APRO/Beatriz Pereyra
La historia de Alejandra Orozco comenzó por el final. Con 15 años, y prácticamente sin experiencia, ganó, junto con Paola Espinosa, un bronce olímpico en Londres 2012 en la prueba de clavados sincronizados desde la plataforma. Con ingenuidad infantil asumió el éxito. Se preguntó qué había después de una medalla olímpica. Y comenzó su camino a Río 2016.
Su primer ciclo olímpico estuvo lleno de espinas. Enfrentó el miedo a crecer. Observó las transformaciones en su cuerpo. Piernas más largas y gruesas, muy musculosas. La aguja de la báscula no dejaba de moverse a la derecha. Cinco centímetros más de estatura. Entonces tuvo que ajustar.
Primero entendió que la niña que fue no regresaría. Luego, que su condición de medallista olímpica le trajo alegrías, pero también responsabilidades. El bronce se convirtió en plomo. Aprendió a tirarse de la plataforma con ese peso en sus hombros.
“Los resultados hacen que la gente espere mucho de mí, pero no saben todo lo que he tenido que pasar. Tuve muchos cambios físicos. Clavados es un deporte que se basa en un prototipo: no muy alto, delgado, explosivo, y se espera que te quedes de una manera para que no tengas que ajustar. Pero crecí, mi cuerpo desarrolla fácilmente los músculos. Tuve que entrenarlo para que se haga como lo necesito. He hecho un gran entrenamiento para que no me afecten los cambios. Me adapté a mi nuevo cuerpo, a mi nueva fuerza”, dice.
–¿Ganaste una medalla siendo una niña, ¿cómo mantienes los deseos de ganar? -se le pregunta.
–Me pregunté qué sigue. Dije: “Tengo 15 años y para algunos la medalla olímpica es el fin. No quiero que se termine, sé que puedo hacerlo muchos años”. Luego vino el cómo. ¿De qué motivación te agarras? Yo conseguí la medalla, pero no había hecho un proceso. No había vivido completo un ciclo olímpico, entonces pensé: “Quiero completar el ciclo, independientemente de los resultados”. Es otra forma de llegar a Juegos Olímpicos. Desde el primer Mundial y en las series mundiales me veían como favorita, pero mis resultados no eran los que esperaba. Por más que entrenaba, en las competencias mis resultados eran malos. Me preguntaba qué tenía qué corregir.
–¿Eso te asustó? ¿Pensaste que se había acabado?
–Claro que lo pensé. Decía: “¿qué necesito? ¿Qué más tengo que hacer?”. Soy una persona que no se rinde, siempre intento y busco una solución. En un momento pensé: “¿Y si ya se acabó la magia?”. Ahí descubrí que no podía echar el tiempo atrás; se acabó una etapa y tenía que empezar una nueva. Clavados es un deporte de apreciación, en el que un cuerpo fino se aprecia mucho mejor. Me ha costado trabajo.
Alejandra Orozco es originaria de Guadalajara. Su inicio en los clavados fue en la escuela del entrenador Iván Bautista, quien también instruye a Germán Sánchez e Iván García. Para conseguir el bronce en Londres 2012, Bautista permitió que Orozco viajara a la Ciudad de México para practicar con Paola Espinosa bajo las órdenes de la china Ma Jin.
Una vez que consiguieron la medalla, regresó a Guadalajara, pero en 2015 tomó la decisión de mudarse para estar más tiempo con Paola. Orozco cuenta que es una de las decisiones más difíciles que ha tomado. Le dolió separarse del instructor que la puso en este camino.
“Sentía que me faltaba técnica. Teníamos que estar más tiempo juntas Paola y yo para sincronizar. Era complicado llegar dos días antes a una competencia, medio acoplarnos y tratar de dar un buen resultado. A Iván le agradezco todo, me inició, me enseñó. El equipo es como mi familia, pero era lo que necesitaba. Tenía que estar más cerca de Paola y aprender de ella”.
–¿Cómo fue la separación de Iván Bautista?
