En el corredor de la Plaza de la Soberana Convención Revolucionaria de 1914, adyacente a la plaza principal de la ciudad de Aguascalientes, se muestra una exposición en escaparate con base en la romantización de la pobreza, del emprendedurismo y la aculturación, que hace referencia a un patrimonio cultural, natural e histórico, en cuyo paisaje primitivo y salvaje es posible ver aún, como se muestra una mercancía en las guías turísticas, a los pobladores de unos lugares sumergidos en una suerte de relación idílica con su medio natural en armonía con él, en lugares prístinos y diáfanos como si se tratase del paraíso terrenal de la tradición judeocristiana.
Un edén impuesto en concepto y forma, por otras culturas que han modelado un sincretismo que desplaza en un continuo a la cultura propia, ofreciendo nuevas formas de sobrevivencia, ya sea a grupos originarios o mestizos, que los turistas en sus visitas les suponen en su apreciación, pueblos felices por llevar vidas más austeras, que de privaciones.
Así, entramos a los pueblos mágicos, restaurados con añadidos escenográficos en cartón piedra, cinematográficamente idealizados y epidérmicamente realistas, que distorsionan y parcializan la esencia de las comunidades y van más orientados a la fotogenia, que a superar una realidad a la que han sido sentenciados, para satisfacer principalmente a un mercado turístico de proximidad mayoritariamente urbano, light y cool, que busca redescubrirse en la naturaleza, en los valores y la cultura que míticamente se ha enraizado en el imaginario colectivo.
Imaginario alimentado también, por las ya distantes proyecciones del cine mexicano, clases de historia, civismo o geografía impartidas desde la educación oficial, además de las revistas que promueven el México desconocido folclorizado, bonito y pintoresco que pondera lo propio, mirándose al espejo de las expresiones culturales tangibles e intangibles, con o sin sustancia física como las rutas históricas, ecoturísticas o agroindustriales, o bien como los carnavales o festividades.
Ha existido por décadas en México, una lacerante pobreza (más de 60 millones de mexicanos) que, a más de analizarse, merecen atención las causas estructurales que originan la marginación social, el rezago en distintas áreas de la vida de los pueblos, el arraigo a tradiciones atávicas, del expolio de los recursos naturales y de la explotación de la mano de obra, impuestas por la crueldad del modelo económico social que el neoliberalismo, la corrupción y el pillaje instrumentó mediante una política gubernamental institucionalizada de despojo.
Que inercialmente en este caso, rinde culto a la pobreza por medio de la parafernalia del concepto de pueblos mágicos, que se alzan como en el cine, sobre poéticos y sinfónicos paisajes, cuyos rasgos son otorgados por la ubicación geográfica y el relieve de nuestro país, que da por resultado una gran diversidad de ecosistemas, donde se asientan los grupos humanos, que en nombre del progreso, del calentamiento global, del falso mito de las energías limpias, de las industrias extractivas, han agravado el saqueo, desplazando a las comunidades y a los pueblos, devastando por igual, el medio ambiente.
En otro texto publicado en este medio por el que escribe, cita que: “Miguel Torruco, titular de la Secretaría de Turismo de México, señaló que los beneficios de la industria turística ‘…no impactan a toda la población y que México se ha convertido en un país en el que conviven ‘Paraísos Turísticos’ e ‘Infiernos de Marginación’. El 26.5 por ciento de los habitantes de las zonas turísticas están en pobreza, 13.3 por ciento tienen rezago educativo, 16.9 por ciento no tienen acceso a servicios de salud y el 45.6 por ciento no tiene prestaciones en su trabajo”.
Los pueblos mágicos no escapan a esa realidad. Estos que son representados en esta exposición que con el título de, El latido de los pueblos mágicos del Centro Occidente, compuesta por 34 corazones reproducidos en fibra de vidrio como un recurso manido y que hacen de lienzo pictórico, pertenecientes a los estados de Aguascalientes, Guanajuato, Jalisco, Querétaro, San Luis Potosí y Zacatecas, han sido pintados por artistas y artesanos de esos lugares.
A través de estas piezas concebidas a guisa de postal-tridimensional, se propone ofialmente mostrar los patrimonios de esos pueblos, que cautelosamente han de sopesar tradición e innovación, cambio o permanencia, sin el menoscabo de sus propios elementos identitarios, entre ellos la memoria, el idioma, la cocina, tecnologías, las artesanías, las cosmovisiones, y las formas de organización social, usos y costumbres, según sea el caso, se trate de pueblos originarios o mestizos.
Cito a manera de ejemplo, que hay en las comunidades de los grupos originarios y mestizos de América Latina, como es el caso de los indígenas campesinos de origen zapoteco, de la Sierra Juárez del Estado de Oaxaca, en nuestro país, que con base en su cosmogonía milenaria, enfatizan con renovado impulso su relación de compatibilidad con la naturaleza y con el medio ambiente, con sus elementos que lo conforman como el agua, el suelo y el aire, por ello estos pueblos, consideran que la Madre Tierra provee el sustento para su continuidad y para la vida, parten de ella porque consideran pertenecen a ella y no a la inversa.
Existe entre ellos y la naturaleza, una relación mágica y espiritual, que se fundamenta en la armonía y el respeto, les guían la experiencia y los saberes, ante los embates del capitalismo depredador de recursos naturales por lo que han mantenido y reforzado sus valores para el control y la conservación de sus bienes naturales y culturales a partir de su propia organización comunitaria, creando una resistencia cultural que propone la vida en comunidad, que ellos le denominan Comunalidad, la cual persigue igualmente, alcanzar y conservar niveles de bienestar que permitan mantener una vida con decoro y alcanzar la felicidad de los miembros de los grupos humanos que habitan la región.
