La pasión que despiertan los libros es un proceso interno, tan íntimo, que puede ser precoz o tardío, modesto o exacerbado, pero sin duda, está lleno de episodios personales que van entretejiendo la vida misma. Hacer tu biblioteca personal es como ir fraguando el destino, llenando los estantes de recuerdos, las páginas de notas y la memoria de letras. Esa primera vez que una historia nos arrebata, queda tatuada en nuestros quereres para siempre y aunque como el amor, el gusto por la lectura va madurando, ese primer libro, siempre conserva un lugar especial.
Abrir un libro es una experiencia de apropiación interesante, buscar el instrumento cortante con el cual hacer la incisión, sin que por supuesto, haya daño en las páginas, es una labor quirúrgica de precisión, que vale la pena para ese primer encuentro, el cruce de miradas con el que iniciará la historia común, ¡–el libro– se convierte en –nuestro libro–! Es por todo esto que la sola idea de pensar en prestarlos y que algo les pase o nunca vuelvan, es un riesgo al que pocos decidimos someternos.
Quizá por ese amor al –objeto libro– es que siempre tuve reticencia a entrar a las librerías de usado y más aún, comprar alguno de sus textos, se me ocurre pensar que todas las obras ahí depositadas, tienen su alma propia, acompañada por las cicatrices que sus anteriores propietarios les han ido legando. Los libros se convierten en relatos de momentos y de personas, cuentan historias paralelas a las que esconden sus páginas, muchas de ellas, respecto a sus dueños y al proceso de apropiación del libro, por eso, permitir a alguien entrar en esos recintos sagrados, que suelen ser nuestros libreros, es una posibilidad directa de urdir en nuestras vidas, de conocernos a profundidad, porque sí, sin duda, los libros que vamos leyendo, también nos definen.
Y resulta que un buen día mi socio, entre muchas otras cosas, de biblioteca, me envió una invitación de Facebook para unirme a un grupo llamado “La cháchara Aguascalientes, subasta de libros”, no sin antes haberme comentado que acababa de ganar una subasta de un libro de Snoopy.
Lo primero que se me vino a la mente fue una suerte de outlet de libros por los cuales se concursaba, pero resulta que la cháchara es todo un mundo de culto; una página cuyo objetivo central es, de manera libre, llevar a cabo remates de libros a través de subastas, si bien, algunos ciudadanos de a pie, de pronto se atreven a poner en almoneda artículos de sus propios libreros, la mayor parte de las subastas son convocadas por las librerías de viejo. La cháchara es un encuentro posmoderno de lectores variopintos, lo mismo se pueden encontrar ahí, coleccionistas de misales mensuales de los años noventa que verdaderos cazadores de lecturas especializadas o autores específicos o incluso decoradores de interiores que buscan rellenar oficinas con porte intelectual.
La recolección del libro de Snoopy titulado El amor según Snoopy nos trajo una ola de meditaciones, cuando al abrirlo, encontramos en su primera página una dedicatoria dirigida a la amada, de parte de su enamorado “Tan simple en papel Tan complicado en la vida real”, vaya paradoja del destino que semejante ejemplar terminara subastado, cuántas anécdotas guardará entre sus páginas, pero así es la cháchara, un mundo de posibilidades al alcance de un click de un me gusta y de ofrecer la cifra exacta para poder asir esos nuevos objetos con alma.
La cháchara tiene grandes virtudes:
- La categoría igualitaria de sus miembros: personas muy reconocidas en el ámbito cultural conviven e incluso ponen a disposición de los ávidos compradores, enseres literarios de sus propias bibliotecas, lo que sin duda, es una recomendación que garantiza la intensidad de las posteriores horas de lectura.
- El trato en tolerancia: aunque no sea una regla del grupo, pareciera que los integrantes tienen muy clara la visión de tolerancia, esos derechos de última generación en los que se pretende lograr condiciones de cordialidad entre los integrantes de una comunidad. Y es que, aun las más encarnizadas subastas terminan cordialmente, acatando el fallo de los moderadores que fungen como autoridad decisora.
- El impulso a la cuestión ambiental: dar una nueva oportunidad a todos eso textos, para que puedan volver a ser leídos, además de propiciar esa segunda posibilidad en los términos que Pixar ha rumiado ad nauseam, respecto de los juguetes, es por supuesto, una pequeña bocanada de oxígeno a nuestro medio ambiente.
- La posibilidad de encontrar tesoros: el arma de doble filo en que se convierte la afición por las subastas tiene por un lado, la posibilidad de azarosamente descubrir entre las publicaciones aquel texto que nunca has podido encontrar, ya sea por lo rara de la edición, por lo antigua o por lo limitado de su tiraje, pero, por otro lado supone también un peligro, en la cháchara hay la oportunidad de encontrar cosas que necesitas en tu vida, aunque siempre hayas sobrevivido sin ellas.
- La invitación a darse una vuelta por las librerías de viejo: liberarse de prejuicios y darse la oportunidad de explorar terrenos insospechados donde reinan las posibilidades culturales infinitas.
Pero de la cháchara hay mucho por contar, otro tanto en la segunda parte de esta columna.