Caminar por la Alameda central en la ciudad de México es una experiencia que concentra nuestros sentidos, que inspira a meditar, sobre todo cuando uno se topa de frente con una mujer esculpida, en la que reza, en francés, la frase malgré tout ( a pesar de todo).
La escultura, a cuya réplica refiero, colocada en el paso de los peatones que inundan todos los días el centro de la capital, resulta inquietante, aún entre las prisas y el estrés que puede respirarse. Su posición de desasosiego, desnuda y encadenada, sometida, pero en una franca actitud de lucha, esforzando hasta el último de sus músculos de los dedos de los pies y la cabeza, mirando de frente, como diciendo ¡a pesar de todo! son imposibles de ignorar.
Se dice de la escultura del aguascalentense Jesús Fructuoso Contreras (la original está albergada en el Museo Nacional de Arte) que presuntamente fue labrada cuando el artista ya había sufrido la amputación de su brazo. No pasa desapercibido, que un artista de su época, sobre todo proveniente de Aguascalientes, haya dedicado sus esfuerzos a la representación de una mujer que lucha por romper sus cadenas, sin duda un adelantado a las luchas de su generación.
Como parte de la historia que circunda a la escultura, ha trascendido que Justo Sierra la interpretaba como la representación de nuestro país, siempre pareciendo rendido, azotado por guerras, desastres naturales e infinidad de circunstancias que invitarían a rendirse, pero siempre volviendo a levantarse.
La evocación que la Malgré tout provoca, en esos instantes de encuentro, es algo más íntimo, es la apreciación de esa mujer, vulnerada como lo fue Ingrid Escamilla o cualquiera otra de las mujeres que hoy sólo son estadísticas, sometidas a las voluntades de quienes, desde el sillón de la comodidad, determinan el destino de las mujeres, sin saber esas realidades diversas que ellas viven y más aún, ¡sin el más mínimo interés de conocerlas!
Malgré tout es también la desnudez que permite que a las mujeres se nos juzgue sin tapujos, que cualquiera sienta la autoridad para hacerlo, en el cómo debemos vernos, por supuesto siguiendo los estereotipos mercantilistas imperantes, renegando de nuestro fenotipo, en el cómo debemos comportarnos, siguiendo siempre mitos virginales y de santidad, en el lugar que debemos ocupar en el mundo, en la sociedad, en la familia y en las relaciones personales, esa desnudez, además evoca la vergüenza que se nos ha impuesto que debemos sentir por el simple hecho de vivir en la piel de la mujer.
Las cadenas por supuesto no son aleatorias, el sometimiento de las mujeres es una cuestión institucional, los prejuicios derivados de los estereotipos de género, han poblado desde la moral particular de nuestras sociedades, hasta nuestras normas jurídicas, las instituciones más representativas del derecho de familia, guardan relación directa a los roles de género plenamente identificados por Melchor Ocampo en su epístola, la sujeción a ser una “buena mujer” dedicada a los demás y privada de sí misma es, evidentemente un requisito esencial.
No basta su encadenamiento, además se encuentra postrada en el piso, con ese esfuerzo adicional que implica el “suelo pegajoso” del que parten las luchas diarias de todas, teniendo que dar por descontada la necesidad de cuidado de la familia, de todos: niños, ancianos, enfermos y maridos, el sostenimiento práctico de la casa, las labores domésticas y de supervisión de satisfacción de las necesidades, por supuesto eso ahora acompañado del trabajo fuera del hogar, con dobles o triples jornadas.
Malgré tout, no obstante, lucha, como Olympe de Gouges, las sufragistas, las adelitas, o las convencionistas en nuestro Estado, como las mujeres que toman las calles para exigir la igualdad sustantiva de derechos, esforzándose en salir de esa condición que por supuesto para las mujeres es incómoda, pero que parece que incomoda aún más, al sistema patriarcal el intento de cambiar el status quo, porque claro, parte de ese fair play que se busca, traerá consigo que cada cual deba asumir sus propias necesidades, imponiendo a cada cuál sus cargas individuales, pero también tolerando la ocupación de espacios , otrora reservados para ellos.
Malgré tout, aun en su condición, sostiene la mirada al frente, levanta la cabeza con el orgullo que tiene quien conserva su dignidad, así esta lucha de reivindicación de derechos que apenas comienza y en la que de forma maniquea se pretende dividir en las buenas y las malas, las que luchan por la vida y las que luchan por su vida, una lucha por la que se incrimina a las mujeres como suyas, las consecuencias de la modernidad: la drogadicción, el alza en las cifras de divorcios, la desintegración familiar, el aumento de suicidios.
A pesar de todo, de lo fuerte de soportar el peso de un sistema que se niega a derrumbarse, estamos de pie todos los días, asumiendo cargas desproporcionadas, trabajando lo mismo y percibiendo menos salario, tratando de romper techos de cristal que hacen complejo ocupar cargos de poder, derrumbando mitos que limitan el libre ejercicio de nuestras personalidades. A pesar de todo, seguimos reivindicando que el ser mujer es mucho más que aquello que la cultura ha forjado en piedra, a través de sus diversos relatos hegemónicos.
Aquí seguimos, siendo mujeres, malgré tout.