La nostalgia vende, la nostalgia cuesta. Por eso no tengo un Ecto-1 o un Delorean ¿Cómo le hacen esos amigos para tener miles de pesos y cuyo pretexto es que son una inversión? imagino que es la forma de convencerse y convencer a su entorno familiar de seguir comprando. Hace ya casi veinte años que Alejandro Lora decía: “es la nostalgia, de fin de siglo, y todo el mundo quisiera el tiempo poder regresar” su alusión era a auténticas reliquias: Elvis, Janis, Hendrix, Morrison y Lenon. Tal vez, le faltó mencionar a los vivos que son leyenda, auténticos mitos como Mick Jagger de The Rolling Stones y por supuesto el papá absoluto de todos ellos: Bob Dylan, el flamante premio nobel 2016 y compositor de auténticas joyas musicales.
Para los que ya aplicamos como chavorucos, yo diría los que tenemos entre cuarenta y cincuenta años (ya más para arriba ya no, esos que se retiren) aquellos ídolos de Lora son muy muy lejanos para nosotros, aunque escuchamos y apreciamos su mítica influencia, nos marcan más discos como Ok computer, (What’s the Story) Morning Glory? o Dooky, o los mexicanos Donde jugarán las niñas, El nervio del volcán (solo cito al azar) todos ellos prácticamente tienen más de 25 años. Los CD’s los comprábamos siendo adolescentes en Baby Rock esta tienda del Parián donde entregábamos nuestros escasos ahorros a cambio de poder acceder a las novedades del rock, así sin el roll. Hoy, todavía de vez en cuando, cada vez que tengo feria, compro ahí un CD.
Cintas con las que crecimos como Karate Kid, Batman (por supuesto el bueno, el de Tim Burtón ¿Hay otro?) Top Gun o los Cazafantasmas, ya van para más de 30 años. Justamente el rescate de la saga de Karate Kid, la original (la del hijo de Will Smith fue un fracaso) como el Cobra Kai, nos regresa a la nostalgia y sobre todo nos hace entrar en la razón de nuestra edad, los problemas que hemos vivido y por supuesto es un vehículo excelente para comprender cómo han cambiado los tiempos, por eso es un hit, un producto que, en su última temporada, fue mirado por millones de espectadores en un par de días; en México aún generó mayor diversión con el promocional encabezado por el influencer de Barras Praderas.
La nostalgia vende. El año pasado, en el encierro, me compré una consola portátil, un gadget que trae cerca de 3000 juegos de todas los sistemas de videojuegos clásicos (NES, SNES, Sega, Arcade, Game Boy, Atari, un largo etcétera) y aunque falla un poco (obviamente es pirata) volver a jugar Mario Bros, Donkey Kong, Street Fighter, las navecitas del espacio, es un must. Mientras escribo, estoy a un clic de comprar una ocarina para recordar ese mítico juego Zelda. Ya me vi, tocando Ocarina of Time Medley y haciendo un Tik tok de Soy un adulto independiente. Y es que Zelda me marcó como a muchos, aún guardo el cartucho y el librito o booklet que, en aquellos años, se añadía a manera de instrucciones y que, lamento sonar antiguo, pero las nuevas generaciones ya no gozarán.
Bueno, tal vez sí puedan gozarlo. Hoy disfruto con mis hijos muchas de mis colecciones y si la nostalgia es vivir, y si todos queremos vivir más, no solo tengo el Disney+ que reúne una parte importante de nuestra niñez, sino que uso mis DVD’s: los Thundercats, Mazinger Z (la primera, que pasaron en Canal 5 ¡Todos odiamos a Grand Mazinger!) por supuesto todas las de Miyazaki (Rubencito se apasiona con la de Porco Rosso) y claro Robotech (The Super Dimension Fortress Macross) que tengo en un hermoso BoxSet.
Pongo en mi DVD muchas películas que vemos en familia, piezas que no entiendo claramente por qué no están en las plataformas (como los Greemlins) supongo que son los derechos de autor. Aunque soy un enemigo de ver más de una ocasión la misma película, me encanta que mis hijos puedan acceder a estos tesoros, que amplíen su cultura general más allá de la parafernalia de Netflix (tampoco es que sea malo, solo es no limitarse a ese universo).
La nostalgia vende, la nostalgia cuesta. Por eso no tengo un Mazinger, una Valkyrie, los juguetes Bandai son carísimos, en especial los de las series clásicas. Por eso admiro a esos amigos míos que tienen en sus jugueteros miles de pesos y cuyo pretexto, ya lo dijimos, es un presunto ahorro (no en divisas o metales, sino en juguetes) imagino que es la forma de convencerse y convencer a su entorno familiar de seguir comprando, pero en el fondo saben que nunca, nunca los mercantilizarán, después de todo son objetos de placer, recuerdos materializados de cuando fuimos pequeños (dijera el capitán Alatriste: La verdadera patria de un hombre es su niñez) y eso no tiene precio.