Donde antes había viviendas de la población local, ahora hay galerías de arte, cafeterías, restaurantes y hoteles: Jafet Quintero Venegas
132 localidades cuentan con la denominación Pueblos Mágicos
En numerosas localidades que forman parte del programa Pueblos Mágicos se registra el fenómeno denominado descampesinización, es decir, el abandono de las labores del campo –generalmente asociado con procesos migratorios–, debido a que ahora la población puede llevar a cabo otra actividad económica: el turismo, afirmó Jafet Quintero Venegas, del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS).
El investigador señaló que con la inserción de la llamada industria sin chimeneas la población no migra, se integra en el sector terciario de la economía al vincularse con esa nueva actividad. Incluso, añadió, se observan mecanismos de profesionalización para llevar a cabo una dinámica turística más institucional.
Por ejemplo, en los centros educativos de bachilleratos técnicos se forma a los jóvenes para que trabajen en ese sector; “un porcentaje significativo de los campesinos y sus familiares ahora ven al turismo como una opción para no tener que abandonar su pueblo”.
Empero, aclaró el universitario, el turismo también puede ser endeble. Los pueblos mágicos compiten entre ellos y cuando se detuvo la llegada de visitantes por la pandemia, se vio la vulnerabilidad de esa actividad.
Quintero Venegas recordó que Pueblos Mágicos es un programa federal a cargo de la Secretaría de Turismo que surgió en 2001 para incentivar la dinámica en localidades que tienen recurso arquitectónico o cultural, tangible o intangible, que puede ser patrimonializable y mercantilizable para el turismo.
El programa comenzó con 31 pueblos mágicos y ahora son 132 en los que, hasta antes de la pandemia, se había incrementado la derrama económica de forma significativa. Ello, a pesar de que al ser localidades relativamente pequeñas están sometidas a las decisiones de viaje de los habitantes de las principales ciudades del país.
Las poblaciones en movimiento
El doctor en Geografía manifestó que “al parecer se ha dado una transformación en el sector agrícola y las tierras que antes servían para la subsistencia local, para producir bienes de consumo cotidiano de la población, están desapareciendo. La utilización del campo ahora satisface las necesidades de los turistas, antes que las locales”.
Como pasa en numerosos destinos turísticos, el patrimonio gastronómico es más un performance (un espectáculo o actuación) que una realidad. A los turistas se les ofrece lo que quieren comer, aunque no sea parte de lo que consume la población local. Por ejemplo, ha habido una carnificación de las dietas. “La barbacoa se ofrece como parte de la comida tradicional de Chignahuapan, Puebla, aunque la población sólo la consume cuando hay una fiesta”.
En el hedonismo y dinámicas turísticas, la idea de comer hongos, frijoles y tortillas no encaja; los visitantes quieren “comer bien”. Además, han comenzado a llegar tiendas de comida rápida donde la población local también consume. Así se da una transformación cultural.
De igual forma se produce un proceso de gentrificación (encarecimiento) en los centros históricos de las localidades. En el auge por captar turistas y trasformar el pueblo mágico en un espacio atractivo para el visitante, esos sitios empiezan a transformarse, y donde había viviendas de la población local, ahora hay galerías de arte, cafeterías, restaurantes u hoteles.
Aunque hay casos excepcionales, la mayoría de los dueños son extranjeros porque tienen la posibilidad de comprar una vieja casona en una localidad y convertirla en hotel; los lugareños se insertan como empleados.
En Cuetzalan, Puebla, la población, principalmente indígena, se organiza para vender café al exterior; la gente local estableció mecanismos de vinculación en cooperativas y puso sus propios negocios, pero eso no pasa en Valle de Bravo donde son extranjeros quienes tienen la mayoría de los locales. Cada caso es diferente, aclaró el experto.
UNAM