¿Es la ciudad un espacio de esperanza?/ Rompecabezas Urbano  - LJA Aguascalientes
03/07/2024

A un año del inicio de la crisis sanitaria mundial desatada por la covid-19 y de la puesta en marcha de diferentes medidas para enfrentar su propagación desde distintas autoridades públicas, ONU Hábitat publicó el pasado 30 de marzo el informe “Ciudades y pandemias: hacia un futuro más justo, verde y equitativo”. Este ofrece un balance de los impactos generados por la pandemia y de las transformaciones que deben generarse en cuatro aspectos, que son considerados como determinantes del futuro de las ciudades: la forma y función urbana, la pobreza y las desigualdades socioeconómicas, la economía urbana y la gobernanza. 

El informe plantea que las ciudades y sus líderes pueden asegurar un mundo más próspero, “verde” y justo a través de las medidas establecidas para la mitigación de futuros contagios y para la atención a los efectos adversos que la pandemia ha producido en términos económicos, sociales y ambientales. Se asume que las ciudades como “motores de dinamismo e innovación” pueden contribuir a superar los déficit pendientes de desarrollo y liderar el establecimiento de las reformas y de los acuerdos sociales que se requieren para enfrentar desafíos como la pobreza y la marginación (ONU-Hábitat, 2021). 

La confianza que se atribuye ONU-Hábitat a las ciudades y a la diversidad de actores que la recrean, (incluidos los agentes públicos y privados y las instancias multilaterales), para generar un nuevo pacto social, lleva a cuestionar si efectivamente las urbes son un espacio para la utopía, en particular, para plantear alternativas a las espacialidades injustas producidas por el modelo económico vigente y si están dadas las condiciones para fundamentar un nuevo “contrato social” sobre cómo vivir y recrear la ciudad con justicia social y en equilibrio con el medio ambiente. 

Como lo sugiere David Harvey (2003) la utopía siempre ha estado siempre presente en la historia de las ciudades. Lejos de ser un mero idealismo sin consecuencias, las utopías sobre el modelo de ciudad y de orden social y moral que expresan, han sido el motor del planteamiento de proyectos alternativos a mundos desordenados y degradados, que en su momento se concretaron en medidas como el urbanismo, la planificación urbana y proyectos geopolíticos, a partir de los cuales se generaron formas urbanas específicas. Su concreción significó en la mayoría de los casos un ejercicio autoritario del poder, la anulación de la diversidad y la diferencia y un desarrollo geográficamente desequilibrado, basado en la apropiación de la renta y de la riqueza; con lo cual no se materializó el “mundo feliz” aspirado para todos. 

Así, las formas urbanas no son expresiones neutras de la confluencia de diversos agentes sociales en el espacio urbano, sino el reflejo de las tensiones y relaciones de poder sobre las que se han cimentado las ciudades, que a su vez hacen de estas actantes que inducen a los urbanitas a crear, reforzar y transformar ciertas conductas y a plantear nuevas utopías. 

En este sentido, durante el convulso año de implementación de distintas modalidades de confinamiento y uso restrictivo de los espacios públicos, virtualización de la vida laboral y social (para quienes pueden darse el lujo de ello) y de resignificación del sentido mismo de la vida, ante una mayor consciencia de la vulnerabilidad humana y de la impermanencia de lo que nos rodea, ha surgido una nueva ciudad y nuevos espacios de posibilidad para construir y concretar utopías de ciudad alternativas al orden económico y social vigente.

Aspectos como la identificación de las brechas digitales existentes en las ciudades, las restricciones que estas imponen para acceder a mínimos básicos como lo son el derecho a la información y a las posibilidades en materia de educación, trabajo, salud y de encuentro con otros; junto con la vulnerabilidad que suponen los espacios que habitamos por sus limitantes en materia de tamaño, ventilación, accesibilidad a bienes y servicios y de disponibilidad de áreas verdes y de alimentos, han llevado a cuestionar los mitos de la interconectividad y de la autosuficiencia de las ciudades; y con ello, al desarrollo de varias iniciativas ciudadanas en las que se ha buscado de manera solidaria enfrentar las restricciones existentes. Tales abarcan desde la colecta de mercados para familias más vulnerables hasta la promoción de nuevas formas de manejo de residuos sólidos y compostaje para el desarrollo de huertos comunitarios; la donación y trueque de computadoras, tablets y celulares para permitir clases virtuales, las intervenciones en espacios públicos a través del arte urbano para enviar mensajes de solidaridad a los profesionales de la salud y denunciar los abusos de poder en medio del confinamiento. 

Con las acciones colectivas implementadas en diversos escenarios se han sorteado de manera colaborativa algunos de los retos experimentados, sin que esto sea suficiente para cubrir los impactos económicos, sociales, ambientales y psicológicos de la pandemia y de las medidas impuestas para su control. Sin desconocer sus aportes, y las posibilidades que han traído para la construcción y concreción de nuevas utopías para la ciudad, surgen varias inquietudes sobre su sostenibilidad en el tiempo y sus posibilidad de avanzar hacia proyectos colectivos de mayor alcance, dada la respuesta dada por los grandes capitales financieros, que determinan la vida de todos a escala global, en el marco de esta crisis.

Lejos de responder a las necesidades actuales de las poblaciones, los sistemas bancarios y las dinámicas de mercado han continuado especulando, sin el control de los Estados, con el valor del suelo y de los elementos fundamentales para la vida de los urbanitas. Contrario al bienestar de las familias, los bancos han diseñado falsos sistemas de alivios para el pago de sus hipotecas y obligaciones financieras, que les permiten continuar con la liquidez para invertir en proyectos inmobiliarios basados en el ideal de ciudad compacta, planificada, de usos mixtos, distancias de 15 minutos y espacios inteligentes que se plantea para la reactivación económica de la nueva normalidad, modelo que no responde a las necesidades de hábitat digno de una población cada vez más precarizada y alejada del mercado de trabajo formal. Así las cosas, si bien es cierto que estamos en un escenario que nos obliga a reinventarnos y que abre una ventana de oportunidad para modelos alternativos de ciudad que equilibren el bienestar humano y la protección de su entorno socioambiental, debemos ser vigilantes de las utopías hegemónicas y de sus letras menudas y no renunciar a esquemas alternativos que reivindiquen la producción social del espacio y la reconstrucción de relaciones sociales por más complejas que sean las circunstancias.


 

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