APRO/Raúl Ochoa
A poco más de un año de que se declarara la pandemia de coronavirus, suman ya más de 100 los luchadores profesionales fallecidos, reporta la Comisión de Lucha Libre Profesional del Distrito Federal (hoy Ciudad de México). Pero todo indica que debe haber más víctimas del covid-19, pues el organismo no lleva el control de los peleadores que realizan funciones clandestinas.
La comisión sólo tiene conocimiento de los decesos que le son notificados, aclara en entrevista su titular, el Fantasma, quien formara parte de tantas carteleras estelares de esta popular disciplina.
En México, dice, no hay evidencias ni registros de alguna actividad deportiva más golpeada por el covid-19 que la lucha libre profesional, considerada Patrimonio Cultural Intangible de la Ciudad de México desde julio de 2018.
A partir de marzo de 2020, cuando se interrumpieron todas las funciones para prevenir el avance de los contagios, los luchadores profesionales quedaron desamparados por los sucesivos confinamientos y las consecuentes restricciones a su actividad profesional. Permanezcan activos o ya en el retiro, su situación es crítica: no reciben ayuda de las empresas para las que laboran o trabajaron durante años, además de carecer de prestaciones como Seguro Social, Infonavit y pensión.
Los luchadores profesionales sobreviven precariamente: “Estamos acostumbrados a que si luchamos, comemos; si no luchamos no comemos”, señala el Fantasma. Sólo cobran por acto realizado. Por esa razón “es muy triste el final de un luchador”, como dice Blue Demon Jr.
Aun los gladiadores consagrados subsisten con la venta de máscaras con su firma; playeras, gorras y cubrebocas con su imagen; el cobro por mensajes de voz o de felicitaciones; autógrafos o fotos de celular con los aficionados. Los afortunados reciben el apoyo de familiares o emprendieron un negocio de tacos, tortas, hamburguesas y jugos.
Ante este escenario, el presidente de la comisión exhorta a sus compañeros que participan en funciones no reconocidas por ningún organismo:
“No vale la pena morir por 150 o 500 pesos que les ofrece, por mucho, el promotor si en realidad cumple… A esos jovencitos les pido que no lo hagan. Se infectan muchos colegas que acudieron a luchas clandestinas. Los compañeros ignorantes, con el perdón de la palabra, que ni siquiera son luchadores o no cuentan con licencia, van, luchan cuerpo a cuerpo y se contagian; llegan a sus casas e infectan a la familia y hasta mueren”.
En la actualidad, dice el Fantasma, las funciones no permitidas también disminuyeron mucho porque promotores y participantes “se dieron cuenta de que la pandemia es real”, pero en promedio se organizaban tres funciones por semana. “Nos damos cuenta porque aparecen publicadas en las redes sociales”, comenta.
En circunstancias normales, refiere, fallecían cada año de tres a cuatro luchadores por infartos y otros males de la edad, “pero ahora van más de 100 luchadores fallecidos y algunos familiares, entre ellos las esposas, hijos, hermanos y hasta padres también han muerto de covid-19. En una familia murió el padre y el hijo, y en otra fallecieron el luchador y la cónyuge”.
Seguir “en la jugada”
José Luis Alvarado, leyenda de la lucha libre profesional, más conocido como Brazo de Plata o Súper Porky, vive un calvario. Desde que cerró su ciclo en esta disciplina, en 2017, lo aquejan lesiones y otros problemas de salud, tras más de cuatro décadas en los encordados. “Ya no puedo ni correr; ahora imagínate luchar…”.
Desde mediados del año pasado Brazo de Plata comercializa sus productos en las redes sociales, apoyado por su esposa, María Martínez. Entre los artículos en venta hay máscaras originales que utilizó a lo largo de su trayectoria deportiva, así como gorras, playeras y cubrebocas con su emblema.
Hace cuatro años que no lucha a causa de una fractura de cadera, pero se resiste a la idea del retiro. “Tengo mucho miedo de ser olvidado”, reconoce.
En el pequeño departamento en la colonia Martín Carrera, donde vive con su esposa, propietaria del inmueble, Súper Porky espera las llamadas o mensajes de texto de sus potenciales clientes. Les ofrece mensajes de felicitaciones o platicarles sus “porkyaventuras” a cambio de 300 o 500 pesos, según los minutos que le pidan.
“Soy luchador, pero también quiero luchar por la vida. Quiero seguir en la jugada”, comenta. Está consciente de que recibirá “críticas feas y bonitas, pero estás en la jugada, que aquí es lo que más cuenta.
“Si un luchador se retira, ya no lo vuelven a ver jamás. Trata de conseguir una de sus máscaras; nadie te la vende. Tienes que mandarla a hacer y salen demasiado caras. En cambio, si ven a su ídolo vigente le piden autógrafos o cosas como: ‘hazme un video’. ¡Estas vivo, estás vivo!”.
Le duele la situación de sus compañeros retirados: “He visto que viven con el hermano o la hermana, y tú sabes que el muerto y el arrimado a los tres días apestan. No me meto en la vida de ellos, pero he atestiguado que algunos que ganaron mucho dinero ahora habitan un cuartito que rentan. Hay luchadores que son mantenidos por sus hijos.
“Les digo a mis hijos (Psycho Clown, Máximo y Goya Kong) que mi esposa y yo trabajamos. Hay semanas en que gano 8 mil pesos y eso me sirve para un mes. Y hay ocasiones en que voy a firmar autógrafos para que la gente me siga viendo. Estoy en la jugada”.
Súper Porky o Brazo de Plata puso en venta sus pertenencias cuando “se me cerró el mundo. Mi esposa empezó a comprar playeras y gorras con mis diseños. ‘¿Por qué no vendes tus máscaras? Ya no puedes luchar y los homenajes que te están haciendo se van a acabar muy rápido’. Fue idea de ella y empezamos a ir a las exposiciones.
“Me sentía mal porque me quedé en la calle por muchos problemas que enfrenté con una familia que me junté y me despojó de casa y coche. Como ya había perdido todo, en plena decadencia, le dije a mi actual compañera que si quería subirse a mi ancla. Me quedé sin trabajo y encima me detectaron que la cadera tenía problemas de deterioro de los cartílagos”.
Se sincera: “Estoy pagando mis facturas. Llegué a ganar más de 30 mil pesos al día y en ocasiones, en las luchas de máscara contra cabellera, obtuve entre 150 mil y 200 mil pesos. Tuve dinero; gané muchísimo. Desgraciadamente no supe ahorrar, ni administrarme”.
Súper Porky ya superó tres infartos y su rostro acusa los estragos de sus combates: “Pensé que aguantaría un poco más. Me dije: con lo que junte, al final pongo un negocito, pero no. Desgraciadamente me descuidé muchísimo. Viví una vida loca. Durante 15 años tuve problemas de adicciones, mucho alcoholismo y en menor medida con las drogas. No fui mujeriego, pero tuve cinco mujeres. Obligado por la necesidad me he desprendido de muchas cosas, de lo más valioso. ¿Para qué me quejo? Lo importante es que estoy vivo y que Dios me está viendo. Sigo en la jugada”.