APRO/Manuel Michelone
En el 2007 Apple presentó el iPhone, el primer teléfono que no requería de una plumita plástica para usarla e interactuar con la pantalla. No. Ahora el iPhone usaba los dedos en lugar de dicha pluma (llamada stylo) y evidentemente el uso del teléfono iba a cambiar.
Además, Apple presentó con su iPhone las “apps”, programas para su teléfono “inteligente” de manera que aparte de hacer llamadas por celular, se podían tener mapas, calculadora, información del clima, juegos, etcétera. Y aunque finalmente el iPhone era una computadora de minúsculo tamaño, aparte podía tener comunicación en la red celular.
El éxito de Apple con su iPhone fue notable. Se vendieron miles de millones de estas unidades y evidentemente el negocio de la telefonía móvil dejaba de pertenecer a las grandes empresas o al menos, ahora estas tendrían que darse cuenta que un nuevo conjunto de socios había llegado para quedarse.
Y la cosa no pintaba mal porque ahora las telefónicas podían dedicarse al negocio de la telefonía y dejar que el mercado de los teléfonos celulares lo tuviesen terceros. Esto motivó una enorme competencia y con el tiempo vimos nacer a empresas como ZTE, Samsung, Nokia, la misma Apple y otras más que empezaron a fabricar teléfonos móviles más sofisticados y poderosos que los de los primeros años.
Cuando Apple presentó el iPhone, también nació el mercado de la programación de las apps, que no es otra cosa que el software que requieren estos teléfonos para interactuar con mapas, con información de todo tipo, por ejemplo, el clima o el tránsito en la ciudad, etcétera. Las compañías fabricantes de software entonces empezaron a crear estas apps para toda clase de nichos de mercado.
Por ejemplo, en el 2020 la tienda oficial de apps de Apple ofrecía 957 mil 390 aplicaciones para juegos y unas 3.42 millones de apps dedicadas a otros temas. Para junio del 2017, se habían descargado 180 mil millones de veces las apps para el teléfono de la manzana.
Es evidente que hay un mercado enorme para las apps telefónicas. De hecho, cuando salieron los teléfonos Android, se copió el mismo esquema de la tienda virtual de Apple y muchísimas compañías portaron sus apps de iPhone a Android. Y de pronto parecía que todo se podía programar como una app y que los programadores podrían vivir no sólo de vender este tipo de software, sino que podían poner versiones recortadas de sus programas (o con anuncios), para que así, el usuario las adquiriera o bien con los anuncios la app en cuestión se podría mantener “monetizada”.
Pero con los años el concepto de las apps cambió. De hecho, lo que ocurrió es que los usuarios se hicieron de las apps más importantes, por ejemplo, una de mapas (como Google Maps), Facebook y Twitter. A partir de estas apps las demás podían pasar a segundo plano, porque el uso del teléfono al final de cuentas nos sirve mucho más para movernos en las ciudades y el tener información de nuestras redes sociales. Además, los fabricantes podían poner una serie de apps de fábrica, como el correo de Google o bien la calculadora y el jueguito de la serpiente, entre muchas otras apps. Pero entonces se cayó en la cuenta que el mercado de las apps de pronto estaba ya cubierto en la mayoría de los casos.
Hoy, sin embargo, los programadores siguen haciendo apps, pero ahora con la intención de que estas duren, por ejemplo, lo que dura un evento determinado. Así pues, si yo quiero ir a una serie de conferencias que una empresa organiza, es probable que tengan ellos una app que contenga toda la información relevante, la calendarización de los cursos, tips para tener una mejor experiencia en dicho evento, etcétera. Una vez pasado el ciclo de conferencias, el usuario bien puede borrar la app porque ya no tiene sentido tenerla en el teléfono instalada.
Otro nicho que ha cobrado fuerza es el de las apps de bancos, en donde los usuarios del sistema bancario pueden hacer traspasos, revisar sus movimientos, ver lo que han pagado o recibido, etcétera. Así que ahora todo lo estamos teniendo en la palma de la mano en nuestros teléfonos inteligentes. Y si no son inteligentes, al menos son muy útiles, pues nos ayudan a lidiar con la cotidianidad.
¿Qué sigue para las apps? Probablemente una interacción mucho más eficiente con los asistentes como Siri, Alexa o Google Ok. Hay un número importante de apps que podrían mejorar si la interacción con las mismas fuese vía la voz humana. Y este tipo de interacción es igualmente importante en apps como la de mapas o bien, la de poder jugar usando solamente comandos de voz. Hay pues un nuevo mundo que se abre todos los días cuando hablamos de programación.