Qué abogado no conoce la pirámide de Kelsen, la cual, de acuerdo a la doctrina jurídica, representa la forma en que se relaciona un conjunto de normas jurídicas, pero, partiendo del principio de jerarquía, es decir, imaginemos una pirámide escalonada, y colocando en la cima de ella a la Constitución Política de nuestro País, en el escalón inmediatamente inferior las leyes, en el siguiente los reglamentos y así hasta llegar a la base de la pirámide.
En el sistema jurídico mexicano, la pirámide Kelseniana se encuentra descrita por el artículo 133 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que cita lo siguiente: “Esta Constitución, las leyes del Congreso de la Unión que emanen de ella y todos los tratados que estén de acuerdo con la misma, celebrados y que se celebren por el Presidente de la República, con aprobación del Senado, serán la Ley Suprema de toda la Unión. Los jueces de cada entidad federativa se arreglarán a dicha Constitución, leyes y tratados, a pesar de las disposiciones en contrario que pueda haber en las Constituciones o leyes de las entidades federativas.”.
Para el ilustre jurista -y por cierto expresidente de México- José María Iglesias, el respeto a los sistemas normativos era fundamental, pues gracias a estos se lograba garantizar la seguridad jurídica, la justicia y el bien común, de modo que, no se podía hablar de un Estado sin derecho, donde justamente la ley suprema, la Constitución, juega un papel importante, por ello, para éste reconocido jurista era fundamental entender la supremacía de la Constitución bajo una frase sacramental: “Sobre la Constitución nada, sobre la constitución nadie”.
Claro está, que todo sistema normativo requiere de un proceso legislativo para darle vida a las leyes y decretos existentes, por lo menos en México este proceso inicia con la presentación de iniciativas, seguido de un dictamen, posteriormente de una discusión y votación, para finalmente concluir con la promulgación de la ley.
Sin embargo, existen otros sistemas normativos –no jurídicos- que no están contemplados en la pirámide Kelseniana o sujetos a un proceso legislativo, me refiero a aquellas normas morales o sociales, que no son otra cosa, que un conjunto de reglas, valores o bien modelos de conducta que llegan a ser aceptados en determinados sectores de la sociedad, comenzando desde el propio núcleo familiar.
El origen de este otro tipo de normas (morales o sociales) es variable, según se sabe, no cuentan con una fuente propiamente histórica, real o formal, pero en algunos casos, determinados acontecimientos histórico-personales, son la base para comenzar a trabajar en esas normas y por ende ser acatadas por quienes así lo desean, esto si consideramos que no existe una autoridad del Estado que obligue a que se cumplan, pues la única autoridad encargada de exigir su cumplimiento es uno mismo.
Hace treinta y cuatro años, padecí de una enfermedad llamada púrpura –o púrpura trombocitopénica idiopática- del cual hasta la fecha sigo sin conocer las causas del porqué la padecí, lo que si recuerdo, es que brotaron en mi cuerpo una innumerable cantidad de manchas rojas, seguido de un sangrado impresionante, para posteriormente ser hospitalizado y luego trasladado a la ciudad de León, en espera de una pronta recuperación.
Durante el trayecto a León a bordo de la ambulancia me acompañaba mi Mamá, quien por cierto no dejaba de llorar, pues aun y cuando le preguntaba el motivo, ella no me quería decir, claro yo era un niño de apenas escasos siete años y no comprendía algunas cosas que pasaban en ese momento, ya estando en aquella ciudad, mi estado de salud mejoró sorpresivamente, pese a las pocas probabilidades de vida que auguraban los médicos.
Décadas más tarde, luego de insistirle a mi Mamá, el que me platicara más a fondo lo ocurrido en aquellos años, ella se concretaba a contestarme que eso que yo recordaba –lo ya expuesto en párrafos anteriores- era lo que en realidad había pasado y que le daba gracias a Dios el que siguiera con vida.
Este suceso en mi vida, respaldado por el apoyo incondicional de mi Mamá y desde luego de mi Papá, familiares y amigos, fue determinante para entender la razón de tantos y tantos llamados de atención a lo largo de mi niñez y adolescencia; regaños y consejos de mis padres, pero sobretodo de los valores y principios que me transmitieron día a día, que me permitieron crecer como persona, con errores y algunas que otras virtudes.
Es cierto, se trató de una enfermedad pocas veces curable, pero motivó a la creación de una serie de normas no jurídicas, pero si morales e incluso sociales, encaminadas a entender uno de los valores más importantes de la familia, me refiero a la unidad y el cuidado, y que mejor, que nuestras madres para guiarnos por ese largo camino de la vida, ofreciéndonos un consejo o su apoyo incondicional de mamás o hasta sancionándonos por cada error cometido u ofreciéndonos lo que ningún Estado de Derecho nos pudiera ofrecer, dar la vida por sus hijos.
Margarita Martínez, gracias por ser mi Mamá, Te Amo.