En su infinita perversidad, Adolfito El Terrible, firmó un documento que pasó a la historia con el nombre de “Orden Nerón”, o con el más siniestro de “Tierra Quemada”.
Eran los días finales del Tercer Reich que duraría mil años y que apenas aguantó12, ya con los cañones soviéticos retumbando en las paredes de Berlín que todavía no habían sucumbido por el impacto de las bombas aliadas.
La idea de semejante disposición era que Alemania no había estado a la altura de la misión que la Providencia –término muy querido por el Führer– le había asignado, y por lo tanto no merecía sobrevivir al cataclismo que estaba en marcha. Entonces, el cumplimiento de la orden implicaba la destrucción de todos aquellos activos que permitirían a los alemanes subsistir después de la derrota, fábricas, campos, etc.
Aparte de la imposibilidad para llevar a cabo semejante locura, el ministro Speer se negó a obedecerla.
En fin. Recuerdo esta historia a la vista de imágenes como esta, tomada al norte de Pabellón de Hidalgo, Rincón de Romos. Entre la sequía y la acción humana, al parecer Hitler anda suelto por estos lares, haciendo de las suyas (lo que ocasiona la falta de un buen jalón de orejas en la niñez…), sembrando en nuestras tierras la esterilidad y la pobreza; propiciando el florecimiento de un paisaje de tierra quemada.
Incluso los nopales, vegetales campeones de las tierras áridas, muestran lo que luego algunos llaman pomposamente estrés hídrico: lucen indefensos, doblándose de Sol y sequía, como si se rindieran ante una batalla perdida. Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a [email protected].