La sorpresa es la reacción natural de todo adulto ante la pericia con que los niños resuelven los problemas que les presentan las nuevas tecnologías; en más de una ocasión he visto cómo entregamos a los más jóvenes el control, el celular o la tableta para que, con habilidad inusitada, lo hagan funcionar.
Llevamos ya décadas reproduciendo esta sorpresa, ahora entendemos la diferencia entre “nativos digitales” e “inmigrantes digitales”, pero no hemos profundizado en los cambios en las relaciones y la educación que esto implica.
Hace muchos años escribí sobre la necesidad de adaptarse, me cito en extenso: “Padre y educadores se quejan constantemente de no entender cómo es que sus hijos pueden estar haciendo la tarea mientras mensajean, chatean y escuchan su iPod al mismo tiempo, menciona en una entrevista Gary Small, director del Centro de Investigaciones en Memoria y Envejecimiento de la Universidad de California (UCLA) quien contesta: mi respuesta es que es un mundo diferente el de ahora, tienen que aprender cómo lidiar con la tecnología, la pregunta es ¿cómo nos vamos a adaptar y cómo vamos a mejorar nuestras vidas?
“El Dr. Small, junto con Gigi Vorgan, es autor de El cerebro digital, un libro que trata de explicar cuáles son los cambios que está sufriendo el cerebro ante la influencia de las nuevas tecnologías y en el que establece las diferencias en la forma de percibir el mundo entre los ‘nativos digitales’ y los ‘inmigrantes digitales’ -términos acuñados por Marc Prensky, ver: http://goo.gl/QeAWP, los primeros son personas menores de 30 años que han crecido con la tecnología y su uso ocupa un lugar central en su desarrollo, mientras que los inmigrantes ya no son jóvenes y han aprendido a adaptarse a un mundo tecnificado-. En una de las tantas entrevistas realizadas a Small se le cuestiona si conseguir con un solo clic la información que requerimos nos hace reflexionar menos, si nos vuelve más impacientes. Dice el neurocientífico: ‘Creo que sacrificamos la profundidad por la amplitud. Como tendemos a buscar constantemente informaciones en internet, nuestra mente va de un sitio a otro. La tecnología nos incita a seguir siempre adelante, en lugar de hacernos parar para reflexionar. Es posible que esa característica de los medios tecnológicos, si va combinada con la exposición excesiva, nos lleve a un trastorno del déficit de atención e hiperactividad. También puede conducirnos a la adicción tecnológica’.
“Entender que los nativos digitales son capaces de leer de otra manera, donde se asume la rapidez, lo inmediato y lo múltiple como características propias de la información, es posible, que ayude a entender que ocurre en las escuelas y en las calles”.
Simplificando, los nativos digitales son capaces de ver una vasta superficie, entender el mosaico de posibilidades que les ofrecen las nuevas tecnologías, mientras que los inmigrantes digitales concentramos nuestra atención en un punto a la vez. Antes que remarcar las diferencias entre unos y otros, va siendo hora de establecer dónde se puede localizar el punto de encuentro.
A la capacidad de los nativos digitales de ver el gran mosaico le urge adquirir la habilidad de profundizar, quienes somos capaces de profundizar debemos desarrollar la aptitud de ver más allá de lo que controlamos, ese el camino donde nos podemos encontrar, satisfacer los diversos intereses del diletante mostrándole las posibilidades infinitas del territorio. Tanto nativos como inmigrantes digitales se beneficiarían de esa ampliación.
Hace algunas décadas se planteó un dilema similar, se discutía si necesitábamos profesionistas especializados o trabajadores que supieran de todo un poco, las nuevas tecnologías y su aplicación resolvieron el problema, fuimos avanzando hacia un campo intermedio donde lo importante es la capacidad de aprender y aplicar, conectar los puntos.
Con el paso del tiempo, la confrontación entre nativos e inmigrantes digitales será irrelevante, todos serán nativos, de ahí la urgencia de aprender a mirar el mundo de otra manera desde este momento, para desarrollar mejores conversaciones, para hacer del conocimiento algo vivo y en movimiento, no ideas fijas que se quedan ocultas en alguna casilla.
Urge una ampliación del territorio, una visión que nos permita reconocer las posibilidades infinitas de saciar la necesidad de saber.
Coda. De La inteligencia fracasada: teoría y práctica de la estupidez, de José Antonio Marina: “Cambiar es la gran esperanza de mucha gente, que acude en tromba a los libros de autoayuda o a las consultas de psicoterapeutas de todo pelaje, en busca de un pequeño consuelo. ¿Es posible cambiar? Sí, pero se trata de reconstruir una personalidad más inteligente desde abajo, consiguiendo que los grandes esquemas de regulación negocien bien con los pequeños reinos de taifa psicológicos. La democracia vale incluso como recurso íntimo. Es tarea que exige la misma paciencia que aprender un idioma nuevo porque, en el fondo, de eso se trata, de aprender a leer el mundo de otra manera”.
@aldan