Por Luis Enrique Santiago
En el libro de ciencia ficción, Crónica Marcianas, escrito en 1946, Ray Bradbury imagina con lujo de detalle la llegada y colonización del ser humano al planeta Marte. El arribo de nuestra civilización a aquel planeta, lo que Bradbury predice ocurriría en las primeras dos décadas de siglo XXI, estaría acompañada de un impresionante despliegue de tecnología que nos permitiría habitarlo casi de la misma forma que la Tierra. Las diferencias que existirían entre los seres humanos terrícolas y los seres humanos marcianos estarían determinadas por su acceso y aplicación tecnológica. Los habitantes de aquel planeta tendrían la posibilidad de vivir en nuevas ciudades y viviendas completamente digitalizadas y automatizadas. La tecnología ofrecería la comodidad, tranquilidad, limpieza y orden necesarios para la supervivencia de los habitantes recién llegados al planeta rojo. En cambio, los habitantes de la Tierra seguirían atados a un planeta en decadencia.
Hoy en día la ciencia ficción no parece estar tan alejada de nuestra realidad. Las primeras huellas de un ser humano en Marte parecen ser solo cuestión de tiempo. Además, existen gran cantidad de planes y recursos destinados para algún día habitar aquel planeta, tal como lo imaginó Bradbury. De manera paralela, diariamente ocurren importantes avances en el desarrollo de supercomputadoras móviles, robots digitales, neurotecnología, nuevos materiales, computación cuántica, impresoras 3D e Inteligencia Artificial. Estos avances tecnológicos están transformando nuestras vidas a una velocidad exponencial y prometen solucionar múltiples problemas que aquejan a nuestras sociedades. Ejemplo de ello, es la posibilidad de utilizar dichas tecnologías para crear órganos del cuerpo humano o prótesis conectadas directamente a nuestros cerebros, lo que incrementaría la calidad y esperanza de vida de futuras generaciones.
El actual avance tecnológico apunta a que no será necesario esperar a habitar otros planetas para poder ser testigos de ciudades con funciones completamente digitalizadas y automatizadas. Un ejemplo de ello es el desarrollo de las llamadas “Ciudades Inteligentes” (Smart Cities), cuya esencia consiste en la aplicación masiva de tecnologías digitales en el espacio urbano con el objetivo de hacer más eficientes las actividades y servicios que en él se llevan a cabo. Esta alternativa de desarrollo urbano se ha promocionado como la respuesta a múltiples problemas sociales, políticos y ambientales de las ciudades. Ejemplo de ello es la solución que ofrecen al congestionamiento vial y la emisión de contaminantes a través de poner en marcha la circulación de vehículos eléctricos y autónomos, la implementación de sistemas de estacionamientos que indican al usuario los sitios disponibles y la aplicación de sistemas de semáforos que autogestionan el flujo vehicular de una ciudad.
Las Ciudades Inteligentes están llamando la atención de gobiernos locales en varias partes del mundo. El caso emblemático es la propuesta desarrollada por Alphabet-Google para la ciudad de Toronto, Canadá: Sidewalk Labs Toronto. Este proyecto buscaba construir al margen del Lago Ontario un amplio desarrollo que incluiría viviendas, lugares de trabajo y espacios de recreación y consumo. Todo ello supervisado e interconectado a través de una red digital que permitiría a sus habitantes administrar y gestionar todas sus actividades a través de aplicaciones digitales disponibles en sus dispositivos electrónico (teléfonos, relojes, lentes, microchips). En México, hay proyecto que también están buscado la aplicación de este tipo de tecnologías, aunque no con la magnitud y el alcance del proyecto señalado previamente. Tal es el caso de Ciudad Creativa de Guadalajara o Smart City en Puebla.
Hasta el momento las propuestas de Ciudades Inteligentes se encuentran en fase experimental. Sin embargo, existen voces que indican que no todo es miel sobre hojuelas en ellas. Autores como Andrew McAffe y Erik Brynjolfsson ofrecen indicios de que la aplicación de dichas tecnologías en los servicios públicos podría conducir a un incremento en las desigualdades sociales ya existentes. Estos autores explican que tales soluciones terminan por estar orientadas hacía segmentos de población con altos niveles de ingresos y excluyendo del servicio a quienes no pueden pagar por el uso de las plataformas digitales. Por otra parte, se ha indicado la pérdida de privacidad de los individuos que habitan tales proyectos urbanos, al estar monitoreados constantemente por parte de las compañías tecnológicas que los promocionan. Esto último es una de las principales razones por las que el proyecto de Alphabet-Google no ha prosperado. Además, el desarrollo de Ciudades Inteligentes parece tener profundas implicaciones en cuestiones laborales, debido a que dichos proyectos terminan por precarizar aún más los trabajos de bajos salarios o sustituyéndolos por máquinas y algoritmos cada vez más sofisticados.
Estas últimas observaciones permiten entender que no obstante la tecnología puede ser una herramienta poderosa para solucionar algunos problemas de nuestra sociedad no deberíamos caer en el determinismo de adoptarla como “el antídoto para todo mal”. La historia de Ray Bradbury también encierra esa lección, ya que a pesar de toda la tecnología que acompañó al ser humano en su conquista de Marte, ésta no le fue suficiente para evitar la catástrofe que al final se desató en esa campaña. Por lo tanto, la idea de configurar nuestras ciudades en entornos “inteligentes”, también debería estar acompañada de esfuerzos que busquen convertirlas en lugares que promuevan el bienestar, la seguridad, la creatividad, la inclusión y la salud para todos los seres urbanos, independientemente del planeta que habiten.
