Sergio Reyes Ruiz y Víctor Hugo Salazar Ortiz
“Mira a una estrella de mar y mírate a ti mismo.
Viniendo del mismo mundo, ya son totalmente distintos.
Imagina lo distinto que será algo que venga de otro mundo”.
Carl Sagan
El Día Mundial de la Vida Silvestre es una celebración internacional que auspicia cada 3 de marzo, por un lado, la celebración de la biodiversidad alrededor del orbe; por el otro, plantea un momento para la consideración de todos los beneficios que obtenemos como especie de las formas de vida que nos anteceden y cuya compañía gozamos en La Tierra. En este segundo afán, es indispensable ponderar los tristes impactos negativos que las actividades de la civilización humana tienen con respecto a especímenes, comunidades, poblaciones, especies y ecosistemas. La pandemia del covid-19 nos plantea lecciones ambientales que se alinean con las consideraciones de la Ética Animal que, de ser ignoradas, estarán trazando el escenario para la inviabilidad de la vida en el planeta.
El valor de la biodiversidad.
La diversidad biológica es un aspecto aquilatable en sí mismo, ya que ha sido fundamental para la supervivencia de la vida en un planeta por mucho tiempo inhóspito y constantemente cambiante. El legado de Charles Darwin, cuyo natalicio conmemoramos hace menos de un mes, sentó las bases científicas para entender mejor cómo, a través de la selección natural, la evolución biológica aprovecha la diversidad para permitir la adaptación y la mejora continua en condiciones usualmente adversas. El variopinto catálogo de la vida resulta no sólo un permanente estímulo para los sentidos y una inspiración para la imaginación (especialmente a través del cristal paleontológico), sino que ha sido también un elemento clave para que un planeta tóxico e inclemente haya devenido en el hogar de una increíble pluralidad de especies. Además de su valor intrínseco, la biodiversidad tiene un incalculable valor por sus aportaciones a los aspectos ecológicos, gastronómicos, farmacéuticos, genéticos, socioculturales, económicos, científicos, identitarios, recreativos, educativos y estéticos para el bienestar, el desarrollo y el futuro de nuestra especie.
La amenaza a la biodiversidad.
El Día Mundial de la Vida Silvestre plantea por fuerza la contemplación de la urgente necesidad de combatir toda actividad humana que atente contra la biodiversidad. Los delitos como la tala clandestina y la extracción y comercio ilegal de especímenes vivos o en partes aparecen frecuentemente en el imaginario colectivo como los villanos del cuento. Sin embargo, como la esclavitud humana en sus tiempos, hay muchísimas actividades que son legales o que no están suficientemente reguladas y que, en los hechos, configuran mayores impactos negativos tanto biológicos como ecológicos. La razón principal radica en que, más que algunas amenazas puntuales, nuestra civilización entera se ha empecinado por concebirse como separada y disociada del medio ambiente y de la comunidad de la vida en el planeta. Esa errónea idea no sólo nos impide ver cómo “todo está conectado”, sino que abre la puerta a considerar opciones que atentan contra la diversidad de la vida y, por tanto, contra la nuestra misma.
La Ética Animal y la biodiversidad.
Dado que de muchas maneras estamos afectando a la tan importante vida silvestre y considerando que no captamos la inmensa mayoría de ellas como negativas para la biodiversidad, la promoción y la práctica de la Ética Animal cobra especial relevancia en estos tiempos de contingencia global. La propia pandemia que estamos atravesando es producto del ataque a la biodiversidad por dos frentes: la reducción de los hábitats y ecosistemas, así como la expansión de las granjas industriales. Como lo ha documentado la Fundación Franz Weber, el covid-19 y otras enfermedades zoonóticas (tanto previas como futuras) son impulsadas por la industria agropecuaria que, por un flanco, exige cada vez mayor superficie de cultivo forrajero (que sustituye la biodiversidad vegetal natural local por monocultivos importados, altamente demandantes en recursos y agrotóxicos) y que por otro costado empuja la frontera agroindustrial instalando megagranjas para confinar un reducido puñado de variedades de ganado en lugares donde, para tal efecto, se talaron y deforestaron bosques y junglas que albergaban una miríada de especies. Como lo viene demostrando Greenpeace desde hace más de una década, en el mundo y en México, la selva y el bosque se convierten en granjas y potreros.
La contingencia que vivimos ha venido a añadir nuevos obstáculos y a exacerbar problemáticas que ya padecíamos y lejos estábamos de resolver. La necesidad de impulsar soluciones socioecónomicas de corto plazo para salir de la crisis global derivada del covid-19 puede ofrecer tentadoras opciones que en realidad son espejismos: “son pan hoy, y hambre para mañana”. Seguir impulsado una economía apoyada en combustibles fósiles y una alimentación basada en alimentos de origen animal son los epítomes de nuestras crisis civilizatorias, no sólo porque son las dos actividades que más contribuyen al Cambio Climático, sino porque dan cuenta de cómo los intereses de ciertos grupos económicos están dispuestos a desacreditar el consenso científico y combatir los movimientos sociales con el objetivo de obtener ganancias bursátiles y mantener una “normalidad” que ya era inviable. El equipo de País de Boludos incluso confeccionó un videoensayo titulado Granjas de cerdos chinas en el que exponen magistralmente las repercusiones socioeconómicas de ese tipo de “soluciones” dejando “a propósito afuera el tema de la crueldad (animal)”, que les llevaría una entrega completa, pero sin dejar de señalar que el colapso ambiental es también un colapso económico.
Es de destacar que el Día Mundial de la Vida Silvestre cae este año en plena Semana 3 de la #CuaresmaLaudatoSi que el Movimiento Católico Mundial por el Clima ha destacado como semana dedicada al “Ayuno de Carne” apuntando, en alineación con lo anteriormente expuesto, que la “agricultura animal sigue siendo uno de los principales responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero que, según los científicos, están provocando la crisis climática”. Es importante destacar esto porque es común que se acuse al cristianismo de fomentar el antropocentrismo duro o fuerte, paradigma que nos separa y desconecta de la comunidad de la vida y el medio ambiente (la Creación); el mismo Papa Francisco, en su Encíclica Laudato si’, critica la postura indicando que “la Biblia no da lugar a un antropocentrismo despótico que se desentienda de las demás criaturas” (LS, 68), recordando que el mismo Catecismo de la Iglesia Católica “cuestiona de manera muy directa e insistente lo que sería un antropocentrismo desviado” dado que “toda criatura posee su bondad y su perfección propia” y que nuestra especie “debe respetar la bondad propia de cada criatura para evitar un uso desordenado de las cosas”. De esta manera, se entiende que atentar contra la biodiversidad de la Creación (incluso con una actividad cotidiana como la alimentación) es, además, contravenir la instrucción divina de procurarla y administrarla.
La Ética Animal, como se ha expuesto, plantea los escenarios y herramientas para el análisis de los dilemas, el escrutinio de sus posibles soluciones y la contribución a las políticas públicas de manera que podamos ir resolviendo las injusticias presentes y acumuladas sin hipotecar nuestro futuro común. Para tal efecto, seguimos extendiendo la invitación a participar gratuita y decididamente en el Seminario Permanente de Ética Animal, en el que abordamos de manera transdisciplinaria éste y otros tópicos de nuestro mayor interés como especie y civilización, y que sesionará el 12 de marzo próximo (más información en www.movimientoambiental.org), ya que, sin vida diversa, simplemente no habrá vida más.
Movimiento Ambiental de Aguascalientes, A. C.