APRO/Rodrigo Vera
Para el nuncio apostólico en México, Franco Coppola, algunos territorios del país ya se convirtieron en “zonas de guerra” que se disputan los cárteles de la droga. Y es ahí donde la Iglesia católica –señala metafóricamente– está obligada a levantar “hospitales de campaña” para atender a las víctimas.
“El Papa Francisco nos ha dicho que la Iglesia debe ser como un hospital de campaña en estas situaciones de sufrimiento. Y si no podemos sanar a las víctimas, porque eso compete a otros actores, por lo menos debemos estar presentes para reconfortarlas”, comenta el diplomático.
Enfundado en un traje oscuro, que contrasta con la blancura del alzacuello y el resplandor plateado de su cruz pectoral, Coppola agrega con su marcado acento italiano: “Para mí, visitar a las víctimas es como visitar a los enfermos. Aunque uno no sea médico y no los pueda sanar, visitar a los enfermos es de gran ayuda porque les mostramos nuestra solidaridad al hacerles compañía… Por esa razón visité Aguililla”.
Alude al recorrido por carretera que hizo el pasado 23 de abril en la comunidad de Aguililla, la peligrosa zona de la Tierra Caliente michoacana que se disputan los Cárteles Unidos y el Cártel de Jalisco Nueva Generación.
Acompañado por el obispo de Apatzingán, Cristóbal Ascencio, y a bordo de una camioneta blanca en la que ondeaban banderolas del Vaticano en señal de paz, Coppola realizó el recorrido por una carretera bloqueada con enormes zanjas y bordeada por vehículos incinerados y baleados por los narcotraficantes.
Al llegar a Aguililla, el representante papal se reunió con víctimas de la violencia y ofició una misa en una escuela primaria. “La mafia florece donde el Estado no está… Lamentablemente, la violencia no es característica de Michoacán, es de todo México”, les dijo a los pobladores.
Los medios nacionales e internacionales calificaron el viaje como un acto temerario, ya que el obispo y el nuncio se metieron en la “cueva del lobo”, poniendo en riesgo sus vidas, algo que no se atrevió a hacer ni el gobernador de Michoacán, Silvano Aureoles, quien había visitado Aguililla apenas 10 días antes… pero en helicóptero.
Satisfecho, comenta ahora Coppola: “A los criminales les gusta el silencio, que no se hable nada de sus acciones, que todo quede en lo oscuro. De manera que al viajar a Aguililla mi intención fue prender las luces y llamar la atención sobre el drama que ahí se está viviendo.
“Además, aunque sólo fue un día, los pobladores de Aguililla vieron su camino liberado y pudieron abastecerse. Vi camiones que transportaban mercancías y, claro, muchos vehículos quemados y con impactos de bala a lo largo del trayecto, pues aquello es una zona de guerra.”
Tras casi cinco años como embajador del Papa, quien lo nombró nuncio en México en julio de 2016, esta es la primera vez que Coppola visita una peligrosa zona de conflicto para reunirse con víctimas, pues anteriormente sólo se había dedicado a sus labores diplomáticas y a participar en actividades litúrgicas y pastorales.
Inclusive, desde que se reanudaron las relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede, en 1992, es el primer nuncio que se interna en un territorio dominado por los cárteles del narcotráfico. Coppola marcó un parteaguas respecto a lo que habían sido las actividades de los representantes papales. Dio una sorpresa.
Relata los antecedentes de su visita: “Todo surgió durante la pasada asamblea plenaria del episcopado, a mediados de abril, cuando el obispo de Apatzingán, monseñor Cristóbal, nos contó con preocupación que su diócesis está partida en dos por la lucha entre cárteles; incluso nos dijo que alguna vez no le permitieron salir de un poblado para regresar a Apatzingán.
“A mí ya me habían enviado fotos de una masacre ocurrida en Aguililla a finales de marzo pasado. Aparecían cuerpos decapitados. Me impresionaron mucho. Por el testimonio del obispo y por esas imágenes decidí visitar a los pobladores de la zona que están sufriendo muchísimo.
“Se lo comenté a monseñor Cristóbal y él se encargó de organizar el recorrido. Me dijo: ‘Vamos a viajar en mi camioneta, porque los grupos armados la tienen bien identificada, saben que es el vehículo del obispo’… y así pudimos abrirnos paso.”
Coppola está al tanto de la violencia por narcotráfico que viven varias diócesis. Menciona la de Ciudad Altamirano, Guerrero, donde ya fueron asesinados cuatro sacerdotes y dos seminaristas. También la de Chilpancingo-Chilapa, en el mismo estado, cuyo obispo, Salvador Rangel, se ve obligado a dialogar con los narcotraficantes para persuadirlos de que cesen el fuego. Al nuncio igual le preocupa la actual escalada de violencia en la diócesis de Celaya, donde apenas en marzo pasado el crimen organizado ejecutó al sacerdote Gumersindo Cortés.
