algunas personas tenían acceso a ella, y quienes la poseían representaban a la clase dominante, la que dictaba o no las directrices; el grueso de la población se limitaba a dialogar con la información (poca o mucha) con la que contaba que, básicamente, era la que generaban los medios de comunicación existentes en ese tiempo, es decir, prensa escrita principalmente o bien la radio y a la televisión, medios que a su vez, matizaban la información dependiendo de lo que los gobiernos dictaban y ordenaban, por lo que si tomamos dicho contexto, la calidad del diálogo popular, era por decir algo, deficiente, en muchas ocasiones. La información que se discutía era distinta a lo que la realidad nos presentaba, todo por el manejo discrecional de lo que se quería o no informar y, sobre todo, la manera en que se presentaba esa información a la población.
Actualmente, con la llegada del internet y las redes sociales, el acceso a la información se ha facilitado enormemente y la posibilidad de interactuar con otros es infinita, el problema ya no es el acceso a la información, cualquier persona frente a un ordenador, tiene acceso inmediato a toda clase de información que desee, puede tener contacto con distintos puntos de vista y con ello generarse un criterio individual. Con dichos elementos pudiera parecer que tenemos todo para generar un dialogo público constante, productivo, que nos acerque a la verdad y con ello, tomar las mejores decisiones. Pero irónicamente en el plano práctico la situación es otra: cada vez es más difícil dialogar, debatir, generar consensos públicos que nos ayuden a mejorar como sociedad. La diatriba, la difamación, las llamadas fake news son la constante, el problema ahora no es la cantidad de información sino la calidad de la misma, aunado a ello, se percibe una intolerancia rampante, la empatía prácticamente ha desaparecido, pareciera que aquel que expresa un punto de vista contrario o diferente en automático es descalificado, linchado y señalado e incluso “cancelado” digitalmente; en este nuevo mundo donde las redes sociales se han convertido en tierra fértil para destruir y no construir. Todo lo anterior representa un gravísimo y preocupante síntoma de la mala salud de nuestra sociedad, de ahí que hoy más que nunca el diálogo sea parte de la canasta básica de los valores democráticos en cualquier sistema que se jacte de serlo. Debemos enseñar a nuestras juventudes que en la diferencia radica la evolución, y que debe forzosamente existir una tesis y una antítesis en la arena para que, a través de un debate, se obtenga la síntesis y con ello el avance en el conocimiento. La imposición de verdades es nociva para todos, pues a nadie le conviene pensar igual que los demás. Insisto: en la diferencia radica la evolución.
Así pues, estimado lector, estimada lectora, en estos tiempos aciagos, con una pandemia cuya solución requiere del compromiso colectivo, con una crisis económica y de seguridad que implica la creación y aplicación de políticas públicas serias, con un contexto de polarización no visto desde hace mucho tiempo, estoy convencido que será a través del dialogo público donde como sociedad encontremos soluciones a nuestros problemas, todos tenemos un rol y papel que representar, la solución está en nuestras manos.
/LanderosIEE | @LanderosIEE