El delirio es un estado mental que causa confusión, el sujeto desorientado no logra pensar o recordar con claridad. Los cambios en la conciencia son repentinos, aparecen súbitamente, dicho en buen mexicano: se cayó de la nube en que andaba, tal y como le sucedió al rock star pandémico de la Cuarta Transformación, sólo eso explica la verborrea con que Hugo López-Gatell reveló conspiraciones y regaló primicias a sus amigos de El Chamuco.
En el programa de televisión El Chamuco, que conducen los caricaturistas El Fisgón, Rapé y Hernández, el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud se refirió a las protestas de los padres de niños con cáncer y la falta de medicamentos, López-Gatell indicó que se trataba de una campaña de la derecha internacional, dijo, que aprovechaba el espacio para “hacer una especie de alerta o por lo menos que quede registrado: este tipo de generación de narrativas de golpe, a veces se ha conectado en Latinoamérica, en la historia de Latinoamérica, con golpe, golpe, golpe de Estado, y esta idea de los niños con cáncer que no tienen medicamentos, cada vez lo vemos más posicionado, más como una campaña, más allá del país, de los grupos de derecha internacionales que están buscando esta ola de simpatía de la ciudadanía mexicana, ya con una visión casi golpista”.
No me uno a la indignación que levantó López-Gatell por sus declaraciones, creo con Eduardo Lizalde que “Grande y dorado, amigos, es el odio. Todo lo grande y lo dorado/ viene del odio” y que es fácil dejarse encandilar por los destellos, al grado que se deje de intentar entender, y ciegos, se responda con golpes a la ignorancia, a la violencia.
Reconozco las tretas verbales del subsecretario, López-Gatell no dijo que eran golpistas los padres de los niños con cáncer, acusó de una visión “casi golpista” de quienes hacían eco a los reclamos por la falta de medicamentos, con astucia plantó la idea y sus amigos la festejaron, fueron los moneros quienes dijeron que era de manual, que tenía toda la razón; el programa era la grabación de un grupo de amigos reunidos para celebrar cualquier ocurrencia, no fue una mala tarde del vocero de la pandemia, fue la oportunidad que aprovechó para reclamar al presidente que lo devuelva al pedestal del que lo bajó al eliminar las conferencias vespertinas.
Siento pena por López-Gatell por los intentos desesperados de volver a tener la atención de millones todos los días, por ser cobijado de nuevo por el manto protector de la consideración de López Obrador, quien ya lo hizo a un lado. No fue una mala tarde de López-Gatell, sus declaraciones no fueron un dislate, todo el tiempo se apegó al guion que lo convirtió en la más alta autoridad científica de la pandemia de covid-19.
No fue el subsecretario quien dijo que “había escuchado” que los refrescos contienen una sustancia que evita que se vomite por las grandes cantidades de azúcar que contienen esas bebidas, eso lo dijo uno de los moneros, López-Gatell sólo asintió, como también aprobó en silencio todas las teorías de la conspiración que los caricaturistas aventuraron para arropar la adoración con que lo miraban, con que se animaron a preguntarle, aprovechó el embeleso con que lo escuchaban para presumirles todo lo que había hecho, su buen comportamiento, sus ideales, su fidelidad al proyecto de López Obrador; lo que no pudo evitar el funcionario, por más vueltas que le dio, fue el reproche con que se quejó de que la infodemia avanzaba desde que ya no tenía sus conferencias diarias, habló de las mutaciones del covid-19, del número de muertos a pesar de estar vacunados y del incremento de contagios, casi suspirando porque ya no estaba él para combatir esa embestida de sus adversarios.
Rodeado de la admiración imbécil, López-Gateel presumió todo lo que quiso, se animó a darle primicias a los moneros, a exhibir a la administración de Felipe Calderón, de la que formó parte, pero no se manchó, gracias a su dignísimo comportamiento.
Pobre diablo, lo tiraron de la nube en que andaba, López-Gatell no merece el odio de nadie, apenas y alcanza para sentir pena ajena por sus delirios de grandeza.
Coda. Ay compadre, no sabe uno de dónde se sube, compadre, como cantaba Cornelio Reyna.
@aldan