El 20 de abril de 1945 se interpretó por primera ocasión La pelea de gallos de la Feria de San Marcos, que ese es el nombre completo de la famosísima canción. El hecho ocurrió aproximadamente en la zona que se observa en la imagen, que corresponde a la escuadra que hacen las calles de Manuel M. Ponce y Enrique Fernández Ledesma, en el lado sur oriente del emblemático Jardín de San Marcos, una zona enmarcada por señoriales palacetes, en primer plano el que ocupa la Escuela de Música Manuel M. Ponce.
Ahí, José García Silva, Pepehillo, empresario del Loby Bar, una de las cantinas de mayor lustre en los años cuarenta, cincuenta, y más recientemente de Posada Faroles, instaló uno de los primeros tapancos que hubo en la Feria de San Marcos, que llevó el mismo nombre que su añejo negocio principal. Según me contaron sus hijas, María Guadalupe, María Elena y María del Carmen García Lozano, en 1944 su papá contrató a la orquesta del chileno Juan Santiago Garrido para que viniera a amenizar a los feriantes que hicieran escala en su instalación. Además me mostraron algunas fotografías de época. En verdad aquello era magnífico, el gran tamaño del lugar, la barra en plena calle y las mesas abarrotadas de personas en gozoso plan lúdico, sobre todo en contraste con la soledad pandémica actual.
De seguro la estancia del sudamericano en Aguascalientes durante la Feria le dio una buena cantidad de vivencias que impulsaron su inspiración para, el año siguiente, traer ese obsequio para nuestra fiesta, que en poco tiempo arraigó en el gusto del público, hasta convertirse en el segundo himno de Aguascalientes (por no decir que el primero).
Por cierto que “La pelea de gallos” no fue el único gran éxito de Garrido, y ni siquiera fue el primero. Años antes, en el contexto de un viaje de trabajo a Xalapa, Veracruz, escribió “Noche de luna en Xalapa”, que casi se convirtió en el himno de aquella ciudad, como ocurre con nuestra querida Pelea de gallos.
Finalmente, es preciso decir que no fue esta la única pieza que Garrido compuso para Aguascalientes. Aclimatado a la tierra (no sé si en algún momento fue declarado “Hijo predilecto de la ciudad”, o algo así, pero invariablemente era bien recibido), escribió otras dos piezas: “Mi chilera”, y un pasodoble dedicado a Alfonso Ramírez, “Calesero”, pero ninguna destacó ni remotamente como la primera. (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a [email protected].