Morena vota en fast-track la contrarreforma eléctrica que el presidente exige. La oposición los acusa entonces de ser levantadedos, sirvientes de López Obrador y así se anula el posible debate de las ideas, con cada grupo dispuesto a seguir su camino en sentido contrario, quejándose y acusando a los otros. Un espectáculo aburrido y denigrante para todos.
El problema de este espectáculo de bajísimo nivel es que por la ferocidad del intercambio, la pelea se vuelve atractiva, le damos seguimiento, haciendo a un lado las consecuencias de lo que se aprobó, de las decisiones de gobierno o de políticas públicas. La clase política nos ha negado desde siempre la deliberación y transformó la discusión en reyerta, el ánimo pendenciero redujo a politiquería el trabajo que deben ser quienes fueron elegidos para un cargo público.
En el Congreso de la Unión, efectivamente, los de Morena son un grupo de levantadedos, de la misma manera que quienes hoy son oposición lo fueron cuando estuvieron en el gobierno, PAN, PRD y PRI se aliaron para lograr el Pacto por México, festejaron el “acuerdo” al que llegaron para sacar adelante las reformas propuestas por Enrique Peña Nieto. Por eso sigue siendo válido señalar, al referirse a los políticos, que todos son iguales.
Convertidos en aficionados al deporte de la politiquería, como ciudadanos hemos dejado a un lado la responsabilidad que tenemos al hacer llegar a las cámaras y gobiernos a la clase política. Hipnotizados por el espectáculo sólo nos quejamos cuando sentimos que se vulnera nuestro derecho a no enterarnos, invariablemente nos quejamos de la cantidad de spots a través de la cual nos mienten los partidos políticos, ridiculizamos a los candidatos, lloriqueamos por el alto costo de la democracia, descreemos de las instituciones, le damos la vuelta a involucrarnos, porque siempre es más sencillo creer que eso le toca a los políticos.
El nivel de participación ciudadana es bajísimo porque nos hemos acomodado en la idea de que lo único que nos corresponde es expresar nuestro desencanto, con facilidad mandamos al diablo a las instituciones sin conocer para qué o cómo funcionan; cuidamos nuestro preciado tiempo antes que levantar una denuncia o un reporte; se estigmatiza a quien protesta porque lo único que están haciendo es rayar monumentos y edificios, peor aún, cierran una calle y con eso detienen nuestro derecho al tránsito; se festeja a quien en nombre de la Constitución “libera” las casetas de cobro hasta que esos grupos elevan su delito a pedirnos una cuota; somos capaces hacer la vista a un lado cuando se comete un delito, pero no nos quejamos cuando un acto de corrupción nos beneficia…
La lista es larguísima, son esos pequeños actos de corrupción cotidianos ante los que somos indiferentes y se prefiere señalar a los otros, a los políticos, como culpables; y cuando se indica que una de las causas del estado de las cosas las provocamos nosotros mismos, también tenemos una respuesta, desestimar el señalamiento, desconfiar de quien indica qué es lo que se puede hacer.
Lograr que mejore nuestra democracia es una tarea titánica pero sencilla, no se trata de grandes acciones o movimientos, tampoco de generar violencia o tomar palacios, es algo más simple, reconocer que la ciudadanía no es un derecho natural, que es un ejercicio constante al que estamos obligados a ejercer.
Todos son iguales y, ante ese comportamiento, no basta asistir al espectáculo de la política como simples espectadores, porque entonces estamos siendo cómplices, somos iguales también.
Coda. “Si la democracia es gobierno del pueblo sobre el pueblo, será en parte gobernada y en parte gobernante. ¿Cuándo será gobernante? Obviamente, cuando hay elecciones, cuando se vota. Y las elecciones expresan, en su conjunto, la opinión pública.” En La Democracia en 30 lecciones de Giovanni Sartori.