Al respecto un antropólogo zapoteco, Jaime Martínez Luna, señala que: “Somos Comunalidad, lo opuesto a individualidad, somos territorio comunal, no propiedad privada; somos compartencia, no competencia; somos politeísmo, no monoteísmo. Somos intercambio, no negocio; diversidad, no igualdad, aunque a nombre de la igualdad también se nos oprima, Somos interdependientes, no libres. Tenemos autoridades, no monarcas”.
En los territorios de estas comunidades se dio la tala inmoderada de sus bosques, siendo por décadas la actividad forestal su principal ocupación económica y de sustento, ocasionando graves afectaciones a los ecosistemas, con importante pérdida de la biodiversidad y deterioro de los paisajes naturales, traducida en la sobreexplotación de sus recursos ante la pobreza y la pérdida de autonomía en sus comunidades.
El investigador social Víctor Hugo Salazar, de la Benemérita Universidad Autónoma de Aguascalientes, refiere que: “…los trabajos de restauración son una gran mentira, debido a que la intención de las restauraciones ecológicas no es regresarle a la naturaleza, aquello que ha perdido o que le arrancado la especie humana, sino hacer que se recupere para continuar su explotación, situación que se plantea particularmente con los trabajos de ingeniería forestal”.
Cita también, que aplica a un desarrollo sostenible que instrumentaliza con gran énfasis el antropocentrismo, mediante una forma renovada de explotación de los recursos naturales, que no aplica a la filosofía de la Comunalidad, pues como lo propone el filósofo Light citado por el mismo Salazar: “…contrariamente a ellos, propone la restauración ecológica como una vía para restaurar las relaciones humanas con el mundo natural, pues lo que se buscaría por medio de ella no es sólo la rehabilitación de la naturaleza, sino también rehabilitar y restaurar las relaciones del hombre con el mundo natural”.
Actualmente guiados por la Comunalidad, se encuentran comunitariamente construyendo alternativas de restauración ambiental para solucionar los impactos y la huella ecológica, para que resurja la flora y la fauna, mediante el impulso que da el valor cultural identitario, de pertenecer a algo, para poner en práctica saberes milenarios en cuanto a producción y organización social, lo cual se aprecia en acciones de autogobierno y de reforestación para la recuperación del territorio y la captación de agua, regresando también al cultivo del maíz y de otros vegetales endógenos que favorecen una simbiosis benéfica para la tierra de cultivo. En suma, ponderar las buenas prácticas para el manejo y conservación de los recursos naturales, que reavivan las conciencias.
De forma contraria al individualismo, como valor y práctica cultural del capitalismo que se fundamenta en objetivos donde prima la búsqueda del placer individual, el mercado, la acumulación de capital, la Comunalidad, encuentra el bienestar en el cumplimiento de los deberes sociales, siendo el tequio la forma de organización de trabajo comunitario, que mediante un quehacer o un servicio, de manera colaborativa los individuos aportan en beneficio de los pueblos para el mejoramiento de ellos mismos y de los entornos donde viven, ya sea sembrando, cosechando, construyendo, educando o en la fiesta, siendo una práctica ancestral que se encuentra genéticamente en su cosmovisión, que resiste y se conserva ante los embates de la globalización económico cultural, sobre la cual Martínez Luna, observa que: “Sabemos que vivimos una globalización que pretende uniformizarnos, pero no es recomendable medirnos en función de ésta, sino desde nuestros parámetros, para soportarla y adecuarnos a ella. No hay que actuar como se afirma que debemos actuar todos. Tenemos nuestra propia cultura y ella debemos encontrar los conceptos que nos expliquen. De otro modo simplemente seremos lo que los otros afirman que somos sin que seamos eso que dicen que somos”.
Los miembros de las comunidades son fundamentales y clave para proponer un desarrollo sostenible basado en las formas de ver sus vidas, la interacción cultural de ellos con la naturaleza, pues afirma sus tradiciones, saberes y prácticas con respeto al medio que les provee la subsistencia, que procura además el diseñar trabajos que favorecen acciones de mitigación y adaptación al cambio climático y al manejo de la biodiversidad con que cuentan las comunidades.
Hay pueblos que en la actualidad han tomado conciencia. Cautelosamente cuidan sus recursos naturales, los protegen, no les degradan ni les depredan, ante la evidente destrucción de los ecosistemas por la demanda de satisfacción de mercados, procurando erradicar las causas básicas del deterioro de vida y la pobreza.
En la Comunalidad, está latente la inquietud por la recuperación de valores ambientales, históricos, culturales y sociales, para reencontrar la reconexión con el mundo natural, consigo mismo y con el otro, considerando que todo en la naturaleza es interdependiente, por lo que la conservación biocultural es esencial a todos y no tendría sentido si su disponibilidad en forma de recursos ecosistémicos entre ellos los culturales, desde el turístico, como es el tema de los pueblos mágicos, no abonase a aspirar y a perseguir una vida digna para los miembros de esas comunidades, más aún que los tomadores de decisiones político-administrativas tengan en sus planes de desarrollo la venta de esta suerte de franquicia, como producto turístico de oferta incluso, internacional.
Mayo de 2021