Días después de llevarse la jornada electoral en México, fluyen los debates y manifestaciones de “ganadores” del poder político (como si en las guerras existieran ganadores), aunque quienes controlan la deuda –presupuesto–, regularmente son quienes ganan. No hay que irnos con la finta de que “perdieron la mayoría calificada” y no podrán reformar la Constitución, pues desde antes de la elección no podían hacerlo en grupo mayoritario, pues no tenían esa mayoría calificada en el Senado; de cualquier manera, se tenía que negociar y se tendrá que negociar. Y la vida nos ha enseñado que en la política todo es negociable.
Así que, ¿quién ganó realmente? En Los manipuladores de cerebros, Herbert Schiller afirma que los medios son extensiones del poder político y económico, por lo que abandonan sus funciones naturales en un sistema democrático, como son la crítica, la expresión plural, y ejercer de contrapeso o contrapoder social. Por encima del poder político, está el poder económico, quien influye de manera decisiva en la agenda de los medios, lo que provoca el avance de las empresas privadas en el dominio del espacio público, con efectos sobre la libertad de expresión, pero también en la degradación de la oferta cultural y mediática.
Últimamente, los procesos de control y, entre ellos, de creación de conciencias, han evolucionado y teniendo éxito gracias a los medios de información contenidos en las redes sociales, donde se construye la realidad y desinforman a la población, para lograr generar conductas que requiera el manipulador o sistema en turno; siendo evidente que al romperse las barreras de la información, las personas reciben una gran cantidad de mensajes a través de la radio, internet, televisión, medios impresos, que regularmente traen una misma línea de sentido, muchas veces confusa y nada clara (el sueño de Goebbels), y sin saber si las fuentes de esa información son veraces y confiables, o exageradas y mentirosas; pero a final de cuentas, esa comunicación sin límites, y emitida casi en vivo y en directo, ayuda a una persona a imaginar una visión del mundo, que se convierte en la que vive, desarrolla y conforme a la que reacciona.
En el prólogo de la obra Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo, de Pascual Serrano, publicado en Barcelona en el año 2009, se dice que la comunicación, tal como la conciben los medios dominantes, tiene como función principal convencer al conjunto de las poblaciones de su adhesión a las ideas de las clases que dominan, y de votar por aquellas o aquellos que estén dispuestos a llevarlas a la práctica. La mayoría de la población en México obtiene información gracias a las redes sociales, viven sus vidas a través de “influencers” y programas que lo menos que provocan es pensar, e idolatran los mensajes que les proporcionan a través de las burlas, los enfrentamientos, el análisis vacío y sin datos, y la superficialidad.
Todo parece haber sido sacado de la mente de Bradbury, quien nos mostró que el Estado, con tal de dominar y mantener el control de las mentes y los cuerpos de las personas, prohíbe la lectura, pues los libros provocan pensar, y quien piensa es infeliz, porque se siente mejor que los demás, y eso genera desigualdad, ya que hay personas que se sienten más que otras, y la desigualdad provoca caos, pues los seres humanos al conocer sienten angustia, cuestionan las acciones del gobierno y no rinden en sus actividades; pero siempre hay algunos pocos, como Guy Montag, que no están conformes con el pisoteo y buscan la libertad; de ahí que los bomberos se dediquen a quemar libros a 451 grados Fahrenheit, mientras las pantallas de televisión distraen a los no desviados (los que no preguntan) de pensamientos de libertad o de exigencia de derechos; algo así como el soma, la droga que el Estado entregaba a su sociedad en Un mundo feliz de Aldous Huxley, para controlar sus emociones y mantenerlos en paz, cuando la educación hipnótica no lograba que estuvieran felices y conformes para aceptar su lugar y rol en las castas sociales, sin cuestionar a sus dirigentes, como ocurrió con Bernard Marx (curiosamente el nombre es nombre alusivo a Karl Marx).
Guy Montag de Farhenheti 451, Bernard Marx de Un mundo feliz, y Winston Smith de 1984, reflejan la idea de los escritores de mostrar la lucha contra la opresión y el autoritarismo, aunque también el arte evidencia cómo los dictadores comenzaron por ser liberadores, como claramente se narra en Rebelión en la granja del mismo Orwell, cuando los cerdos liberan a los animales de los humanos, crean 7 reglas de igualdad y libertad, pero mientras más se van adentrando al poder, más se corrompen y, aprovechándose de la ignorancia de los demás, varían esas reglas a su antojo; lo que también se refleja en la “coincidencia” de que el actor británico John Hurt interprete a Winston Smith en la adaptación cinematográfica de la novela 1984, es decir, el papel del rebelde liberador, y posteriormente actúe en forma completamente opuesta como Adam Sutler, el dictador británico en la adaptación cinematográfica de la novela gráfica V for Vendetta: los dictadores comenzaron por ser liberadores.
Divide y vencerás escribí en mi entrega de la semana pasada… y la jornada electoral nos volvió a mostrar la división y polarización que tiene el país, no ahora, sino desde hace siglos, a través del discurso violento, atribuyendo culpas a los contrarios, y los contrarios agrediendo al que controla, como cada elección ocurre, como cada mente se olvida. Y si a eso se agrega la burla, la crítica, el “análisis”, la información “veraz” que fluye en las redes sociales a través de personas que su mejor logro es haber comprado una videocámara de alta definición o meterse plástico por la nariz, para luego hacer argumentos sobre política y problemas sociales, el mensaje claro que se transmitió fue que quien quería mantener un beneficio, o quien buscaba recuperar lo perdido, hacer todo lo posible para ir a echar el papelito en las urnas, o quedarse encerradito en casita, que finalmente el voto duro del partido hace ganar al que debe ganar.
Al recibir el premio Nobel de la Paz, Barack Obama nos hizo ver que, para obtener la paz, hay que estar en constantes guerras. Entonces, a tener cuidado y no aceptar de entrada la información que nos llega a través de los medios, por radio pasillo, gracias al chisme cotidiano (dudar hasta de nosotros mismos nos ayuda a constatar la veracidad de la información). No vaya a ocurrir que, como dijo un buen amigo, nos demos cuenta que hemos vivido, y vivimos, en una mentira; o, parafraseando a García Márquez, la vida no es lo que se vive, sino lo que se platica: “Cuando yo uso una palabra, insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso, quiere decir lo que quiero que diga, ni más ni menos. –La cuestión, insistió Alicia, es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. –La cuestión, dijo Humpty Dumpty, es saber quién es el que manda… eso es todo” (Lewis Carroll, A través del espejo y lo que Alicia encontró ahí).