¿Recuerdas que querías ser un poeta telúrico?
(…)
Tus cuadernos registran el asombro
de los rostros dormidos en hoteles de paso.
Jaime García Terrés
“Todos los libros nos dejan algo”, o como bien señala Dylan Thomas en su Manifiesto Poético: “Yo sólo leo poesía por placer. Leo sólo los poemas que me gustan. Esto significa, naturalmente, que tengo que leer una cantidad de poemas que no me gustan antes de encontrar los que me gustan, pero cuando los encuentro lo único que puedo decir es: “Los encontré” y leerlos por placer”. Eso me ocurre con cada libro de poemas que consulto, que leo, que estudio, que cae ante mis ojos. Y eso me ha permitido darme cuenta de varios fenómenos en la edición de la poesía en México; fenómenos que puedo enlistar: 1. La gran mayoría de las antologías de poemas se realiza sin método. 2. En el libro de poemas de un autor, o en la compilación de poemas de autores varios, se pueden notar los altibajos poéticos. Los compiladores no suelen mantener el mismo nivel poético entre los autores que compilan. Y los mismos autores por alcanzar el número de páginas que piden las convocatorias, suelen rellenar con poemas que no tienen el mismo nivel (dejemos aparte el tema) del número de poemas que en verdad el autor ha querido compartir con el público lector. 3. Los reseñistas, comentadores, críticos de poesía cotidianamente escriben por dos motivos: afectos o fobias, y pocas veces muestran los asombros literarios que inviten a los lectores al disfrute del acto poético, a la reflexión poética del lenguaje. Prefieren la fanfarronería, o el acusar a los lectores de no tener la capacidad para entender su obra. 4. Esos reseñistas amigos llaman poesía experimental a los jueguitos del lenguaje, y etiquetan de neobarroco, o de poemas del sinsentido, a lo que muchas veces apenas llegan a ser divertimentos tremendistas socarrones. Y son capaces de elaborar parloteos rebuscados de teoría literaria para textos que no se sostienen por sí mismos.
Estos cuatro fenómenos arriba apuntados son algo que se puede ir descubriendo cuando se lee poesía, cuando se revisan los poemas, y cuando –por desgracia– uno observa los continuos escándalos y acusaciones que entre unos y otros poetas siempre ocurren por los perlados presupuestos gubernamentales de apoyos (becas para jóvenes creadores, becas del sistema nacional de creadores, pecdas estatales, antologías fraternales), o cuando la sangre de poetas corre en tinta en los diferentes medios de comunicación acusando fraudes, trampas (como las de algunos integrantes de Círculo de Poesía o como recientemente le ocurre al grupo de amigos-poetas que tiene su sede en Guadalajara). ¡Valdría la pena documentar en alguna Tesis de Licenciatura el fenómeno de los fraudes literarios que han ocurrido en México en los últimos 30 años! Y tratar de entender el ¿por qué ocurre?, ¿cuáles son las motivaciones? Y, sobre todo: ¿qué le deja estas disputas a la tradición de la poesía que se escribe en México? Mientras eso ocurre hay que apuntar: 1. El gusto de tres jurados no hace poeta a nadie. 2. El tiempo pondrá en su lugar a los poemas. 3. Lo que importa siempre serán los poemas y no los poetas.
Dylan Thomas nos hace abrir los ojos a los que nos gusta leer poesía. Tenemos que leer una enorme cantidad de poemas para encontrar aquellos que nos gustan, y quedarnos con ellos para paladearlos, compartirlos, grabarlos, declamarlos, recitarlos a los nuestros, conmovernos, estudiarlos. Eso me ha ocurrido por ejemplo con el enorme poema “Corte de pelo” de Avelino Gómez Guzmán, de su poemario El mal hábito que ahora les presento:
“CORTE DE PELO”
Puede ser, Padre, que esa bicicleta verde no existió
sino que yo, todos los días, la soñaba.
Las tardes que subía a tu lado,
llevando mis ocho años en el esqueleto verde
de tu verde bicicleta. Y el camino
rumbo a la peluquería era la distancia
de dos meses y una melena de niño asoleado.
Los piojos mordiendo la raíz
del cabello y la mujer del estudio fotográfico,
ciega, que confundía mi tristeza con la enfermedad.
Y tantas fotografías rechazadas por mi cabello largo.
Y tantos recorridos verdes en la verde bicicleta,
rumbo al peluquero.
