Las mañanas iniciaban con el puntual rezo del rosario, como encomendando a Dios que los nacimientos, las enfermedades, el hambre y demás tribulaciones de los suyos y de los ajenos, fueran atendidos puntualmente. Luego seguían las labores diarias, el nixtamal, prender la lumbre, tirar las tortillas al comal de leña y preparar el chile de molcajete, para ella, su güero Manuel y sus nietos que vivían con ellos, para poder ir a la escuela; en medio de las prisas matutinas, ella todavía soltaba algunos Salve Regina, mater misericordiae, vita, dulcedo, et spes nostra y luego continuaba con la preparación del itinerario de la jornada.
Pancha poseía una generosidad extraordinaria, quizá motivada en que en su rancho, Gracias a Dios, Jesús María, lo que sobraba era solo eso, la voluntad, ante la ausencia de todos los satisfactores mínimos; cuentan que fue así, compartiendo un jarro de agua fresca, de esa que por el barro adquiere una temperatura y sabor tan característicos, que son capaces de refrescar el cuerpo y hasta la conciencia, que Pancha conoció al güero Manuel, siendo solo unos adolescentes y que sus ojos zarcos fueron capaces de hechizarlo, así que, siendo él de Jaltiche, (muy cerca de las fronteras de Calvillo con Zacatecas) llegó, tras el largo camino, convencido de pedir en matrimonio a aquella muchacha que le había ofrecido ese elixir arcilloso, por lo que regresó, sin siquiera conocer el nombre de aquella con quien compartiría la vida, acompañado del sacerdote y de su padre para pedirla en matrimonio, a lo que ella respondió que –pues que sí–. Y así, con mucha voluntad decidió asumir su destino.
Pancha procreó tres hijos, pero de ellos solo dos sobrevivieron, pero como pagando esa generosidad que ella tenía, Dios le mandó una hija que aunque no era de sus entrañas, sí era de su corazón, una bebé que también era fruto de la pobreza, y es que por aquel entonces, esa condición era tan generalizada, que un grupo de arrieros de Jalisco o Nayarit, andando buscando la vida, con la niña en brazos, al ver que no podían hacerse cargo de ella, la entregaron en las manos de aquella mujer, para quien la carencia nunca fue un impedimento.
Pancha no tuvo educación formal y aun así, se empeñó en que sus hijos y nietos aprendieran a leer, su deseo por conocer los secretos de la vida la acompañó durante toda la suya., mezclando su experiencia y conocimientos empíricos con su fe en Dios, ese mismo que la acompañaba en sus labores diarias y a quien ella sabía tan cercano que entendía muy bien que estaba en todos lados y no solo en la palabra que emitían desde el púlpito, de donde en alguna ocasión a su propio hijo le llamaron bolchevique, en medio de una contienda electoral en que él era candidato por el partido hegemónico a la Presidencia de Calvillo, a lo que Pancha dijo a sus nietos que ella ni sabía lo que era ser buchibique pero que su hijo no era eso.
En los pocos años que Pancha vivió con sus padres, antes de su matrimonio, fue alguien curiosa, empeñada en el conocimiento de la herbolaria de esa región chicahual en la que vio al mundo por primera vez; era hábil con las hierbas, con el lodo, con las semillas y también con sus manos. Esos conocimientos la llevaron, como de una forma involuntaria, a ejercer labores médicas, desde sobar torceduras, untar ungüentos que aliviaban dolores, hasta a ser una de las tres únicas parteras que ejercían en Calvillo, sobra decir que ella recibió entre sus manos a todos su nietos y que incluso fue quien acompañó el alumbramiento de varios de sus más grandes bisnietos así como a gran parte de la población de su pueblo.
La labor de partera la obligó a salir de su casa y recorrer todos los caminos de su municipio y lugares circundantes, a veces hasta tenía que permanecer varios días fuera de su hogar esperando el momento preciso, seguro el conocer la necesidad y el sufrimiento, en carne propia, le daban la empatía para acompañar esas horas de contracciones, intenso dolor e incertidumbre que siempre acompañan el nacimiento de un ser humano, con paciencia.
Sin duda sostener con sus propias manos la línea tan delgada que divide la vida, de la muerte le había llenado la mirada de caridad. Qué mejor forma de demostrarla, que haciéndolo con aquellas que mueren dando vida, con quienes desde el grito de dolor le pedían su ayuda.
Pero Pancha tenía ese pacto de hermandad con todos, sobre todo con las mujeres, a quienes comprendía muy bien desde su propia condición y desde el contexto machista en que le tocó desarrollarse, una muestra de ello era el haber asumido a su única nuera, huérfana a edad temprana, como si de una hija se tratara, increpando a su propio hijo cada vez que lo consideraba necesario.
Entender la palabra sororidad es más fácil cuando se tienen estos ejemplos, mujeres de carne y hueso que hacen suyas las causas de las mujeres, que acompañan su lucha desde sus propias trincheras; mujeres que son ejemplo de entereza, de dignidad y de amor, porque la sororidad es hacer vivo el amor, es saber darle la mano a aquella que también está luchando por romper el pacto, es permanecer al lado de quienes aún no están listas para hacerlo y entenderlo con humildad, es no darse aires de superioridad por creerse con la verdad única y absoluta. Es saber que aun siendo mujeres, nuestro contexto nos ha dotado de posiciones de comodidad distintas, desde las que se juzga la vida. Sororidad es mirar con la profunda mirada de caridad de Pancha.