En la introducción a una muy bonita edición de Anagrama del libro La leyenda del Santo Bebedor dice el gran Carlos Barral: “Hay abstemios de nación, pobre gente, que pasará por este mundo, por larga y atenta que sea su vida, sin comprender que el vino es uno de los elementos principales que nos separa de la zoología y que ha dotado de noble extravagancia a unas tradiciones de conducta que, sin la intervención de Baco, serían aún más esclavas de la humillante tiranía de la lógica.” El alcohol, entendido así, es un vehículo para desvincularnos de la realidad, para meditar, o simplemente relajarnos, esa idea de que el beber nos separa de nuestros antepasados homínidos, da la convicción de esa afirmación de la cual no tengo un fundamento: el alcohol es tan viejo como el hombre.
Probablemente, afirman algunos, el destilado más antiguo del mundo es el ron, ese néctar que se obtiene de la caña de azúcar y que una vez introducido en el caribe y América Latina, la proliferación de aquella planta, provocó un rápido crecimiento de su producción. Este producto sencillo, fue moneda de cambio en la navegación, bebida favorita de navegantes, piratas y corsarios que surcaban los mares comunicando al viejo continente que las nuevas tierras llenas de tesoros.
Producido en Cuba y otras islas caribeñas, en el siglo XIX don Facundo Bacardí arribó desde España y aprendió la receta, la mejoró filtrando y suavizando; si los rones en sí mismos eran ásperos, Facundo le dio un toque especial: “ligero, elegante, con un sabor que contrastaba con la popular aguardiente” fundó la empresa que hoy produce el famosísimo e indispensable Bacardí Blanco, o como le decimos los amigos, el bacacho, con el que se prepara la famosísima cubaby, la bebida fav de los mirreyes y millenials.
Cualquiera pensaría que el bacacho es propio de abogados descorbatados a la hora de la comida: la cantinita, el portafolios, esos zapatos meticulosamente boleados y la botanita indispensable para el relax. Pero no, ese sabor aterciopelado, el precio accesible, provocan que el Bacardí sea democrático, no por nada es el destilado más vendido del mundo, en sus múltiples presentaciones: blanco, añejo, especiado, saborizado y uno que descubrí gracias a mi amigo abogado fiscalista, dr. Armando Robledo, el 151, una versión con ¡75 grados de alcohol!
Los mitos en torno a esta bebida son muchos: que es barato y entonces es corriente. Este es uno de los más falsos, lo barato de la materia prima, permite una bebida de gran calidad a costos económicos, por eso, una bebida Premium de este destilado es por mucho más barata que un tequila, whisky o coñac. Son muchos los que, siendo hombres de la farándula o la economía, beben el Bacardí, probablemente uno de los más famosos es Luis Miguel. Algunos dicen que también Felipe Calderón, lo que, por obvias razones, provocaba muchos memes y chistes
Pero el Bacacho, aunque es el mero rey de los rones, no es el único. Están los comerciales como el Appleton, el Havana o el Zacapa. Además, me gustan los más regionales, como el Potosí, creado en la Huasteca Potosina con el que inventé una bebida que mis amigos bautizaron como el ruben’s special: unas onzas del destilado, jugo de naranja (necesariamente marca Tampico) y agua mineral. En los viajes que he realizado a Yucatán, conocí uno de nombre Argaez, aún la última vez que fui lo pude conseguir y tenía esa aspereza que uno esperaría de una auténtica bebida espirituosa. En Aguascalientes recuerdo que se manufacturaba uno muy delicioso (sabor a piña) que se llamaba Cubanei.
Esta nobleza del ron permite que se hagan infinidad de cocteles para todos los gustos y edades, desde el clásico mojito, el tradicional daiquirí, o la familiar piña colada; yo, como se puede imaginar dada mi condición de aboganster, prefiero por mucho: harto hielo (como si fuera un raspado de nieve) dos deditos de bacachá du blanc (horizontales) agua mineral casi hasta el tope, y un chorrito de coca cola. ¡Salud!
