A lo largo de este domingo no he podido dejar de recordar una y otra vez este aforismo de Lichtenberg: “Él me desprecia porque no me conoce. Yo desprecio sus acusaciones porque me conozco”, y es que durante la celebración del Día del Padre no he podido evitar ver los mensajes en las redes sociales donde antes que felicitar a los hombres que tienen hijos, una mayoría buenpedista se ve obligada a recordarnos que los padres somos hombres y, por ello, ejercemos una masculinidad tóxica sobre el mundo que nos rodea.
Antes que simplemente felicitar a quienes son padres, las redes se inundaron de mensajes en los que se daba permiso a festejar sólo a aquellos que encajaran en el modelo de paternidad responsable; pareciera que los hombres, antes que pensarnos como personas, estamos obligados a asumir que todo lo que aprendimos para construir nuestra masculinidad está equivocado porque lo hacemos a partir de la socialización de género diferenciada.
La superioridad moral con que unos deciden echar en cara la paternidad irresponsable de millones de mexicanos usa datos del Inegi como argumento, como que el 67.5% de las madres solteras no reciben pensión alimenticia; otro, en México, en 4 de cada 10 familias está ausente el padre, y esa ausencia violenta a niños y niñas de múltiples maneras. Los datos son irrebatibles, pero la interpretación puede ser otra, sin justificar a quienes no se hacen responsables de sus hijos, para discutir esas cifras es necesario buscarle contexto, contarnos las historias que hay detrás de cada ausencia, porque para entender el mundo y poder modificarlo no se puede caer en la simplificación de las mujeres buenas que salen adelante solas al ser abandonadas y los hombres malos que se ausentan por placer.
La ola de mensajes que se abrogan la obligación de hacer de México un país de hombres responsables, tiene la enorme falla, considero, de no buscar un diálogo hacia cómo se pueden modificar las conductas sino simplemente señalar los errores, a quienes creen que se colocan del lado bueno de la historia les basta construir un molde que raya en la caricatura y ahí meten a quien desean criticar.
Yo soy padre divorciado, seguro formo parte de la estadística del Inegi que indica la ausencia en 4 de cada 10 familias, sin embargo, nunca he faltado a mi derecho de otorgar la pensión para mi hijo, pero los llamados de los buen pedistas a realizar una celebración bien pensada y merecida, me obligan a colocarme en el modelo que critican, además cualquier observación que pueda hacer sobre esa caricatura es inmediatamente descartada porque no asumo que mi masculinidad, por el simple hecho de ser, es tóxica. La herencia de mi padre se reduce a que me enseñó a ser hombre en un contexto donde todo lo que pudo enseñarme estaba mal, no importa si él iba al mercado, hacía trabajo doméstico o cumplió de manera responsable como persona y, en la medida de sus posibilidades, intentó transmitir todo su conocimiento del mundo a sus hijos; nada de lo que pude haber aprendido de él logra superar la prueba de los críticos que reducen la masculinidad a la violencia y el abuso.
Como padre, todos los días reviso el ejemplo que mi hijo está recibiendo de mi parte, lo que hago con y para él requiere de un diálogo entre nosotros, con su madre, para evaluar que lo que aprende le sirva para desarrollarse como persona, sin esa conversación nada de lo que haga servirá porque no hay posibilidad de realizar una evaluación; como hombre no consigo imaginar lo que haría para y con mi hijo si parto de que todo lo que soy está mal y debo asumir que es necesario cambiar para no corresponder a la caricatura de la paternidad irresponsable con que los que se sienten buenos inundaron las redes sociales.
¿Cómo ser mejores personas, mejores ciudadanos?, esa es la conversación que no estamos teniendo y nos hace mucha falta.
Coda. Lichtenberg: “Una regla de oro: no hay que juzgar a los hombres por sus opiniones sino por aquello en lo que sus opiniones los convierten”.
@aldan