Dice Fernando Vallejo que “El pleno derecho a existir sólo lo pueden tener los viejos”, a pesar de lo fuerte de la afirmación en el fondo me parece que tiene cierta razón el autor, nadie con más derechos que aquellos cuyos años les han hecho ganar lo que no se puede salvo con el tiempo: sabiduría, o en términos coloquiales, “más sabe el diablo por viejo, que por diablo”. Esta idea es la que permeaba en nuestras culturas precolombinas, en las cuales sólo los mayores de “sesenta años… tenían permiso de emborracharse”, de tomar pulque (Lucio Mendieta y Nuñez) y donde los huehuetlatollis o pláticas de los viejos buscaban inculcar en los niños y los jóvenes que iban al Calmecac o Tepochcalli, ideas o principios morales (De la Torre Rangel).
Este pleno derecho a existir tiene muchas aristas, una de ellas la vemos en el documental-ficción chileno El agente topo (2000) de Maite Alberdi, el cual compitió en los Óscares a mejor documental en este año. La cinta explora el mundo de los adultos mayores en la última etapa de su vida: una casa de retiro, un grupo de detectives privados contratados para investigar si una anciana es maltratada, y entra en escena nuestro personaje principal: el agente topo.
El producto es una mezcla de ficción y documental, inicia sobre cómo se recluta a un adulto mayor de ochenta años, que esté en buenas condiciones físicas y sepa utilizar la tecnología, esto pues entrará de incógnito a la casa de retiro para justamente espiar a una mujer que ahí pasa sus últimos años. Los cineastas (es un gran equipo) se toman su tiempo para narrarnos la historia, por ello vemos planos largos con rostros pensativos, secuencias lentas que nos hacen reflexionar sobre el concepto de la soledad; lo que pretenden es llevarnos de la mano por situaciones extremas de los ancianos que viven en soledad. El agente topo, comienza a hacer amigos entre todos los que viven en la casa, un don innato para escucharlos lo vuelve rápidamente popular e incluso una de las mujeres, fantasea con casarse con él. Alerta de spoiler, y entonces el agente topo descubre cuál es el verdadero maltrato: el exterior ha dejado de visitar a los ancianos, la mayoría de ellos están descuidados, olvidados, se enfrentan solos sus últimos días, y tal vez más que la muerte, el verdadero fantasma es la soledad.
Creo que el objetivo de la directora es mostrar que la sociedad, que el estado, que la ley, le ha fallado a los ancianos, y es que si bien ha creado en la última década normas especializadas en atención de los adultos mayores, leyes que hablan de principios como autonomía y autorrealización, de integración, de equidad; sin embargo es mi percepción que la letra del texto en el fondo tiene un tufo de canonjía, de concesión graciosa o en el mejor de los casos de obligación del estado y la sociedad, pero no así de un derecho que los abuelos se han ganado, es decir, la norma no parte de lo que ellos merecen, sino de lo que la ley quiere darles.
Pareciera que no fueron ideadas por los propios interesados, sino por especialistas que viven sólo el aquí y el ahora, que están inmersos en esa frenética vida moderna tan acelerada, que por lo mismo olvidan el ayer y no pueden imaginar el futuro, por ello tienen miedo a envejecer, no existen los viejos, ni los ancianos, sólo los adultos mayores. Y me perdonarán los creadores de conceptos tan políticamente correctos y al mismo tiempo tan huecos, pero seguiré hablando con palabras como “viejo”, “anciano”, “abuelito”, etcétera.
El agente topo (la cinta está en Netflix, no tiene desperdicio) se sienta frente a una mujer, una anciana que padece Alzheimer, ella le dice que se siente mal, que está mareada, él responde que necesita llorar, que no es malo hacerlo, esta toma desenlaza con un llanto profundo y desgarrador que cala en el fondo del corazón. Sin lugar a dudas, los ancianos son un grupo vulnerable que debemos proteger, por eso sí aplaudo las políticas públicas del presidente que, desde su paso por el gobierno del entonces DF, han buscado la protección de ellos.