- El voto femenino no nació a partir del igualitarismo, se esperaba que la mujer llegara a moralizar la política
- Por mucho tiempo, la participación de la mujer era centrada en que eran esposas de gobernadores o presidentes
Por un largo periodo, la democracia en México ha sido fundamentalmente machista. Las primeras elecciones fueron celebradas en 1824, en ese entonces era casi nula participación de las mujeres, tuvieron que pasar 130 años para que fueran incluidas en las decisiones del país en las elecciones del 3 de julio de 1955. 66 años han pasado desde entonces y aún falta equidad en oportunidades en la vida pública para las mujeres.
Martha Audrey Ortega Soltero, egresada de la Maestría en Historia de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, comentó que el voto femenino comenzó a cabildearse desde 1946, pero no logró avances por cuestiones religiosas, principalmente cuando en otros países latinoamericanos se comenzaba a hablar de ello a finales del siglo XIX.
En la perspectiva católica no permitía la participación de las mujeres pues se le tachaba de ser la primera pecadora por Eva y que siempre necesitaba que un hombre la vigilara en todo momento: “A la vida pública se le consideraba totalmente algo aberrante, inmoral y la mujer siempre debía estar atada a la buena moral”.
Fue después de la Segunda Guerra Mundial en donde hubo una disrupción en este pensamiento y en la política en general. En los periódicos de la época se comenzaba ya no consideraban a los participantes de la política como personajes idealizados, como en su momento fue Lázaro Cárdenas, ya comienzan a considerar la política como inmoral e incluso se llega a intuir la corrupción.
“Entonces empieza ahora a manifestarse esta ideología del maternalismo, lo que los políticos empiezan a argumentar es que se le debe de dar el voto a la mujer para moralice la política. Consideraban que la mujer es pura, su esencia va a moralizar la política porque ella lo ve como madre y está pensando con amor hacia el hombre y hacia su patria”, explicó.
En un artículo publicado en un diario local de la época hacía cuestionamientos hacia el civismo de la mujer enarbolando la moralidad como arma de cambio en la vida pública. Sin embargo, aún es evidente la discriminación hace las mujeres, pues el autor hace una diferencia a una mujer “marimacho”, que define como “la que escupe entre el colmillo, la que se viste como hombre, la que lleva su 45, todas esas mujeres no aman a México”.
Ante estos avances en la participación de las mujeres en la vida pública, se hicieron presentes comentarios misóginos, algunos persisten hasta esta fecha. “Hablaban de cómo la soltería orilló a las mujeres a la vida pública”, pues al no tener marido se creía que tenían una obligación de participar en la política.
En una primera plana calificaban el voto de la mujer como un “Frankenstein”, en donde hablaba sobre las estrategias de los partidos políticos y sindicatos para atraer el voto femenino argumentando que se dejarían convencer y votar por quienes les impongan. “La mujer de campo sí paso a las filas de ser acarreados, es lo que muchos detractores decían. También es cuestión de preguntarnos qué es la ciudadanía y qué representa para cada uno de los sectores de la población”.
Esta postura de que las mujeres “moralizarían” la vida pública le fue de ayuda al Partido Revolucionario Institucional (PRI) quien impulsó fuertemente la propuesta. “Es muy probable que haya sido no porque se querían ver progresistas, si no que necesitaban un cambio dentro de cómo se veía al partido y sus componentes”, comentó.
En Aguascalientes, la primera alcaldesa del municipio fue María del Carmen Martín del Campo, en 1947 los medios de la época afirmaban que ella no buscó participar en la política y le atribuían características de amabilidad, moral, compasiva apegada a los manuales de la feminidad de la época.
Esto demuestra la ideología con la que nació el voto femenino. “Se buscaban esas características en una mujer que fuera a las elecciones, no alguien que estuviera compitiendo con los hombres. La ideología igualitaria no fue la que se siguió en México, sino la de la maternidad. La mujer era vista como un símbolo de la familia, de la buena patria y la moralidad y eso iba a llevar la política al siguiente nivel porque ellas iban a ayudar a los hombres a llevarlo”, explicó la historiadora.
Posterior a ello, hubo sólo una integrante más en legislatura de Aguascalientes y fue hasta principios de los noventas cuando hubo una mayor participación femenina en este poder.
Con la llegada de la paridad de género ha permitido una mayor participación de la mujer en la política, aunque afirmó que actualmente sigue siendo menor.
“La participación de la mujer en la esfera política en México sigue siendo muy difícil, no es que no quiera inmiscuirse en la política, sino que llega un momento de hastío. Si tú estás ahí o te tienen de edecán atendiendo a invitados, yo lo vi en varios partidos. Aparte, la política está centrada en las familias, en un capital social que te va a permitir o no avanzar. El grupo selecto económico más favorecido en Aguascalientes es un grupo muy machista que sí espera de la mujer una vida en la casa”, opinó.
Considerando esto, señaló que la participación de la mujer, hasta cierto punto, se centró mucho en las esposas de los gobernadores y los presidentes, definiéndola siempre como la mujer caritativa, moral.
Ejemplificó la participación de Belén Ventura en las actividades del PRI a principios de la década de los setenta, todas sus giras y propuestas estaban centradas en que era la esposa del gobernador Enrique Olivares Santana.
“Había escuchado a personas en Aguascalientes que opinan que las mujeres no están preparadas para gobernar. El machismo sigue muy inmiscuido, tiene que ver con que se siente que la mujer no tiene las facultades racionales para la toma de decisiones, se nos sigue recalcando como seres emocionales y no racionales. Eso ha mermado totalmente la participación de la mujer en la política”, sostuvo Ortega Soltero.