Afganistán: la tumba de los imperios/ Taktika  - LJA Aguascalientes
13/04/2025

Kabul, Afganistán, 31 de agosto de 2021. En la oscuridad de la noche, un soldado estadounidense avanza, con paso digno y firme. En su mano derecha sostiene su fusil de asalto automático. Sin voltear atrás, el general Chris Donahue, comandante de la 82 División Aerotransportada, sube por la rampa para entrar al compartimento de carga de la aeronave C-17, el cual semeja el vientre de una ballena. Minutos más tarde, el avión estadounidense se eleva sobre el cielo de la capital afgana.

Inmediatamente, miles de combatientes talibanes comienzan a disparar sus armas en dirección al cielo, el cual se ilumina con las descargas de fusilería. De esta manera, terminan casi 20 años de presencia militar estadounidense en Afganistán.

La escena arriba mencionada sirve como prólogo al presente artículo, el cual pretende explicar por qué, desde la época de Alejandro Magno hasta la fecha, Afganistán se ha convertido en la tumba de los imperios.

En el año 330 A.C., las falanges macedonias de Alejandro Magno, tras vencer al Imperio persa, invadieron Bactria -aproximadamente lo que es el Afganistán moderno-. El rival de los macedonios fue un señor de la guerra llamado Espitamenes, quien evitó confrontar en batalla a campo abierto a Alejandro.

Espitamenes utilizó tácticas de guerrilla con las cuales acosó al tren de abastecimiento y a las guarniciones de Alejandro Magno. Así mismo, empleó la doctrina de “tierra quemada” para negar alimentos y refugios a los invasores. Pronto, los macedonios aprendieron que los bactrianos -ancestros de los afganos- “eran capaces de resistir los designios de un invasor extranjero”, porque su código guerrero, basado en el honor, la venganza y la hospitalidad, los impulsaba a combatir hasta la muerte. Por ello, las tropas macedonias apodaron a Espitamanes como El Lobo del Desierto.

Los árabes, quienes llevaron el islam, y los mongoles, bajo el brutal liderazgo de Genghis Khan, conquistaron a Afganistán. Éste último empleó tácticas que hoy en día serían consideradas como crímenes de guerra: los guerreros mongoles empalaban y/o decapitaban a sus enemigos y luego, con sus cráneos, formaban macabras pirámides.

El siguiente turno le tocaría a la Inglaterra victoriana: en el siglo XIX, el Imperio británico y la Rusia zarista se enfrascaron en una lucha diplomática por el control del Asia Central. Este “torneo en las sombras” fue conocido como “el Gran Juego”. Básicamente, los británicos temían que los rusos conquistaran Afganistán y, desde ahí, invadieran la India, entonces bajo dominio británico, o que los rusos se apoderaran de algún puerto en el Golfo Pérsico y cortaran las comunicaciones entre Inglaterra y el Indostán.

Para evitar esta pesadilla geopolítica, los británicos invadieron tres veces Afganistán -1838-1842, 1878-1880 y 1919-. En las dos primeras ocasiones los británicos, a pesar de ocupar Kabul, sufrieron tremendas derrotas a manos de los afganos. En la última conflagración, los británicos emplearon la aviación militar, pero no pudieron subyugar a los afganos. El resultado fue un empate estratégico: Gran Bretaña evitó que Rusia influyera en Afganistán, pero Afganistán siguió siendo una nación independiente, libre de la tutela británica.

En diciembre de 1979, la Rusia soviética, temerosa de que el islam radical se extendiera en el Asia Central, invadió Afganistán. Durante casi una década, los rusos intentaron avasallar a los afganos, quienes con la ayuda secreta proporcionada por Arabia Saudita, Pakistán, Israel y los Estados Unidos, lograron que Afganistán se convirtiera en el “Vietnam de la Unión Soviética”.


Tras la caída del régimen pro-soviético en Kabul, siguió un periodo de inestabilidad, el cual terminó, en 1996, con la victoria de los talibanes -“los estudiantes” o “los seminaristas”-. Este grupo, con su versión medieval del islam, proporcionó refugió a la organización extremista Al Qaeda y a su líder Osama Bin Laden.

Después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, los estadounidenses y sus aliados invadieron Afganistán y depusieron a los talibanes e hicieron correr a Al Qaeda. A partir de entonces prosiguió una guerra de guerrillas contra la Unión Americana y sus acólitos.

Los talibanes alimentaron su resistencia con dos potentes ideas: janat (ganar el cielo) y ghazi (matar a los infieles). En pocas palabras, una mezcla de religión y nacionalismo nutrió la convicción de los talibanes de que, tarde o temprano, vencerían a los estadounidenses, a sus aliados afganos y a otras fuerzas occidentales.

El escribano concluye: la debacle en Afganistán es un golpe a la credibilidad y al prestigio de los Estados Unidos. Asimismo, es una humillación militar porque toneladas de armamento y equipo de primera clase cayeron en manos de los talibanes. Igualmente, los estadounidenses se verán privados de sus bases militares, desde las cuales podían espiar tanto a China como a Rusia y carecerán de un amortiguador estratégico entre la planicie de Irán y las estepas de Asia Central.

Aide-Mémoire. – Cada día se cuestiona abiertamente la salud mental de Joe Biden.


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