No hay preguntas tontas, sólo respuestas estúpidas. La duda nos paraliza, enmudece, en muchas ocasiones el pánico que genera la posibilidad de hacer el ridículo consigue que no expresemos nuestra duda, por el temor a ser exhibidos ante los demás, se prefiere el silencio, seguir en la ignorancia; esa experiencia es un miedo inoculado por quienes suelen aprovechar las preguntas para demostrar que todo lo saben, antes que aprovechar la oportunidad para iniciar una conversación con los otros, se busca demostrar que se tiene la razón, esa fantasía de ser mejores que produce el privilegio mal entendido del conocimiento.
También los hay quienes resuelven hacer estúpida su respuesta a partir de convertir una frase tonta en una pregunta; son de la misma calaña que el grupo anterior, de lo que se trata es demostrar su superioridad. Como quienes confunden la pasión y vehemencia de la verborrea con la divagación productiva.
Esos tipos de personas se alimentan del miedo a expresar nuestras dudas, viven sin ser cuestionados, eso, creo, es lo que nos está ocurriendo en la discusión pública; los avances tecnológicos que ponen todo el conocimiento al alcance de la mano nos abruma, plantea que las preguntas se multipliquen, de otra manera pareceremos ignorantes, y antes de aceptar que nadie lo puede saber o conocer todo, asentimos en silencio para recibir la lección de quienes están dispuestos a guiarnos por ese mundo desconocido.
Cada vez con mayor frecuencia me escucho decir: no tengo la menor idea, no sé de quién me estás hablando, sobre todo cuando me señalan alguna de las tendencias que agitan las opiniones en redes sociales. Antes intentaba vagabundear por la mayor cantidad de materias para conocer, al menos, un poco de todo y si me interesaba por más de un minuto, buscar a quien me ayudara a profundizar, pero las calles se han extendido más allá de mi vocación de flâneur.
La extensión de las calles provoca que mi vagabundeo apenas alcance para reírme porque Lupillo Rivera se borró el tatuaje de Belinda, pero nunca he escuchado lo que hace Christian Nodal; tengo una idea vaga de qué es Acapulco shore, suficiente para saber que nunca voy a ver esa porquería, por tanto, no sé quién es y qué hace Fernanda Moreno, por eso tampoco entiendo por qué el Partido Verde Ecologista de México comete un delito electoral para que este personaje se pueda pagar sus borracheras.
El PVEM es un grupo de criminales reincidentes, no representa nada de lo que ostenta en su nombre completo, no es necesario recorrer grandes trechos de la historia electoral mexicana para reconocer lo que hacen esos bandidos; basta ver a sus candidatos para homologarlos como miembros de la misma estofa, y, sin embargo, el Instituto Nacional Electoral, en una sesión larguísima, sólo se atrevió a multarlos con 40 millones 933 mil 568 pesos y sin acceso a radio y televisión por un año.
Los consejeros tomaron una exigencia -quitarle el registro al Verde- para convertirla en pregunta y recetarnos una respuesta estúpida, ahora de lo que se trata es de regular a los influencers; sólo así entiendo el taparse los ojos ante la delincuencia organizada.
Coda. Tomo la primera línea de un aforismo de Lichtenberg: “Hay una clase de hueca habladuría que, a través de expresiones novedosas y metáforas insólitas, da la impresión de ser sustanciosas” y suena tanto a lo que dicen los influencers como a aquellos que pierden el tiempo buscando la cuadratura de esa influencia en la vida pública y la obligación de regularla.
@aldan