Los estudios para cuantificar la pobreza no les habían interesado a los gobiernos, bastaba con el discurso ramplón de que primero los pobres o que hay que enseñarlos a pescar para obviar el establecimiento de políticas públicas; en México, el análisis de la pobreza no tiene mucho tiempo, el primer informe de este tipo se presentó en 1993.
Cuando el estudio Magnitud y evolución de la pobreza en México 1984-1992 de Inegi y Cepal fue presentado, como con toda estadística, antes que discutir sobre cómo emplear los datos para establecer políticas públicas efectivas, se discutió sobre si mentían los resultados. De acuerdo a este estudio, el porcentaje de personas en condición de pobreza en el país había disminuido, de 47% de la población en 1989 a 44.1% en 1992; también había disminuido el porcentaje de personas en condición de pobreza extrema, de 18.8 en 1989 a 16.1 en el 92.
La forma en que medimos la pobreza se ha ido modificando, cada vez es más sofisticada y se aleja por mucho del estereotipo que tenemos acerca de lo que es la gente en pobreza, eso, aunado a diferenciar entre pobreza y pobreza extrema se volvió un tema de discusión que en los medios de comunicación aún no podemos abordar con la claridad suficiente como para informar a los lectores. De esa época la explicación que mejor entiendo y me sigue impactando es que alguien en condición de pobreza extrema corresponde a una persona que no tiene el poder adquisitivo suficiente para adquirir los alimentos suficientes para tener energía y vivir.
El estudio más reciente del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) arroja los siguientes números, en 2020 el 43.9% de la población en México estuvo en situación de pobreza, 8.5% en condiciones de pobreza extrema. Como desde la década de los noventa, prefiero no traducir el porcentaje al número de personas, me da terror, son millones, millones los que están en condiciones inimaginables, millones de muertos vivientes a los que solemos invisibilizar al permitir que la clase gobernante se llene la boca con discursos que los ponen por delante.
En el estudio del Coneval, un dato para todos los aspiracionistas, el porcentaje de la población que no es pobre o vulnerable es menos de un cuarto de los 126,014,024 que contabilizó el Inegi en el Censo 2020, porque la sofisticación del organismo, ha logrado que pensemos en la pobreza como un fenómeno multifactorial, no los pobres como los caricaturizamos en nuestra imaginación o son usados en los discursos, además de medir la pobreza por ingresos, también se miden las carencias sociales, el rezago educativo, el acceso a los servicios de salud, a la seguridad social, a la calidad y espacios de la vivienda, el acceso a los servicios básicos en la vivienda y una alimentación nutritiva y de calidad. La población con un ingreso inferior a la línea de pobreza por ingresos es de 52.8%, mientras que el porcentaje de personas vulnerables por ingresos, esos todos que somos a quienes no nos alcanza, está en 8.9%; en el caso de la población vulnerable por carencias sociales representa el 23.7%, es decir, estamos más cerca de “caer” en la pobreza antes que alcanzar un digno nivel de bienestar.
Por supuesto, el Coneval indica que en el aumento de los índices de pobreza y de carencias sociales, la pandemia jugó un rol importantísimo, sin embargo, el covid-19 no puede ser el pretexto para pensar en políticas públicas efectivas, con resultados en el largo plazo y que resuelvan en el inmediato, no basta decir que primero los pobres, es urgente pensar en las carencias que sufrimos todos, la vulnerabilidad de todos, los privilegios de tan pocos.
Coda. “La pobreza degrada y destruye, moral, social y biológicamente al más grande milagro cósmico: la vida humana. La existencia de la pobreza es una aberración en la vida social, un signo evidente del mal funcionamiento de la sociedad”, Julio Boltvinik.
@aldan