Al momento de escribir estas líneas muchos ya habrán observado dos rasgos sustanciales de las elecciones del domingo: la rebelión de las clases medias de los centros urbanos contra Morena en paralelo a las ganancias territoriales de Morena.
De los dos fenómenos me parece que la presencia territorial de Morena será el efecto de mayor largo plazo. Muchos comparan a Morena con el viejo PRI, pero este basaba su dominio sobre sectores corporativizados de la sociedad que hoy por hoy ya no pintan: obreros campesinos, el difuso sector popular de gremios y asociaciones. Morena el domingo encontró la fórmula de tracción que no tenía y que es el control territorial ¡Y hay que ver de qué franjas del país! Resulta muy difícil pensar en ese súbito dominio de Morena a lo largo de la costa del pacífico sin una alianza cada vez más manifiesta con un crimen organizado que tiene la capacidad de ser un operador político de facto sobre el terreno y en tiempo real (de ahí que la tendencia de elección competida que reportaran las encuestas no terminara manifestándose).
Hay algo en lo que Morena sí se parece mucho a la Revolución mexicana e incluso a una tendencia que inicia en el siglo XIX. En la medida en que las clases dominantes se van sofisticando se vuelven políticamente más vulnerables y terminan siendo retadas y desplazadas por algo que cabría llamar una élite plebeya y/o con vasos comunicantes con lo popular y plebeyo. La historia de México es una suerte de revolvedora de élites. Justo cuando las clases dominantes empiezan a producir patricios o un patriciado es cuando les llega el golpe letal. La Revolución mexicana fue particularmente efectiva para darle cause a élites plebeyas y crear nuevas a su sombra. Otra tendencia no menos importante de la historia de México y que a su vez irrumpe en el paisaje tanto con la independencia como con la revolución mexicana es la competencia o lucha, no de clases, sino de ciudades pequeñas y pueblos contra la gran ciudad. La periferia plurisocial contra el centro o los centros y todo lo que éstos concentran en distintos planos.
Cada vez resulta más patente que Morena le está dando una identidad política al plebeyismo del crimen organizado que hasta ahora no tenía. El crimen organizado representa a su vez mucho de ese movimiento expansivo desde los pueblos y ciudades pequeñas hacia las ciudades grandes a las que cada vez menos imitan y hacia donde más van exportando sus propios códigos culturales y societales. Esto ya venía desde los años noventa del siglo pasado, pero ha venido cobrando nuevos bríos después de resistir la llamada Guerra de Calderón. Debo subrayar que los ideólogos que todavía le quedan a la 4T o que están en su órbita confunden lo plebeyo con lo igualitario. La Revolución Mexicana fue nacionalista y plebeya pero su resultado todo menos igualitario. México y Brasil tienen niveles de desigualdad muy similares sin que el segundo haya experimentado una convulsión comparable a la mexicana de 1910-1920. La visión del plebeyismo ideológico –no la de un observador sin ilusiones– pasa por alto que no hay nada más plebeyo que la aspiración a la movilidad social y a la ostentación de todo lo que se consigue. No es una casualidad que entre plebeyos sea práctica común poner nombres de pila a su descendencia que a los no plebeyos les resulta el equivalente sonoro del oropel y la bisutería. Hay ahí un instinto aspiracional inocultable y distintivo. Ahora bien, la muy plebeya Revolución mexicana no desembocó en una sociedad más igualitaria porque reforzó al Estado como un mecanismo funcional para la captura de rentas e intercambio de favores. Lo que está haciendo Morena con el crimen organizado tendrá exactamente el mismo efecto, sólo que, con un estado debilitado, por lo que la inequidad resultante terminará siendo más cruda y brutal.
Mientras el franciscano de Palacio parece no sospechar que la política es en todas partes, pero particularmente en México, un mecanismo de ascenso social (como si la mayoría de los afiliados a Morena no tuvieran eso en mente) el régimen que va construyendo puede terminar en una triple alianza de militares metidos en funciones civiles (al estilo pakistaní o egipcio) con control territorial estructurado desde el crimen organizado y una nueva clase política que envuelve todo eso dándole a aquello presentación y legitimidad. Para esto último la 4T necesita realizar en el plano ideológico esa “transvaloración de los valores” de la que hablaba Nietzsche y que practica asiduamente nuestro desmañanado sin saber nada del filósofo alemán. Se trata de invertir la escala de valores. Si no puedo tener éxito con un estándar establecido simplemente lo pongo de cabeza y entonces lo que estaba hasta abajo en la escala ahora queda arriba: de ese modo se les devalúa los que se alienaban al ordenamiento anterior al tiempo que los delincuentes se vuelven así dignos de felicitación y, en una de esas, hasta entrañables.
Y aquí se impone otra distinción con el viejo PRI. En tanto este se imaginaba como heredero de una revolución del siglo XX que, como todas las de entonces les era natural adoptar una agenda modernizadora, el nuevo Frankenstein político, social bajo la bandera de Morena consta de rasgos pre y posmodernos en simultáneo: el progreso ya no le llama. La agenda modernizadora priista tenía la consecuencia benéfica para la sociedad, pues terminaba desestabilizando al régimen; la 4T en cambio estará encontrando un principio de control y estabilidad que resultará fatal para todos y cuyo único límite será exógeno, ello en la medida en que genere conflicto con los criterios de seguridad nacional de los Estados Unidos. En tanto, la resistencia actual de la clase media no alcanzará a tener un efecto definitivo, aunque no morirá porque el régimen no puede prescindir del todo del voto y las urnas en las que busca renovar su legitimidad. Dicha resistencia no tendrá siempre la misma intensidad, pero estará ahí latente. Todo esto es parte del ciclo largo de la historia nacional en el que las distintas tendencias y fuerzas se manifiestan y a veces se neutralizan, pero sin alcanzar un punto en el que el país adquiera una dinámica distinta que lo saque del ciclo largo para ponerlo en otra trayectoria. La Historia le pesa demasiado a México.