¿Por qué se odia tanto al Presidente?, ¿por qué el poder mediático ha emprendido una cruzada contra él?, ¿por qué se le quiere amordazar?, ¿por qué el periodismo de guerra? ¿por qué la trama del odio?
Populista, dictador, mesiánico tropical, retropopulista, neopopulista, para las esferas intelectuales, o bien, viejo loco, enano acomplejado, pinche presidente, el cacas, comunista, lopitos, peje o hasta simplemente el tabasqueño, como si el propio origen fuera una connotación de desprecio. La violencia contra este gobierno instalada por la oposición se ha vuelto un lugar común, se está exacerbando rumbo a la definición de la próxima contienda electoral, hay mucho en juego y los ataques son cada vez más densos y condensados. La corporación del poder mediático no se ha puesto límites. La violencia es azuzada, celebrada en las redes sociales, la descalificación está por encima del diálogo y el análisis crítico. La violencia se alimenta. Los violentos se agrupan, coalicionan con un objetivo común: destruir al enemigo. No hay limite, la ofensiva y sus adeptos nunca se escandalizan, retroceden o reflexionan, ni siquiera ante la muerte, que ahora utilizan de manera estadística para sus objetivos, la muerte como aliada del marketing y la nota para demoler al otro, se agrupan en el trending topic, la tendencia, el hashtag, para ver quien va más lejos, aunque esto los muestra de cuerpo entero, su idea de hacer política y el manejo que hicieron de ella dejando un país destrozado de fosas y desaparecidos.
Todo ello convierte al presidente en la persona más atacada en las últimas décadas, él mismo se quitó el blindaje por convicción a sabiendas de lo que vendría y de donde vendrían los ataques, más allá de los intereses de grupo, políticos o económicos la oligarquía dominante concentra un odio hacia lo que él simboliza; el pueblo, a los pobres, los marginados, las minorías, la lucha social, la memoria histórica, la posibilidad de transgredir las estructuras anacrónicas. El presidente es el hecho maldito, necio, terco, un obstinado que cuelga sus calzonzotes en Palacio Nacional, que se da baños de pureza ética y anticorrupción, que no sabe hablar inglés, que viaja como un proletario en un pequeño auto sedán o en vuelo comercial, que no usa zapatos de marca y que tiene un lenguaje folclórico, popular.
Al presidente se le debe difamar como tarea democrática para conservar los equilibrios del poder y el orden constitucional argumentan los violentos, jugando a invocar la paz y las leyes, ya que ese viejo loco quiere eternizarse en el poder, acabar con todo orden y con toda institución que no obedezca sus caprichos, que no ha entendido que es ya un líder de Estado y no un pregonero de pueblo, que ya no juegue para la tribuna sino para los dueños del estadio, así los arengadores a la violencia perfilan; el dictador tiene un poder excesivo, ilimitado y dicta la vida política de México, es capaz de tramar las peores realidades en pos de su delirio de grandeza, debemos por el bien del federalismo acorralarlo a como dé lugar, no importa si perdemos en el camino los últimos valores institucionales de nuestros partidos, teníamos convicciones pero si no les gustaron tenemos otras, como escribiera un cómico de apellido marxista.
Objetaran que la violencia es de ambos lados, que es el clima electoral y que ninguno se mide en sus ofensivas, que él propicia estos choques, que le convienen, sin embargo y aunque argumentan suavemente que solo se trata de las clásicas operaciones políticas, la violencia hacia el presidente hace visible la estridente trama de la historia, el odio es hacia con lo que su imagen logra congregar, lo que lo une a millones de mexicanos, lo que lo convirtió en el político más votado en la historia del país, esa imagen, esa fuerza sostenida por millones les incomoda, les resulta vomitiva, peligrosa a sus interés de clase, a sus redes de impunidad, de complicidades, de concentración de poder, en el fondo le temen por que en el Presidente están forjados ideales comprometidos de justicia y dignidad sin renunciar a un proyecto intelectual de lo político. La retórica cambia y la pregunta no es ¿por qué el odio?, sino ¿para que el odio?
Y aquí estamos millones de mujeres y hombres militando, respaldando lo que hemos votado y sostenido desde décadas, lo que reafirmamos; un proyecto alternativo de Nación, una regeneración, una transformación pacífica. Nos llaman chairos, bola de nacos, mugrosos, pelados, súbditos, perrada de lopitos, enajenados, muertos de hambre, pobres, así proyectan ya sin sutilezas su odio de clase, de perpetuadores del status quo. El mensaje de odio se inserta también en las bases populares con éxito aunque la élite les aborrezca, algunos peones siguen obedeciendo a los amos. Y los amos necesitan destruir la figura del Presidente por que no toleran a un hombre libre surgido del corazón del pueblo, destruirlo a él es acabar con el movimiento, lo desprecian por que esta fuera de su círculo de dominación, por ser un no alienado, porque está contrario a sus intereses transformando la realidad, ese personaje está haciendo historia, alterando lo establecido también cuestiona la propia existencia en lo individual y lo colectivo. Por ello los ataques, no se trata solo de los pobres, los impuestos o los interés populares que representa el Presidente, también es un concepto que toca lo más singular e íntimo de la existencia ¿Hasta donde un hombre puede irrumpir más allá de lo familiar, de lo cotidiano, de lo público y lo político, y asumir e insistir cada mañana y a toda hora su deseo irrefrenable de transformación de la realidad?
Sinceramente, no nos engañemos, no habrá medias tintas: al presidente se le odia rozando el extremo delirante o se le acompaña y se le admira sin condiciones. La grandeza de México es haber dado hombres como Andrés Manuel, que al ser excepcionales y marcar una época están obligados a resistir los embates de la historia, no se caen, no se desdibujan porque millones los han sostenido y la profundidad de sus ideas han perdurado, muestran que en cada uno de ellos hay un camino a construir que ninguna ofensiva por más violenta que esta sea apaga el deseo de transformación y que ningún orden simbólico en la trama del odio puede definir. Así que no importa que nos sigan llamando idiotas sin razón, obnubilados, pejezombies. Usted es el adversario que nos enaltece. Y tú eres el compañero de lucha.