Comenta al respecto: “El centro del país, concretamente Guanajuato, está sufriendo mucho por la violencia, al grado de que a Celaya la acaban de incluir en la lista negra de las ciudades más peligrosas del mundo. Pronto iré a esa diócesis, porque ahí se va a dar relevo de obispo y debo estar presente. Veremos qué se puede hacer ahí”.
–Al obispo Salvador Rangel se le critica por dialogar con los jefes del crimen organizado de Guerrero. ¿Cuál es la postura de usted? ¿La Iglesia debe dialogar con criminales?
–Quienes pertenecemos al ámbito diplomático tenemos como principio el diálogo con todos. De pronto nos envían a países donde la autoridad es un dictador que ha cometido los peores crímenes contra la humanidad, y aun así tenemos que tender puentes con él, por el bien de las personas que están bajo su poder. ¡Sí! Hay que hablar con esas personas, necesariamente”.
79 asesinatos diarios
Durante la entrevista de una hora con el reportero, el alto y corpulento diplomático, de nariz aguileña, no deja de externar su preocupación por la actual ola de violencia en México.
Según el más reciente reporte mensual del gabinete federal de seguridad, en abril pasado se registraron 2 mil 370 homicidios dolosos, cifra que equivale a un promedio de 79 asesinatos al día. Y en este mayo acaba de consternar el asesinato de tres jóvenes hermanos de Guadalajara, ejecutados por un comando armado.
Además, se calcula que alrededor de 80 mil personas han desaparecido en México en los últimos 15 años. Sólo el año pasado se registraron 4 mil 960 desaparecidos, 90% por el crimen organizado. La violencia no cesa.
Un escudo en bronce del Vaticano marca al macizo portón de acceso a la nunciatura apostólica. En su interior, amplios y bien cuidados jardines circundan la residencia del nuncio, quien da la entrevista en un salón en cuyos muros hay retratos al óleo de los más recientes pontífices, el del Papa Francisco cuelga en el lugar principal; sobre la chimenea de mármol.
Coppola se acomoda en un sillón de alto respaldo, luego cuenta que, tan pronto Andrés Manuel López Obrador ganó la Presidencia de la República, pidió a través de la nunciatura la intervención del Papa para pacificar a México.
Relata: “Antes de tomar posesión, el actual presidente le envió una carta al Papa donde le pide la contribución de la Iglesia para resolver el problema de la violencia en México. Y el Papa le respondió que sí, pues es deber de la Iglesia colaborar en esos asuntos. Nosotros como embajada intervenimos en esa comunicación.
“Me pareció muy importante que el nuevo gobierno no solamente hablara del problema, sino que incluso pidiera ayuda para enfrentarlo. Muy distinto al anterior gobierno, que no quería hablar del tema.”
Misión a México
Ante la petición de ayuda de López Obrador, refiere que la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), que aglutina a alrededor de 150 obispos, le encomendó al actual arzobispo de Morelia, Carlos Garfias, coordinarse con el gobierno de la Cuarta Transformación para colaborar en la pacificación.
Los obispos designaron a Garfias por su experiencia en la atención a víctimas de la violencia, pues siendo arzobispo de Acapulco, en 2012, empezó a abrir en la costa guerrerense los llamados “centros de escucha”; espacios donde se da atención espiritual y jurídica a las víctimas, que son manejados por equipos de psicólogos, abogados y sacerdotes. Estos centros se fueron extendiendo a otros lugares (Proceso 1951).
Así, con miras a colaborar con el nuevo gobierno, Garfias elaboró, en septiembre de 2018, el Plan de la Iglesia Católica para la Construcción de la Paz, donde se enumeran varias acciones a seguir, como la capacitación de sacerdotes en “mediación de conflictos” y en “situaciones de dolor y muerte”.
Aparte, el proyecto pone a disposición del gobierno la infraestructura eclesiástica en materia de derechos humanos: 35 centros de escucha en todo el país, 20 centros de derechos humanos, 119 casas de migrantes, ocho centros de atención para familiares de desaparecidos, 151 orfanatos, 97 grupos de atención a presidiarios, 34 centros de atención para personas en situación de calle, entre otros espacios.
Sin embargo, la interlocutora nombrada por López Obrador para coordinarse con la CEM, Loretta Ortiz –quien iba a tener una oficina ex profeso, en la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana de Alfonso Durazo– dejó muy pronto esa función… y el proyecto de colaboración quedó empantanado (Proceso 2219).
Coppola espera que se retome, pues los índices de violencia siguen siendo alarmantes.
Dice: “A causa de la pandemia, en este proyecto no se pudo progresar como queríamos. Esperemos que bajen los contagios para poder reanudarlo. Y también a que pase el actual periodo electoral, el cual hace muy difícil hablar de unidad”.
El gobierno mexicano –considera– no podrá resolver por sí solo esta grave situación, se requiere un “frente común” que incluya a las organizaciones sociales, a las distintas Iglesias y a la población en general.
“Tampoco el problema de la violencia se solucionará en un sexenio, ni hay recetas precisas para resolverlo; no, por desgracia no es así… hay que ir encontrando caminos poco a poco, esto lo hemos comprobado en Italia”, dice.