All the things she said
Running through my head
All the things she said
This is not enough…
All the things she said – tATu
La opinión pública es mucho más que la suma de opiniones individuales. Cuando tomamos la opinión de los individuos y simplemente la cuantificamos, podemos hablar de “opinión popular”; sin embargo, el proceso de construcción de la opinión pública va más allá, y tiene que ver con procesos que ocurren en el individuo (o la suma de individuos) y en el tratamiento informativo que tienen agentes externos al individuo, casi siempre con agendas públicas a las cuales se busca legitimar o deslegitimar.
La construcción de la opinión pública es un proceso complejo y multifactorial, en el que se articulan valores que van desde la experiencia propia del individuo, su sesgo cognitivo, idiosincrasia y formación, etcétera; hasta valores externos a los individuos, tales como los referentes del entorno, el impulso de ciertos temas en la agenda pública de los gobiernos u organizaciones; la medición de impactos y el perfil en la editorialización de los medios de comunicación; o la viralización y difusión de contenidos en redes sociales; por poner algunos ejemplos.
De este modo, a la hora de construir opinión pública, debemos atender a que el individuo está expuesto a múltiples estímulos. Estos estímulos no siempre se atienen a los criterios de veracidad, objetividad, y oportunidad. De entre todos estos estímulos, el individuo aceptará o rechazará algunos, muchas veces en función de su propio sesgo y cúmulo de prejuicios, para validar su propia opinión, recurrentemente delineada por anticipado. Igualmente, la opinión se orientará o reorientará a partir del contacto que tenga el individuo con el grupo. Por eso la opinión pública no suele reflejar la realidad; porque lo que en verdad refleja es únicamente la forma en la que los grupos articulan su narrativa sobre lo que creen que es “la realidad”.
Más allá de que lo anterior sea una “Verdad de Perogrullo”, conviene tenerlo en cuenta a la hora de construir ciudadanía crítica y participativa. La conformación de la opinión pública está íntimamente ligada a los procesos cívicos de participación, a la aceptación o rechazo de la democracia, y al seguimiento social sobre las acciones del gobierno, de las legislaturas, y de las magistraturas. Así, cuando tenemos sociedades con una opinión pública pobre, o basada en criterios alejados de la realidad, o manipulada por los intereses de los poderes de facto, indefectiblemente peligran la democracia y la ciudadanía.
Peor aún. Si la construcción de ciudadanía democrática ya corría riesgos, ahora las redes sociales han catalizado estos procesos de degradación en la opinión pública. Las teorías de la conspiración, el triunfo de las seudociencias sobre la divulgación científica, y el encumbramiento de imbéciles a los que llamamos influencers son sólo ejemplos tan simples como lastimosos. Este contexto está peligrosamente cerca de otro contexto más adverso en el que pululan el discurso de odio, el anti cientificismo, y los valores autoritarios y autocráticos. El arco dramático dibujado por la presidencia de Donald Trump en EEUU es un ejemplo claro y cercano.
Por ello, quienes tenemos la responsabilidad de participar en la discusión pública, sea desde instancias oficiales, organizaciones civiles, medios de comunicación, e incluso redes sociales; debiéramos ceñirnos a un actuar que, en principio, se ajuste a la verdad que tengamos disponible; que privilegie el hecho sobre la opinión que tengamos del hecho; que narre la parte de realidad que nos toca ver, desvinculando de esa narrativa nuestra propia carga de prejuicios; y –sobre todo– que no encumbre a imbéciles como “líderes de opinión” frente a segmentos de la sociedad con cada vez menos herramientas de pensamiento crítico.
@_alan_santacruz
/alan.santacruz.9