De lo poco que sé, en los trastornos mentales donde se pierde el contacto con la realidad y se viven realidades alternativas al mismo tiempo que las objetivas, se encuentra la esquizofrenia, que etimológicamente tiene raíz griega que significa mente dividida. Algo así ocurre en el sistema jurídico de nuestro país: tenemos leyes relacionadas con una materia o área, que se contradicen entre sí; establecen formas de protección de derechos, e inmediatamente precisan que no pueden ser protegidos. Las autoridades dicen una cosa y actúan de otra manera, o tratan de justificar sus acciones con normas que dicen lo contrario. Como dicen una cosa, dicen otra.
Tenemos repetidores y aplicadores de leyes, que alegan ser personas que toman en cuenta a la sociedad al resolver algún conflicto, pero luego refieren que deben sujetarse invariablemente a la letra de la ley. Si queremos resoluciones que se sujeten cuadradamente a la ley, sin tomar en cuenta la realidad a la que se dirigen, no necesitamos autoridades para emitir resoluciones: con unos simples formularios en los que se llenen las características de la situación, que sean introducidos a computadoras que nos den un resultado 99.99% confiable, sería suficiente para cumplir con la ley, y nos ahorraríamos miles y miles de pesos que estamos empleando para mantener autómatas. Pero eso no es lo que queremos.
Para muestra, un botón: tuvo que venir la Corte Interamericana de Derechos Humanos a enmendarle la plana a las autoridades mexicanas y explicarles que los sistemas de creación normativa, procuración e impartición de justicia, no son sistemas de autómatas que apliquen la ley y no puedan ver más allá de sus narices; son sistemas de protección de derechos humanos de todos aquellos que estamos en suelo mexicano, y gracias a los cuales las autoridades viven del presupuesto.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos les dijo a las autoridades mexicanas lo que muchos juristas, investigadores, académicos y defensores de derechos humanos hemos estado gritando hace años: los derechos humanos tienen una garantía de protección directa, deben aplicarse e interpretarse siempre a favor de las personas, no pueden aplicarse disposiciones contradictorias al Derecho Internacional que proteja los derechos humanos.
La Suprema Corte de Justicia de la Nación ya ha establecido que se deben cumplir las sentencias de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que sus criterios de jurisprudencia son obligatorios al resolver en lo interno, y que todas las Juezas y Jueces de nuestro país deben dejar de aplicar normas que vayan en contra de la Constitución y los Tratados Internacionales de Derechos Humanos. En síntesis, grandes pasos para la humanidad que se encuentra en México, y que se reflejará al exterior, al generar un compromiso jurídico obligatorio de protección a los derechos humanos.
El detalle es que no fue por iniciativa propia de la Suprema Corte, sino que fue en cumplimiento de una sentencia externa: tuvo que venir una Corte Internacional a enseñar algo que ya se sabía, pero que en la esquizofrenia jurídica mexicana se daba el discurso de dientes para fuera de “muy a favor de los derechos humanos”, pero en el interior se siguió afectando y ultrajando al ser humano, porque la ley era la ley.
Si una Corte Internacional tiene que decir esto, ¿para qué sirven las autoridades nacionales? ¿Por qué tenemos un sistema de creación legislativa, procuración y administración de justicia que no funciona, que no protege, y que no garantiza los derechos de los seres humanos que estamos en México? ¿qué están haciendo, y qué estamos haciendo?
La gran ventaja es que estas ideas ya se encuentran obligatoriamente reguladas en nuestro país para todos los que necesiten la “letra de la ley” al resolver un conflicto. Lo preocupante es que todavía algunas autoridades no aplican directamente este sistema difuso, por lo que sigue sin tener impacto en lo local; esto me dice que, a pesar de tener la “letra de la ley” y jurisprudencias claramente definidas, la ignorancia se ampara en la regla cuando conviene, y cuando no, en ese escudo protector de “es mi criterio”. En verdad que vivimos en un mundo al revés.
Recuerdo que años atrás que estaba impartiendo una clase de derechos humanos y exponía parte de los temas mencionados, un exalumno me dijo que “si les estaba pidiendo que dejaran atrás una tradición jurídica de siglos”. Simplemente le contesté que sí… Arthur Schopenhauer dijo que toda verdad pasa por tres fases: “primero es ridiculizada; segundo, se le opone violentamente; y tercero, es aceptada como evidente”. Y a quienes criticaron o dijeron que nunca iba a ocurrir lo que ya ocurrió con la precisión de estas obligaciones sobre derechos humanos, los invito a estudiar la historia de los clásicos “se los dije”.