Sergio Reyes Ruiz y Victor Hugo Salazar Ortiz
Movimiento Ambiental de Aguascalientes, A. C.
Estamos en tiempos de campañas electorales. Nuestro derecho, y nuestro deber, es informarnos sobre las plataformas y propuestas políticas con tres objetivos: 1. Formarnos un criterio sólido e informado que configure la decisión de nuestro voto; 2. Exigir que los temas importantes y trascendentes estén presentes en las agendas políticas de las candidaturas, y; 3. Evaluar a quienes lleguen a los cargos de elección popular, contrastando el desempeño en funciones con los compromisos en campaña. Tres también son los pecados que cometen quienes coquetean con nuestro voto, y sobre ello va este artículo.
- Propuestas que no son tal
Es muy común ver que a falta de una dotación robusta de objetivos y metas para la eventual función y servicio público, las ofertas de las candidaturas estén plagadas de una variante electoral del famoso copy-paste: la maniobra, simple y efectista, consiste en tomar una atribución o responsabilidad del cargo y maquillarla como propuesta de campaña. Podemos ver entonces cómo candidatos y candidatas plantean, por ejemplo, seguir un ordenamiento territorial sustentable, la prestación de servicios, escuchar las necesidades e inquietudes de la ciudadanía, la defensa de algún (o todos) los derechos humanos o el mejoramiento de la infraestructura y equipamiento urbano. ¿Le suenan? Pues ninguna es en realidad una propuesta de campaña: todas esas son atribuciones, facultades y responsabilidades de la autoridad. Pueden variar según el ámbito de gobierno y el marco legal, pero en general son cuestiones que tendrán que cumplir en el cargo, quiéranlo o no.
Esta triste realidad revela un aspecto aún más aciago de nuestra democracia: se ha vuelto normal esta práctica de prometer lo obvio y redundante porque, como dice el dicho, “en tierra de ciegos, el tuerto es rey”. Es tan común que quienes detentan el poder al hacerlo dañen al Estado que hasta parece positivo y notable quien por lo menos no lo hace tan mal. Frases como “más vale malo por conocido que bueno por conocer”, “sí robé, pero robé poquito” o “sí roban, pero por lo menos algo hacen” afloran en campañas porque nos hemos acostumbrado a votar por la opción “menos peor”. Sin embargo, es nuestra obligación recordar la máxima de que “un mal menor no es un bien” y que quien no cumpla con sus responsabilidades en el cargo de elección que juró, además del castigo en las casillas, debe también responder administrativa y legalmente como ataña.
- Falta de claridad
Otra deficiencia en los catálogos de propuestas se refleja en planteamientos incompletos, insuficientes, descontextualizados y excesivamente generales. Cualquier candidatura debería mostrar, primero, un diagnóstico propio, consumado y exhaustivo de las condiciones sobre las que, eventualmente, se actuaría desde una posición de poder y decisión. Desde ahí ya partimos de una carencia y es de lo más usual apreciar en cámaras y micrófonos descripciones ignorantes y obtusas de las problemáticas socioambientales que requieren una atención pronta, decidida y cabal. Consecuencia lógica de ese defecto son, entonces, los listados que podemos ver en lonas, volantes y, ahora, banners y posts, en donde una figura política retocada digitalmente lanza propuestas que no indican su viabilidad financiera, su relación con planes de desarrollo a largo plazo, su despliegue en fases o etapas, los procedimientos de ajuste y flexibilidad, ni los mecanismos de participación ciudadana transversal y efectiva. Mucho menos se aprecia en esas colecciones de propuestas la noción siquiera de un plan de gobierno, de trabajo legislativo o de desarrollo que sea integral, efectivo, coherente y eficiente. Y ya no digamos los equipos de trabajo y gabinetes, que lejos de ser un requisito indispensable que presentar para evaluar las distintas opciones de la boleta, resultan secretos y compromisos a negociarse y transigirse una vez capturado el botín en las urnas.
- Falta de evaluabilidad
El último pecado de las propuestas electorales ambientales es, como se dice, “plan con maña”. Conscientes en cierta manera de que la mercadotecnia electoral tiene como objetivo vender, pero no cumplir, las campañas están repletas de propuestas (cuando las hay) que no sólo adolecen de claridad, sino que resultan prácticamente exentas de evaluación, cotejo, auditoría y escrutinio. La transparencia, la rendición de cuentas y la contraloría social en el ejercicio de la función pública deben comenzar en las plataformas y propuestas de campaña electoral. No hay programa o proyecto profesional que carezca de indicadores comprobados, convenidos y avalados que permitan la continua y, en su caso, final evaluación sólida y robusta con todos los beneficios que conlleva. Tampoco hay, por tanto, razón para que en el periodo electoral no se exhiban los indicadores y mecanismos de comprobación que servirían para calificar el cumplimiento de cada propuesta y, desde luego, el planteamiento con el aprendizaje respectivo de las siguientes. Como se dice, siguen pidiendo un “cheque en blanco”; no olvidemos de qué cuenta bancaria saldrán los fondos para esos “cheques”.
La pandemia nos ha dejado lecciones ambientales y retos que se acumulan con los que ya veníamos arrastrando. Pero desde la esfera política partidista no se ven trazas de una “nueva normalidad” a la altura de los nuevos retos: lo que hemos visto en este periodo electoral son peores versiones de las mismas expresiones de los partidos y coaliciones en campaña. La resistencia al cambio siempre es dura. Pero entre más dura es, lo es también el inevitable quiebre.
@mov_ambiental