Ahora tengo tu estatura, Padre.
Y pienso que esa bicicleta no existió, sino que yo,
todos los días, la construía para que me llevaras
a cortar el pelo. Y a tomarme el retrato de niño
asoleado que secretamente guardo en tus ojos.
¡Brutal en la emoción que presenta! Siempre que leo este poema me conmuevo. Y esa es la maravilla de haberlo descubierto.
Ahora, lo mismo me ha ocurrido con un poema de Valeria List (Puebla, 1990). Descubrí el poema en una antología compilada por Zel Cabrera, que lleva por título Novísimas. Reunión de poetas mexicanas (1989 – 1999); en un trabajo anterior ya señalé que la antología carece de metodología, y en ella sobresalen las carencias de estructura de su “prólogo” de dos páginas, y contiene tremendos desniveles poéticos entre las autoras compiladas, o que se dejó fuera a autoras de la mitad del país.
Aún con lo anterior, la antología debe ser leída. Pues dentro de sus páginas puede ofrecernos textos tan hermosos como “Glenn Colquhoun” de Valeria List que acá reproduzco:
“GLENN COLQUHOUN”
Hoy en la tarde fui a escuchar poemas.
No quería ir porque en verdad
no me gustan las lecturas de poesía.
Al llegar, los organizadores hablaban de sus méritos organizativos.
Y yo me decía, te lo dije, y pensaba en irme
pero vi hacia abajo
donde estaban sentados los poetas
y pensé en mi cuerpo respirando
y esperé.
Los poetas eventualmente empezaron a leer.
Una poeta nigeriana se balanceaba de un lado a otro con los ojos cerrados
mientras la traductora leía sus poemas en español.
Me daban ganas de llorar al verla.
Esto no quiere decir que la emoción fuera intensa
sino conmovedora.
Desde arriba, sus clavículas se veían
como canoas meciéndose.
Otros leyeron poemas con palabras autóctonas
que son las mejores
por su fonética, su uso ancestral
y su polisemia.
Un poeta leyó la misma enumeración de cada año.
Pero cuando Glenn Colquhoun se paró en medio del escenario
cada cosa que dijo fue extraordinaria.
Primero señaló hacia arriba para indicar que al nivel del cielo
estaban los sonidos de la Ciudad de México.
Luego se tocó el pecho para decir que a ese nivel
estaban las palabras de sus habitantes.
Y luego cantó en maorí para estar a la altura de lo señalado.
Entre los sonidos que describió (todos del Centro Histórico),
estaba el niño que toca la guitarra con la espalda encorvadísima en Madero.
Ese niño parece un sándwich
y canta muy fuerte y horrendo,
supongo que así le dan más monedas.
Glenn hizo unos ruidos y una mímica que lo describían muy bien.
Ese nivel de detalle y memoria me emocionaron.
Pero lo más importante fue el segundo poema que leyó.
Era sobre un hombre que pierde a su amor
y su amor es como un barco
y todas las partes del barco están rotas, separadas en el mar
y el hombre trata de sostenerlas todas al mismo tiempo
al grado de que sus manos están engarrotadas.
Y yo recordé el amor que perdí
pero no sé si lo recordé porque en realidad
nunca lo olvido.
Ese hombre una noche me dijo que su corazón era marítimo
y yo le dije que mi corazón era boscoso.
Ese hombre una vez me dijo que mis lunares en los senos
son rojos porque están junto al corazón
y que mi corazón es un pájaro muy ávido.
Y sí lo es porque no puedo dejar de amarlo.
Y tampoco puedo dejar de pensar en el bote
ni en las manos de Glenn Colquhoun
que hoy, engarrotadas, señalaban el cielo.
¡Qué bárbaro! La poeta dosifica la emoción en el discurso poético, y mientras avanzamos la lectura, el sentimiento va creciendo verso a verso, para de pronto desdoblarse, ¡y estamos perdidos!: “Era sobre un hombre que pierde a su amor”, escribe la autora, ya que nos ha atrapado y todo lo miramos con los propios ojos del hablante lírico. Entonces la memoria se expande, y los amores pasados, aquellos dolores del amor y el abandono, aquella emoción que alguna vez hemos sentido viene a sembrarse en nuestro pensamiento, y caminamos de puntitas los siguientes versos: “y su amor es como un barco” la autora nos lleva dentro de la imagen, y nos sabemos en mar abierto, y de pronto naufragamos:
“y todas las partes del barco están rotas, separadas en el mar
y el hombre trata de sostenerlas todas al mismo tiempo
al grado de que sus manos están engarrotadas.”
