En estos últimos ecos del ejercicio democrático que vivimos la semana pasada, no quería dejar pasar la oportunidad de externar mi opinión acerca de la primera consulta organizada por la autoridad federal en la que fuimos convocados a las urnas, en una fecha y para un motivo distinto que el de las elecciones en las que habitualmente votamos.
Por eso, algunos de los términos a los que estamos acostumbrados se modificaron: no fue una elección, sino una consulta, aunque para efectos prácticos quienes acudieron tomaron una decisión democrática. No hubo casillas electorales sino mesas receptoras, aunque el principio en el que se sustenta la democracia participativa era el mismo, es decir, que las y los ciudadanos fueran quienes contaran las papeletas, que no boletas, depositadas en las urnas, por otros ciudadanos.
Entonces, aunque las expresiones no fueran las habituales, el ejercicio por sí mismo representaba nuevamente la posibilidad de que la ciudadanía opinara de primera mano en uno de los temas de la agenda pública. Incluso hubo un conteo rápido de resultados, mismo que se confirmó tras el cómputo definitivo realizado por las autoridades electorales federales.
Mucho se ha dicho ya sobre el aspecto de la participación. Después de la copiosa reunión de la ciudadanía el pasado domingo seis de junio quedaba la sensación de que la gente podría nuevamente participar de manera copiosa, y sin embargo no lo fue así. Algunas voces desestimaron la labor de la autoridad electoral nacional aduciendo la falta de promoción de la consulta ciudadana, provocando con ello la ausencia del electorado. Esas voces hicieron oídos sordos, seguramente, a todas las semanas previas en las que el tema, para bien o para mal, se mantuvo en la agenda pública del país gracias a los mensajes de promotores y detractores. Me atrevo a señalar que eran muy pocas personas quienes no estaban al tanto del evento.
Queda para el análisis el cúmulo de factores que provocan la ausencia de las urnas, tanto en ejercicios como el que vivimos ahora, como en las elecciones de junio. Fue evidente que, siendo el mismo electorado, estando las casillas ubicadas de manera semejante, organizados ambos ejercicios por la autoridad electoral autónoma, en uno se haya desbordado la participación, mientras que el otro no despertó el interés que, probablemente, debería.
Mucho se puede achacar a la forma en cómo fue generándose la consulta: la solicitud realizada desde la más alta magistratura del país, la aduana jurisdiccional que modificó el texto (y con ello el sentido) de la pregunta, los argumentos que propugnaban por un estricto cumplimiento de la norma sin que debiera mediar una consulta, hasta concluir (por una aplastante mayoría) en que la participación no era estrictamente necesaria.
Finalmente nos quedan algunas conclusiones valiosas en cuanto al ejercicio de la participación democrática, que no debemos dejar pasar por alto. La primera de ellas es que estamos en ciernes en este tipo de métodos y que, como muchas cosas en la vida, lo importante era arrancar. Esta vez se sentaron los cimientos de lo que puede ser una nueva forma en la que la ciudadanía se sienta involucrada en la toma de las decisiones que le atañen.
Otra de las conclusiones es que estamos viendo a un electorado más maduro y que muchas veces ha sido subestimado por actores políticos. La ciudadanía está demostrando que, si le interesa un ejercicio democrático participa superando los estándares históricos, como sucedió, por ejemplo, en nuestra entidad en junio pasado. Pero que cuando no le satisface, simplemente se abstiene. Esta teoría podrá ser refutada o comprobada de manera empírica en la próxima elección que tendremos el año que entra para la renovación de la titularidad del poder ejecutivo estatal.
Y por último, y no menos importante, como en cada ejercicio participativo y este no fue la excepción, se puso a prueba la actuación de la autoridad electoral. Quedó demostrado que el INE, tras cada proceso en el que se consulta a la ciudadanía por su elección, se fortalece. En esta ocasión sin un presupuesto holgado y haciendo gala del estricto cumplimiento de la ley, bajo sus principios rectores, organizó un símil de un proceso electoral que no desmereció aún con el resultado. En cada mesa de votación instalada gracias a la participación de la ciudadanía en su papel de funcionarias y funcionarios, existió material y documentación que hicieron posible los más altos estándares de calidad en el ejercicio, sin que fuera determinante para el éxito institucional el porcentaje de quienes acudieron como votantes.
Ha concluido el ejercicio de la mejor manera posible. Tras la baja participación la única trascendencia es que el ejercicio no es obligatorio para la autoridad, sin embargo, para quien lo quiera escuchar, el 97% de quienes participaron alzaron su voz y manifestaron un rotundo “sí” a la cuestión planteada. Y eso no debemos dejarlo pasar por alto.
/LanderosIEE | @LanderosIEE