Grissel Gómez Estrada
El 2020, además de estar marcado por la pandemia y el aislamiento social, fue un gran año para la poesía escrita por mujeres: Louise Glück, poeta estadounidense, obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Llama la atención por ser mujer y por ser poesía (género también marginado, respecto a la novela). Sus versos poseen una “austera belleza”, una “crudeza tierna”, una “voz íntima y privada”; son “sutiles, elegantes, inteligentes, ligeros”, dicen las páginas de los diarios. Yo encuentro que uno de sus temas recurrentes es la figura de la madre y que la voz lírica pone en la mesa, en efecto de forma muy sutil como corresponde al lenguaje poético, temas muy fuertes. Un ejemplo:
Pero en mi hermana, la cosa es distinta:
una obsesión. Los domingos se sienta en el porche de mi madre
a leer catálogos. Cada otoño, siembra bulbos junto a los escalones de ladrillo.
Cada primavera, espera las flores.
Nadie discute por los gastos. Se sobreentiende
que es mi madre quien paga; después de todo,
es su jardín y cada flor
es para mi padre. Ambas ven
la casa como su auténtica tumba.
Otro acontecimiento importante, en México, fue la obtención del Premio Aguascalientes por Elisa Díaz Castelo, joven poeta cuyo estilo destaca las ideas antes que la forma, con un manejo prosaico, inteligente, culto y elegante del lenguaje. El jurado destaca como cualidades merecedoras del premio, la originalidad, la coherencia y la uniformidad del texto poético, así como el humor, la emotividad y el “buen manejo del verso”. El tema central, la muerte. A mí, me llaman la atención varios versos desacralizantes, por ejemplo, estos sobre la maternidad:
Aun así, tiene miedo mi amiga
de esos escuincles que se retuercen
y empeñan en caerse, que son todo
jabón que se escapa entre manos,
nombres resbalosos, cosas
que se rompen de un grito
contra el suelo.
Es conveniente
afianzarlos al pecho
para que nuestro latido parco los arrulle
y, si estamos de pie, hay que mecerlos
como quien, indeciso,
no sabe hacia dónde dar el primer paso.
Y las flores en carne viva de sus bocas
abiertas, imperiosas, es mejor no verlas.
Son movimiento hirsuto, retruécanos.
En sus encías de tiburón germinan
dos mudas de dientes, sus huesos
son maleables como plata fundida.
No hacen más que morirse
a cuentagotas, devorar los minutos
con su llanto asombrado.
Estos dos acontecimientos literarios nos llenan de entusiasmo y dan buenas expectativas: en efecto, por fin se está reconociendo el talento de las mujeres escritoras, sin que medie el prejuicio de la diferenciación sexual. Porque hasta el momento, la realidad ha mostrado cosas diferentes.
Dados los derechos civiles alcanzados por la lucha feminista, parecería lógico que las mujeres escritoras gozaran de los mismos derechos para escribir, publicar y ser leídas que los hombres. Sin embargo, la industria editorial da cuenta de otra cosa. Ni siquiera es tan fácil encontrar libros de mujeres que incluso pertenecen al canon, es decir, aquellas que han sido aceptadas en un mundo literario, el cual, aún hoy en día, sigue siendo masculino.
La escritora Iliana Rodríguez revisó dos de las más importantes antologías de poesía realizadas en México en la actualidad, rastreando a las autoras publicadas y, con ello, mostrar si hay equidad de género en la elección. Los resultados hablan por sí mismos. En primer lugar, tenemos la Historia crítica de la poesía mexicana, publicada en 2015 y cuyo antologador fue Rogelio Guedea. Este libro –publicado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA) y el Fondo de Cultura Económica (FCE)– está dividido en dos partes; el tomo I abarca del neoclacisismo a la vanguardia y no incluye a mujeres poetas. A ninguna. En el II, predomina el número de poetas hombres. En segundo lugar, Rodríguez comenta la Antología general de la poesía mexicana, reunida por Juan Domingo Argüelles y publicada en la editorial Océano (2012-2014). En el primer tomo (el cual considera a escritores de la época prehispánica a la actualidad), aparecen, contadas, quince mujeres poetas en aproximadamente cinco siglos.
También la poeta Malva Flores da otros datos, a propósito del FCE. En el 2017, esta importante editorial en México sólo publicó siete libros de poesía. Sólo uno de ellos fue escrito por una mujer. Israel Ramírez, hablando de revistas como Nexos y Letras libres, en 2018, tampoco nos proporciona cifras alentadoras. Hasta mi amada revista La Otra (en la cual participo desde su fundación, gracias al apoyo de su director, José Ángel Leyva), aunque incluyente, la mayoría de portadas están dedicadas a poetas hombres. En los libros de la SEP, se presume que sólo 13.7% de los escritores mencionados a los estudiantes son mujeres.
