El presidente de la República pide perdón a China, por el genocidio cometido por los mexicanos en el año 1911, cuando en Torreón fueron linchados 303 ciudadanos de ese país, por la única razón de que eran chinos. Parece bien que un primer mandatario ofrezca disculpas. Solo que además de tardarse un siglo, se olvidó de algunos detalles. La historia tiene otros datos. Mucho antes, en 1886 el Secretario de Hacienda Matías Romero, por encargo del presidente Porfirio Díaz firmó un convenio con Wu Ting Fang ministro del exterior del Imperio Chino, para que vinieran inmigrantes de esa nación a trabajar en nuestro país, porque aquí (no lo vas a creer) escaseaba la mano de obra. A Tabasco (tierra del actual presidente), Chiapas y Oaxaca llegaron familias enteras de culíes (campesinos) para trabajar en los sembradíos de cacao y café. No pudieron adaptarse por el clima, la geografía y el trabajo que les resultaban totalmente diferentes de su ambiente. Algunos decidieron convertirse en comerciantes, pero la mayoría fueron explotados casi a nivel de esclavitud y huyeron hacia el noroeste del país. Allá encontraron trabajo en el tendido del ferrocarril Sinaloa a Sonora. Al concluir las vías férreas se quedaron y se dedicaron a sembrar soya, brócolis, espárragos, cerezos, melones y arroz. Prosperaron y comenzaron a traerse a sus familias de China, sobre todo empresarios que venían huyendo del movimiento antiimperialista que acabada de comenzar allá y que terminó con el derrocamiento de la emperatriz Zi Shi. Llegaron comerciantes en telas y granos, fabricantes de hielo, textiles de seda, lana y algodón. Prosperaron rápidamente y se adueñaron del comercio, los bienes raíces, la industria e incluso fundaron bancos. En ese tiempo existían los bancos privados regionales y muchos de ellos en todo el noroeste del país estuvieron en manos de los chinos. Y ello trajo un nuevo abuso. Los gobernantes les exigían préstamos forzosos que nunca eran pagados. Además, con los frecuentes cambios de mandos militares, eran visitados por las tropas dominantes para decomisar provisiones, ropa, aperos y cualquier otra cosa que se les antojaba. Fueron atacados, acusándoles de haber traído enfermedades como el tracoma y la tuberculosis, lo cual era una verdad a medias, porque si bien habían traído algunas patologías, también fueron afectados por las enfermedades locales. También se les criticó que no aprendían el castellano, ya que ninguna autoridad creó programas oficiales de adaptación como idioma, costumbres, ideología, política y religión. Ellos trajeron y practicaron sus usos y costumbres, como el sintoísmo, tener dos esposas, fidelidad al régimen imperial, alto sentido del ahorro y la conservación de sus leyendas, tradiciones y literatura. Cuando narraban sus historias, resultaban tan fantásticas, pobladas de dragones, magia y simbolismos propios, que no eran comprendidos por los mexicanos. Por ello comenzaron a decir que un asunto intrincado era como los “Cuentos Chinos” La matanza de Torreón no fue la única. Años después entre 1929 y 1934 los comercios chinos de Chihuahua, Sinaloa, Sonora y Baja California fueron saqueados gracias a una racista Ley No. 20 o Ley Nacionalista que lo único que pregonaba era que los mexicanos tenían derecho a desposeer a los asiáticos de sus bienes. Fueron linchados y atracados los chinos, coreanos y japoneses, quienes terminaron huyendo hacia el oeste de Estados Unidos donde crearon los ahora famosos Barrios Chinos de San Francisco, Los Angeles y otras ciudades. A nuestro señor presidente le quedan muchos perdones por ofrecer, si quiere redimir la historia. Todavía faltan los campos de concentración para japoneses que se hicieron en el estado de Morelos durante la Guerra del Pacífico y muchos otros. Los mexicanos somos buenos anfitriones, pero no tanto.