En mi inútil opinión, la tercera parte del mural “Aguascalientes en la Historia”, en la que el pintor Oswaldo Barra se refirió a las artes de Aguascalientes, es la más lograda; la más atractiva de todo este conjunto.
Me gusta la composición, la manera como el artista organizó a los personajes, el tamaño que les asignó, seguramente de acuerdo a su importancia, así como sus obras, y acciones. A esto hay que agregar la forma como dividió el rectángulo, por una parte con ese camino de luz por el que se desliza una parvada de pericos de izquierda a derecha, y en el fondo la fachada del Instituto de Ciencias, y por la otra, en sentido contrario, y de arriba hacia abajo, como figuras centrales la Madre Tierra y el joven al que rescata de la oscuridad y lleva a la luz.
Por cierto que la primera ocasión en que me referí al conjunto de esta parte del mural, dije que desconocía la identidad de las mujeres que aparecían ahí, en la parte baja, a la derecha, entre Saturnino Herrán y su Tehuana, Jesús Contreras y su Malgré Tout, y otros, justo donde termina el camino luminoso. De aquí que la también historiadora y cronista Bertha Topete Ceballos me comentara que una de ellas era Antonia López de Chávez, primera directora de la Escuela Normal del Estado, y posiblemente otra sea Conchita Aguayo, quien fundó o participó en la fundación de la Cruz Roja.
En fin. Lo que quiero resaltar en esta entrega es que en el conjunto de la parte artística del mural domina la figura del poeta Ramón López Velarde, gracias a la aparición de las garzas, los pericos y desde luego el personaje, que fue pintado a la izquierda, observando a la Madre Tierra, a un lado del joven iluminado, y en una escala mayor a la de los demás personajes, sólo equiparable con la de la cabellera de maíz y el hijo rescatado. Lleva el poeta en la mano una hoja en la que se alcanza a leer el encabezado de un poema: “El Son del corazón”, que fue también el título de su último libro, el mismo que contiene, entre otros, el luminoso Suave Patria, y que se publicó años después del deceso del poeta.
El pintor escribió los dos primeros tercetos: Una música íntima no cesa,/porque transida en abrazo de oro/la Caridad con el Amor se besa.
¿Oyes el diapasón del corazón?/Oye en su nota múltiple el estrépito/de los que fueron y de los son.
Por mi parte agrego los dos últimos: La redondez de la Creación atrueno/cortejando a las hembras y a las cosas/con el clamor pagano y nazareno.
¡Oh Psiquis, oh mi alma: suena a son/moderno, a son de selva, a son de orgía/y a son mariano, el son del corazón!
El son del corazón… La palabra como preludio del amor; las palpitaciones vitales, como oleadas de placer carnal, y esta atmósfera de trópico caliente; húmedo, que destila el poema, como los ciclos de la vida, la poesía de López Velarde. Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a [email protected].