–Fue difícil para los dos. Él también tenía que ver que yo necesitaba esto en mi vida. Lo tomó de esa manera: que él dio todo, yo di todo, pero era momento de buscar un camino diferente. Él me hizo y lo que soy se lo debo a él. Se enojó un poco. Es complicado como entrenador perder atletas que construyes, pero siento que en algún momento los dos teníamos que abrir los ojos y entender que el cambio era bueno.
Así, en busca de clasificar a Río 2016, Alejandra dejó su casa para instalarse en el albergue de la Comisión Nacional de Cultura Física y Deporte (Conade). Aprendió una forma distinta de tirar clavados. Mientras con Bautista trabajaba mucho la fuerza para controlar los saltos, con la china todo se trata de detalles técnicos para alcanzar la perfección.
Que corrige la figura, que si haz el brinco más elegante. “Suéltate, Alejandra. Suelta los hombros, que se vean suaves”, le grita Ma Jin. Que si dónde tienes la vista, que no muevas tanto ese dedo, que no separes los brazos porque se pierde la elegancia, que si concéntrate en la fuerza de las piernas. Repetir. Intentar. Hacer los movimientos en completa conciencia. Así durante semanas. Así por meses.
Si el camino a Londres fue pura diversión, rumbo a Río la emoción de llegar a otros Juegos Olímpicos se convirtió en presión por ganar. “Ahora las cosas son así. Recibes apoyos (recursos económicos) y se espera de ti que ganes. Antes sólo era tirar clavados. No digo que no siga siendo divertido, pero hay más responsabilidad”.
Analizo el trabajo y el sacrificio. Cómo tiro los clavados sólo depende mí, eso lo controlo yo. Hay factores externos que inciden. Pienso en que el factor externo, lo que no controlo, no me afecte”.
–¿Por qué te gustaría ganar otra medalla? ¿Hacer historia? ¿Por fama, patrocinios, una beca mejor?
–Porque ya lo viví. Quiero repetir ese momento. Es una sensación de satisfacción de que todo el tiempo invertido y el esfuerzo valieron la pena. Quiero reflejar en una medalla todo lo que hice en cuatro años.
–¿Qué pasa si no la ganas?
–Pensaría que di todo, que me subí a la plataforma, entrené, me esforcé. Arriba o abajo del podio quiero decir que di mi máximo esfuerzo. Para bien o para mal esto era lo que merecía. No me esforcé para caer. Sé que tengo tiempo para estar en otros Juegos Olímpicos, pero el momento es ahora y quiero ganar.
La niña sin límites
La primera vez que Alejandra Orozco vio a Paola Espinosa pensó que era un sueño. La mano de la doble medallista olímpica se estiró para sacar a la chiquita de 12 años que durante un entrenamiento se golpeó en el trampolín y cayó a la fosa con la figura descompuesta. Medio conmocionada, más porque su ídolo de los clavados la rescató que por el impacto, Alejandra se congratuló por su buena suerte.
Al poco rato, la niña vio que Paola fue hacia al baño. Hasta allá la siguió junto con una amiga. Le pidió a la mejor clavadista de México que posara con ella para una foto que fue capturada con la cámara de un celular. También le extendió su playera para que se la firmara. Y luego se fue brincando de gusto.
“Fue en la Olimpiada Nacional 2009 en Tijuana, ahí la vio por primera vez en persona. Por el accidente no la querían dejar competir, como sólo fue un golpe sí pudo participar, pero ganó cuartos y quintos lugares. Ya no le importó si ganaba medallas o no, se dio por bien servida porque Paola la rescató. Hasta unos consejos de clavados le dio. Aunque primero sí estaba un poco triste porque como la competencia fue el 10 de mayo, me dijo: ‘No te traje medalla’. ‘No importa –le contesté–. No hay mejor recuerdo que haber conocido a Paola Espinosa’”.
A la señora Alejandra Loza no se le olvida que el 11 de enero su pequeña se fue de la casa rumbo al Distrito Federal. Unos días antes, su entrenador Iván Bautista le había avisado que Paola Espinosa y la china Ma Jin la pidieron para hacer el sincronizado con miras a Juegos Olímpicos. La niña se quedó pasmada. No lo podía creer. El miedo se le mezcló con la emoción.