Somos nosotros que queremos atraparlo todo, como aquel hombre que intenta atrapar con sus engarrotadas manos todas las partes que se alejan con el oleaje, todas las partes de su amor que ahora se alejan flotando después del naufragio. ¿Puedes notarlo? ¿Logras mirarte flotando en mar abierto?, y todo tu amor se aleja de ti, los pedazos se dispersan y no logras atrapar cada cachito de corazón destrozado, de emociones de memorias, no te alcanzan las fuerzas. He ahí el asombro poético. He ahí la tremenda resolución de la poesía hecha nudo, hecha golpe, hecha lanza que se clava en tu espina dorsal y te deja pegado al suelo, a la hoja, para que tiembles imposibilitado ante la emoción. Eso es algo que uno agradece en el acto poético. Pero este asombro no queda traducido apenas en la emoción, sino en el constructo poético que la autora ha presentado. 1. La desgana ante las lecturas poética y la fanfarronería que arriba he apuntado. 2. La cofradía y el deseo de pertenencia al gremio:
“y pensaba en irme
pero vi hacia abajo
donde estaban sentados los poetas
y pensé en mi cuerpo respirando
y esperé.”
Esa esperanza que nos asedia a los que nos gusta la lectura, que disfrutamos la poesía, nos mantenemos en el mismo ideal de Dylan Thomas: He ahí a los poetas, escuchemos, veamos qué puede ofrecernos, necesitamos esa dosis, queremos, deseamos escuchar el lenguaje en esos ritmos que otorga la versificación.
Y entonces la magia comienza. 3. La poeta (Valeria) escucha los poemas de los poetas y nos comparte su visión, su oído, sus emociones en la piel: la poeta amplifica nuestros sentidos; nos traduce lo que observa. 4. La poeta se da el lujo incluso de denunciar la fanfarronería poética de algunos: “Un poeta leyó la misma enumeración de cada año.”
- Y al final —como he mencionado arriba— el poema estalla y estallamos con el poema. Porque el poema crece y se sostiene tan arriba en la emoción que abajo solo queda el precipicio de la remembranza:
“Y yo recordé el amor que perdí
pero no sé si lo recordé porque en realidad
nunca lo olvido.”
- La autora aún se da el tiempo de la reflexión feminista, expone con total inteligencia su posicionamiento sobre las relaciones de pareja, en el que la hablante lírica no se deja arrastrar aunque el amor esté ahí, abarcándola por completo, (entre paréntesis apunto algunas reflexiones que me provocan los versos):
“Ese hombre una noche me dijo que su corazón era marítimo (como los marineros que besan y se van, dice Neruda)
y yo le dije que mi corazón era boscoso. (terrenal, amplio, nutrido, de raíces firmes, que soporta dentro de sí mismo esa enorme diversidad de seres que, como las emociones, hacen a la mujer insondable, profunda, vasta)
Ese hombre una vez me dijo que mis lunares en los senos (el erotismo suave del halago)
son rojos porque están junto al corazón
y que mi corazón es un pájaro muy ávido. (es fuerte, intenso, quiere conseguir lo que quiere y desea)
Y sí lo es porque no puedo dejar de amarlo. (el amor total, la pertenencia y la entrega, así el recipiendario del amor decida alejarse)
Y tampoco puedo dejar de pensar en el bote (estar a la deriva)
ni en las manos de Glenn Colquhoun (la cámara literaria vuelve a la escena, regresa al sitio donde la hablante lírica se ha quedado detenida embelesada en la lectura)
que hoy, engarrotadas, señalaban el cielo. (el cielo al que la misma hablante lírica ha sido transportada y a donde nos ha conducido a nosotros, sus lectores)
El poema es por demás hermoso, brilla por sí mismo en el recorrido de las páginas de la antología “Novísimas”, como una joya que debe ser valorada, leída, compartida, paladeada, admirada, resguardada. ¡Yo los invito a hacerlo!
Referencias
Gómez Guzmán, Avelino (2003). El mal hábito. Editorial Praxis. México, DF. 60 pp.
Cabrera, Z. 2020. Novísimas. Reunión de poetas mexicanas (1989-1999). Editorial: Los libros del perro. Documento en formato PDF. 195 pp.