Qué decir del escándalo producido por la no introducción de mujeres en el curso de escritura “Para leer en libertad”, puesto que el director de la organización convocante (otra vez el FCE), Paco Ignacio Taibo II, sólo incluyó como talleristas a escritores varones. ¿Se corrigió el error? No: se suspendió el curso, a pesar de la buena voluntad de algunos talleristas.
Este 8 de marzo, fecha en la que conmemoramos una tragedia protagonizada por las mujeres trabajadoras, parteaguas de la lucha feminista por la igualdad y la equidad, es necesario que todos los involucrados reflexionen sobre el papel de la mujer en la literatura en México, desde las mismas escritoras hasta las autoridades afines. Las mujeres siguen estando en desventaja en pleno siglo XXI, como lo demuestra no sólo su presencia en publicaciones nacionales, sino también en los dolorosos feminicidios que ocurren en este país día tras día, y a pesar de que los premios mencionados son una breve muestra de la calidad de la escritura de las mujeres.
Un esfuerzo que resalta para visibilizar a las mujeres escritoras es el trabajo de Nadia Contreras, quien de continuo organiza recitales en línea para dar espacios a estas voces de mujeres que no siempre encuentran espacios abiertos a sus palabras. Otro muy interesante es el Mapa de Escritoras Contemporáneas, de Esther M. García, mapa interactivo que reúne por estado a las mujeres que escriben, junto a una muestra de su quehacer. También es conocida la labor de Cristina Liceaga, con su Proyecto cultural para la difusión de escritoras mexicanas de todas las épocas. La labor de Adriana Pacheco, con sus podcast en los que entrevistas a escritoras, es imprescindible. Destaca también la iniciativa de Documentación y Estudios de Mujeres (Demac), asociación pionera que desde 1993 ha intentado rescatar la voz de las mujeres –profesionales o no– a través de talleres y convocatorias literarias. Y es que, dicen varias feministas, en diferentes épocas (Simone de Beauvoir, Helene Cixous, Judith Blutler), en estas circunstancias, la escritura femenina es siempre subversiva, porque continúa su proceso de liberación a través de la búsqueda de un lenguaje que no sea el dominante, patriarcal, heterosexual, o como quiera: el suyo propio.
En particular, hay muchas poetas actuales que siguen sorprendiéndonos por su calidad literaria, y muchas de ellas, por su actitud crítica. Junto a Elsa Cross, las poetas nacidas en la década de los 50 se mantienen vigentes y muy activas en recitales y publicaciones. Coral Bracho, Kyra Galván y Silvia Tomasa Rivera, marcaron la ruta de las generaciones siguientes de las mujeres poetas. No pasa de moda el poema icónico “Contradicciones ideológicas al lavar un plato”, de Galván, ni deja de sorprendernos “Sobre las mesas: el destello”, de Bracho, ni de hacernos sonreír –con complicidad– por “Los pechos de Magali”, de Rivero.
Estas escritoras abrieron una puerta a la cual entrarían muchas otras, denunciando, experimentando, viviendo la poesía, como las mujeres nacidas en los 60 y 70: la gran María Baranda, nuestra amorosa Rocío González (que se fue antes de tiempo), Natalia Toledo, Carmen Nozal, Roxana Elvridge-Thomas, Carla Faesler, Ana Franco Ortuño, Celerina Patricia Sánchez, Irma Pineda, Iliana Rodríguez, Rocío Cerón, Karla Sandomingo, Citlali Guerrero, Adriana Tafoya, Artemisa Téllez, Sara Uribe, Hortensia Carrasco, y un largo etcétera.
Recordemos a nuestras ganadoras del Aguascalientes (aunque de 57 galardonados, sólo 10 sean mujeres): Elena Jordana (1978), Coral Bracho (1981), Myriam Moscona (1988), Elsa Cross (1989), Malva Flores (1999), María Baranda (2003), María Rivera (2005), Dana Gelinas (2006), Minerva Margarita Villarreal (2016) y la ya mencionada Elisa Díaz.
Es imperativo reconocer la calidad de las escritoras mexicanas, no por cuota de género, sino para hacer justicia a su calidad y a su voz poética, publicándolas, leyéndolas. Celebremos a todas nuestras poetas, comenzando por Sor Juana. Brindemos con poesía.