“Siempre había soñado con Juegos Olímpicos. Para ella fue un gran reconocimiento que la llamaran. Se fue y se le olvidó todo el temor. Paola es muy buena persona y la ha ayudado mucho. Ma Jin también y eso ha facilitado el camino”, cuenta la madre.
Alejandra Orozco fue muy inquieta desde que estaba en la cuna. Caminó a los 10 meses de nacida. En la guardería no le gustaba estar en la sala de los bebés de su edad; le encantaba estar con los más grandes y quería aprender lo que ellos hacían. Era muy inquieta. A todos les causaba mucha gracia lo que hacía. Era una niña adorable que se adaptaba con todas las personas y en todos los lugares, que lo mismo quería ser la maestra de un compañerito que ponerse a platicar con los señores.
A los ocho años le dijo a su mamá que la inscribiera en gimnasia. Quería imitar a una vecinita y ser como las muchachas que veía en la tele con leotardos coloridos compitiendo en algo que se llama “olimpiadas”.
Entonces le comentaron a la señora Loza del Code Jalisco, la entidad responsable del deporte en ese estado. Las instalaciones están como a una hora de su casa. La pequeña Alejandra insistió hasta que convenció a su mamá. Tenía el perfil perfecto para la gimnasia y de inmediato la aceptaron. A los 10 meses, Orozco pidió entrar a clavados. Dos días a la semana estaba en la fosa y tres en la gimnasia.
Los papás de la niña cruzaban todos los días media ciudad para llevarla y traerla. Estaba fascinada. A pesar del cansancio, energías le sobraban para llegar a estudiar y hacer la tarea.
“Le dije que nos tendríamos que sacrificar para cumplir con deporte y escuela. Andábamos a las carreras. Mi hija no es de las que se quedan quietas. Siempre busca lo más complicado. Aunque tenía su grupo de principiantes en clavados, iba con todos los entrenadores y les preguntaba cómo hacer lo que hacían los grandes. Eso les entusiasmó en el Code.
“Al mes me dijeron que la dejara ir a estudiar allí y que participara en el selectivo para la Olimpiada Nacional. No la dejé. Para mí, estaba chiquita, muy verde en comparación con lo que hacían otros. Como clavados le empezó a exigir más, tuvo que decidir por solo un deporte. El profesor de gimnasia le dijo que tendría más futuro en los clavados porque México no es bueno en gimnasia”.
Un año después, en 2008, Alejandra Orozco participó por primera ocasión en la Olimpiada Nacional, donde ganó una plata y un bronce en la categoría infantil. Se tiró de una plataforma de 5 metros. Tuvo que luchar un poco más para convencer a su mamá de que la sacara del colegio de monjas al que asistía para cambiarse a la primaria del Code. Dejó la escolta, el coro escolar, la banda de guerra y hasta a sus amigas con tal de acelerar su aprendizaje en clavados. Con 11 años, Orozco se acostumbró a ir a su casa sólo para dormir.
Pedro Orozco, su papá, cuenta que la niña pasa horas viendo videos de todas las clavadistas, pero sobre todo de Ruolin, a quien admira y desea superar. La conoció en Florida, en su primer viaje internacional. Y como pasó con Paola, a la china también la fue a corretear para tomarse una foto.
“Compitió contra ella y quedó en cuarto lugar, nada mal para una niña que acababa de cumplir 14 años. En este año, en la Serie Mundial en Tijuana Ale y Paola quedaron en segundo lugar, detrás de las chinas. Las vi en la tele y cuando las estaban premiando en el podio, Ale quedó en medio de Chen Ruolin y de Paola. ¡Sentí tan bonito…! A mi hija le falta estar parada donde se ponen las que ganan oro. Dice que las chinas parecen robots, que está difícil superarlas; yo sólo le digo diviértete, no te estreses, no te presiones”, dice la señora Loza.
“Ale siempre quiere más; no tiene límites”, tercia su padre. “Quiere ganar más. Es perfeccionista y a veces eso no es bueno. Se enoja mucho con ella misma cuando pierde. No ha llegado a donde quiere estar. Siempre está viendo hacia arriba…”.