¿Las identidades actuales se están homogeneizando o se dividen? ¿Lo que consumimos nos da un carácter de personalidad identitaria? ¿La música que escuchamos, los libros que leemos, las películas que vemos, la ropa que vestimos, los objetos que utilizamos son rasgos que creemos propios o responden a una forma de colonización? ¿Habrá que encontrar la identidad, estaremos inmersos en ella o la habremos perdido irremediablemente?
Uno de los puntos más interesantes que se nos plantea en la post-pandemia es entender cuánto estamos conectados e interrelacionados, cuánto de esa conexión genera bienestar, desarrollo, cooperación, conocimiento colectivo y compartido y cuánto de ello nos es excluyente, cerrado, inaccesible o simplemente inexplorado. Lo anterior referido no solamente a una actividad en particular, en este caso escribo pensando desde el diseño, el diseño como actividad de proyectar, como actividad humana de imaginar y plasmar o llevar a cabo lo que se esbozó de manera abstracta, sin embargo el panorama global toca y trastoca cualquier actividad proyectada a futuro ¿Habrá que encontrar nuevas formas de seguir de manera imaginativa o perderse en la vorágine de un devenir establecido que parece inexorable? Por ello rescato la pregunta que plantea el arquitecto Francesco Careri; ¿hacia dónde andar para una nueva expansión?
Esta postura también la expresa el antropólogo italiano Franco La Cecla enunciando; “Ya no somos capaces de otorgar un valor o un significado a la capacidad de perdernos. Cambiar de lugares, confrontarnos con mundos diversos, vernos obligados a recrear con una continuidad los puntos de referencia, todo ello resulta regenerador a un nivel psíquico, aunque en la actualidad nadie aconsejaría una experiencia de este tipo. En las culturas primitivas, por el contrario, si alguien no se pierde no se vuelve mayor. Y este recorrido tiene lugar en el desierto, en el campo. Los lugares se convierten en una especie de máquina a través de la cual se adquieren nuevos estados de conciencia”.
El pensar nuestra identidad en cualquier actividad, sea el diseño, la enseñanza, el periodismo, la agricultura, la política, es una tarea compleja cuando se obtura con la inmersión en un sistema que exfolia las particularidades, las diferencias, los rasgos étnicos, cuando a la producción hegemónica le interesa el consumo unificado redituable ofreciéndonos la idea de una vida de aspiraciones materiales superfluas consumiendo hasta la saciedad con la repetición de patrones estéticos, culturales y económicos transportados a nuestras realidades, la oferta del consumo aunque podría a simple vista parecer variada y opcional parece estar diseñada con patrones que la homogenizan para pensar, actuar, vestir, escuchar y hasta sentir lo mismo, lo anterior ha sido llamado “colonización cultural” donde las identidades, usos y costumbres de los pueblos se desgastan para crear consumidores pasivos en vez de participantes sociales activos, diseños propios e identidades comprometidas con la preservación de su cultura y su identidad. La colonización de las ideas, del consumo, de los gustos que se da sutil y continuamente nos da muestra del patrón de poder dentro del cual habitamos, y el cual además nos habita; del modo como el capital y el capitalismo mundial han estado desarrollándose, en una disposición cada vez más perversa, cada vez más tecnocrática.
Sin embargo hay contra posturas, resistencias, alternativas que emergen a esta colonización y que se han originado debido a la pandemia en pensamientos regionales que conviven y dialogan con lo global, uno de sus términos es lo “glocal” el cual constantemente plantea la identidad como búsqueda que de antemano se debe saber inacabada para poder construirla, en esta visión el “otro” me complementa colaborativamente para desarrollar en conjunto, dialogar, acompañar y crear desde la mirada particular de los pueblos. La inmensa cultura de cada región es la gruesa y sólida soga conductora que emana cientos de hebras de música, literatura, gastronomía, folclore, arte, artesanía, diseño, arquitectura, con todo el crisol de expresiones humanas. Cuando se promueve, se desarrolla y se impulsa la cultura -en más de una acepción- es posible poder valorar a ese “otro”, a los otros, sus diferencias y particularidades para lograr cooperar con toda la proyección que ello conlleva, las carencias locales pueden resolverse con conocimientos globales y los beneficios locales pueden resolver problemas globales. Lo local y lo global en mezcla equilibrada, equitativa y justa. Nuevas búsquedas han comenzado a partir de la pandemia en los más diversos ámbitos, nuevas maneras de entender una realidad, de alterarla, de cuestionar, dependerá de nosotros si estamos dispuestos a perdernos para volvernos a encontrar.