Hace poco recibí el resultado de los exámenes de mi hijo que está en tercero de primaria, me sorprendieron mucho porque cuando lo acompaño a sus clases virtuales lo veo participar constantemente, en los repasos que hacemos, invariablemente, me demuestra que domina los temas, incluso he aprendido a reconocer que cuando se distrae de la pantalla y lo que dice la maestra es porque a él ya le quedó claro, sin embargo, en dos materias obtuvo lo que yo considero una baja calificación. Así que tuve que hablar con él.
Yo sí quiero, le dije mirándolo directamente a los ojos y con todo el amor que me despierta, un niño de nueves y dieces, no para que seas el mejor de la clase, no porque seas perfecto, quiero muy buenas calificaciones porque esa es tu manera de contribuir a la familia, con un buen promedio ayudas a tu mamá y a mí a mantener la beca escolar, esa es tu responsabilidad con nosotros, esa es tu forma de ayudarnos para darte todo lo que nosotros creemos que te mereces. Cuando lo escribo no sé, y no me preocupa, si sueno aspiracionista, creo que pude comunicarle mi preocupación por su desempeño en las evaluaciones.
Días más tarde, revisé su boleta de calificaciones, mi hijo es un niño de dieces, nueves y un ocho, pero no me siento mal por haberle comunicado lo que creo es una de sus obligaciones; ahora lo que en familia tendremos que revisar es la forma en que aborda los exámenes, el reto que representa contestarlos y su respuesta a la presión, dicho por sus maestras, mi hijo responde las evaluaciones a velocidad excesiva y no se detiene a revisar sus respuestas, porque así de seguro está de sus conocimientos. Después de atender la respuesta de quienes lo enseñan, decidimos que no vamos a imponerle un curso de regularización, porque lo que necesita es concentrarse en la resolución de un problema específico: rendir cuentas sobre lo aprendido.
En uno más de sus informes trimestrales, el presidente Andrés Manuel López Obrador presumió los resultados de la encuesta en que se preguntó “En una escala del 0 al 10, donde 0 significa que lo hace muy mal y 10 muy bien, ¿qué calificación le daría al presidente de la República?”, la calificación que obtuvo fue 6.7 promedio. Enseguida, López Obrador añadió el porcentaje a otra pregunta: “¿Si hoy fuera la consulta para valorar el trabajo del presidente, usted votaría porque renuncie o que termine su sexenio?” y muy ufano, declaró que el 72.4 por ciento quiere que continúe.
A los políticos se les debe evaluar por sus acciones, no por su presencia. A lo largo de estos tres años, no ha pasado un solo día sin que la administración de López Obrador me decepcione, esa mi opinión, a la que tengo derecho más allá de que el presidente otorgue o no permiso, a este gobierno, como a los anteriores lo que se le debe demandar son resultados. Lo mismo que le pido a mi hijo en la escuela, sobre sus calificaciones, no me importa si es popular o no, si a sus compañeros les cae bien o mal, si sus maestras quieren que se quede en el colegio, de nuevo, es el compromiso consigo mismo y para con su familia lo que importa.
López Obrador presume como “bien calificado” el haber obtenido un 6.7, yo jamás se lo aceptaría a mi hijo, ¿por qué a López Obrador habría que aplaudirle por ese resultado?
Coda. En una continuación de la conversación sobre los exámenes, le dije a mi hijo cuál es mi lema de vida, escrita por Octavio Paz, “merece lo que sueñas”, ese es el nivel de demanda y placer personal, también aplica para quienes nos gobiernan.
- Para seguir mereciendo lo que sueño, requiero unas vacaciones, esta columna volverá dentro de 15 días. Gracias, lectores.