Es de cada vez mayor interés público qué son las mentiras, cómo definirlas, cómo evaluarlas, cómo combatirlas, cuáles son sus casos grises y cómo distinguirlos. Una cuestión apremiante es el perjurio: cuándo se ha cometido y cuándo no (la jurisprudencia a veces resulta más confusa que clarificadora). Otro caso, presente con recurrencia en nuestras maltrechas democracias, tiene qué ver con las declaraciones públicas de nuestras y nuestros gobernantes: se dice que nos mienten (y mucho), otras veces que simplemente nos engañan, pero no resulta claro cuándo pasa una cosa y cuándo pasa la otra. La mentira y el engaño encuentran terreno fértil para proliferar en climas relativistas (donde las personas piensan que su opinión vale lo mismo que cualquier otra) y en atmósferas polarizadas (donde la ciudadanía se encuentra dividida con respecto a principios políticos básicos y no logra tener un diálogo provechoso).
En la academia se suele partir de una definición más o menos estándar: alguien miente cuando profiere un enunciado falso a otra persona con la intención de engañar. Si atendemos con cuidado a la definición anterior, vemos que es una en la que se pretenden brindar condiciones individualmente necesarias y en conjunto suficientes para que algo cuente como mentira. En otras palabras: esta definición sugiere que, si alguien no profiere un enunciado falso, o si no tiene la intención de que la persona a la que lo profiere crea que es verdadero, no estamos frente a una mentira. También sugiere que basta con que una persona profiera un enunciado falso con la intención de engañar para estar frente a una.
Esta definición enfrenta diversas dificultades. Asume que –como han señalado los profesores Herman Cappelen y Josh Denver– nuestro lenguaje ya contiene palabras que combinadas seleccionan exactamente aquello que selecciona el término ‘mentira’. También supone que, cuando introducimos un término en nuestra lengua –en este caso ‘mentir’ para señalar un tipo de acto particular– ya sabemos a qué es aquello a lo que se refiere. Usamos la palabra ‘democracia’ y dudaría que tengamos una comprensión profunda de la naturaleza de aquello a lo que designa. ¿Por qué debería suceder algo diferente con ‘mentir’? Además, esta definición es tan débil que se enfrenta a innumerables contraejemplos. Aquí sólo algunos:
- Mentiras verdaderas: se suele pensar que lo opuesto a la verdad es la mentira, y que lo opuesto a la mentira es la verdad. Esta intuición está desencaminada. ¿Qué sucedería si la persona que te miente está equivocada con respecto a lo que te miente? Imagina que una buena amiga te cuenta que ha visto a Martha en el centro de la ciudad ese día por la tarde. Lo que tú no sabes es que tu amiga, llamémosla Susana, lo que busca es que creas que Martha estaba en el centro y no en la oficina (como Susana piensa que es el caso) ese día por la tarde. Sin que Susana lo sepa, Martha no ha estado en la oficina, y tuvo que ir al centro de la ciudad de manera imprevista. Así, Susana parece que te ha mentido a pesar de que te ha dicho algo verdadero. Así, lo opuesto a la verdad no es la mentira, sino la falsedad. Podemos decir mentiras verdaderas, no obstante, no solemos creerles a las personas mentirosas. ¿Por qué?
- Mentiras descaradas: se suele pensar que para que una mentira sea tal debería involucrar un intento de engaño. Esta intuición está parcialmente desencaminada. Piensa en el caso en el que se nos recomienda no aceptar la culpa, incluso frente a evidencia contundente. Imagina que Juan, quien asiste a la primaria, ha copiado en su examen de matemáticas. La maestra y la directora del colegio tienen pruebas concluyentes sobre la acción del pequeño Juan. Dada la evidencia, resulta imposible que no haya copiado. Juan lo sabe cuando se la presentan en la oficina de la directora. No obstante, Juan niega el hecho, como bien le recomendó Ernesto, su compinche más habituado a las trampas escolares. Así Juan no dice que no ha copiado para engañar a la directora y a la maestra, sabe que ellas saben que ha copiado. Podemos decir mentiras descaradas, no obstante, parece que no ganamos nada con ello. ¿Por qué lo hacemos?
- Mentiras blancas: se suele pensar que mentir involucra malicia o malas intenciones. Esta intuición también está parcialmente desencaminada. Hay mentiras, si partimos de la definición estándar, que podrían involucrar cortesía, amabilidad y cooperación. Imagina que Valeria te da un regalo de cumpleaños que tú consideras que no te es en absoluto de utilidad ni es algo que particularmente desearas. No obstante, ves en su rostro y percibes en sus palabras que se ha tomado el tiempo de pensarlo, que se ha tomado el tiempo de buscarlo, y que le emociona tu posible reacción ante lo que ella cree un muy buen regalo. ¿Le comunicarías lo que en verdad crees sobre su obsequio? Podemos decir mentiras blancas, algunas que buscan hacer sentir bien a los demás, otras que buscan hacer que el diálogo sea fluido y la conversación provechosa. ¿Qué ganamos en considerar esta acción como una mentira?
De manera adicional a estos casos grises, y a las preguntas que surgen a partir de ellos, la mentira parece no radicar simplemente en lo dicho, sino en lo comunicado. Muchas veces no hablamos de manera directa y clara: decimos “hace frío” buscando que la otra persona que comparte la habitación cierre la ventana, rodeamos con circunloquios el punto que buscamos comunicar, somos indirectas e indirectos en nuestro hablar. Esta forma de comunicarnos –más cerca de la poesía que del memorándum– nos hace vulnerables frente al engaño: las otras personas, cuando les decimos que nos han mentido, pueden decir que nunca han dicho lo que comprendimos por medio de sus palabras. Estos casos son de creciente interés público. ¿Podemos determinar lo comunicado a partir de lo dicho?
Se debaten hoy con creciente interés todos estos temas. Así lo indica el aluvión de publicaciones científicas y un interés cada vez mayor sobre estos problemas fuera de las estrictas fronteras de la academia. Estos debates importan también para responder a una pregunta incluso más general: ¿a quién debemos creer y en quién podemos confiar? Por lo que toca a las mentiras y a los engaños, estamos aún lejos de disponer de conceptos útiles a este respecto en materia jurídica, moral, política y lingüística.