Hubo un tiempo en México, hace décadas, en que a las cantinas no se permitía la entrada a “mujeres, uniformados, mendigos, menores de edad y perros”, en ese orden, algunos establecimientos incluso colgaban letreros con el anuncio no sólo en la entrada sino en el centro del local, para que la advertencia irradiara su manto protector a cada rincón de esa guarida a la que acudíamos los machos muy machos para estar un momento a solas.
En alguna de esas restricciones también se impedía el paso a los vendedores ambulantes, pero de dientes para afuera, los dueños de los establecimientos eran bastante laxos con ese punto, cerca de la hora del cierre no faltaba el comerciante que rondaba a los bebedores ofreciendo ramos de flores y pequeños disfraces o juguetes para niños, ambas mercancías tenían el mismo propósito: la coartada sentimentaloide para el machito que tuviera que explicar por qué en vez de regresar a casa decidió pasar a la cantina, en evidente falta con los suyos.
Regresar a casa antecedido con un ramo de flores ahorraba una larga explicación acerca de los motivos por los que se decidió ir a emborracharse en vez de regresar directamente a casa. La vestimenta para niños, te ofrecían disfraces de vaquero o uniformes de equipos de futbol, la justificación me pareció, siempre, más perversa, ya no se aludía a la relación de pareja, se justificaba la falta con la responsabilidad mayor del cuidado de los hijos: sí, me emborraché; sí, falté; sí, fallé… pero todo el tiempo estuve pensando en ustedes, en nuestra responsabilidad como padres, en los cuidados, mira, hasta le compré al chamaco su yersei del Necaxa, del América o las Chivas; ahora que salgamos juntos a un picnic, como familia, lo llevamos al campo para que vaya vestidito de vaquero y conozca las vacas.
La estrategia sentimentaloide: reducir los cuidados, la paternidad, el amor y la educación a una demostración física de que todo el tiempo, mientras se estuvo ajeno, se tuvieron en mente esas responsabilidades, tanto que se realizó una inversión para adquirir algo que demostrara ese pensamiento. El vendedor de baratijas ofrecía a los irresponsables de cantina un pase directo al corazón para evadir los reclamos de la razón.
Sostengo que Andrés Manuel López Obrador para ser el mejor presidente de la historia ha elegido ser el Pedro Páramo de los mexicanos, el padre abusivo que te golpea al son de: esto me duele más que a mí, el que justifica los excesos de Miguel Páramo porque es su elegido, quien enamora a Susana Sanjuan presentándose como el obligado depositario de la atención, quien alude a las emociones y a un sentimentalismo ramplón para justificar toda acción, todo lo que haga, lo hace primero por nuestro bien, para que aprendamos.
De entre todos los temas posibles que afectan el interés público, López Obrador, atado por la ley para que no haga proselitismo a favor de su partido, eligió aludir a su responsabilidad de enseñarnos a ver la verdad, y eligió los diversos montajes de los medios de comunicación malos, fifís, conservadores, para demostrar todos los peligros que corremos si nos dejamos engañar por los agoreros de la desgracia, en nombre de sus buenos sentimientos, cuida al pueblo del mal que le quieren hacer, evitando así mencionar cualquier error que él mismo o su administración pudiera haber cometido.
De la misma manera que el arquetipo del padre mexicano, el presidente elige un modelo que supone nos pone a resguardo, cuando en realidad lo refleja tal y como es, un golpeador irresponsable que da lecciones que él ha decidido no aprender, en nombre de nuestra educación, sentimentaloide.
Coda. De nueva cuenta, cito de los Aforismos de Lichtenberg: “Un corazón con testículos. Un corazón con escroto”, porque “Eso que ustedes llaman corazón está bastante más abajo del cuarto botón del chaleco”, en la discusión pública de la vida política, nada más ramplón que alegar que las cosas se hacen con todo el corazón. Desconfía del ignorante que muestra el pecho, abajo del chaleco sólo está su ambición.
@aldan