Imparcial se aplica a la persona que obra o juzga, sin parcialidad o pasión, así como a sus juicios, acciones o palabras, define María Moliner en su Diccionario de uso del español y es una aspiración para los medios de comunicación y quienes trabajamos en ellos, tratar de abordar la realidad lejos de consideraciones subjetivas, elaborar un juicio de manera objetiva, no es fácil cumplir con ese propósito, mucho menos si se colabora con un colectivo que considera que en el tratamiento de la información se debe dar prioridad a las voces y hechos que permitan contribuir a disminuir hasta erradicar la desigualdad.
Para considerar a alguien como su enemigo, a Emil Cioran le bastaba escucharlo hablar “sinceramente de ideal, de porvenir, de filosofía, escucharle decir ‘nosotros’ con una inflexión de seguridad, invocar a los ‘otros’ y sentirse su intérprete” porque veía en esa clase de personas como tiranos fallidos, casi verdugos, porque “toda fe ejerce una forma de terror, tanto más temible cuanto que los ‘puros’ son sus agentes”.
Hace unos días alguien se comunicó conmigo y me señaló que no era imparcial en el desempeño de mi profesión, primero porque no contesté su mensaje a la velocidad que demandaba su interés; segundo, porque no mostré el entusiasmo debido sobre la actividad que estaba promocionando. Molesto porque no transmití “buena energía”, me indicó que estaba bien si no se cubría su actividad.
También hace poco, alguien me llamó ignorante porque escribí que el Partido Encuentro Solidario no reconoce una orientación sexual distinta a la heterosexual, y con el pretexto de que se viola “la autonomía ideológica” de los partidos políticos impugna la sentencia del Tribunal Electoral que ordena diseñar medidas para que la comunidad LGBTI+ acceda a candidaturas en la elección de este año.
Ambos personajes creen que están del lado correcto de la historia, al primero su postura progre lo ha transformado y demanda que se le permita llevar su verdad e iluminarnos; el segundo por fin consiguió que una organización lo postulara como candidato y también demanda que la mínima afinidad mostrada en el pasado se transforme en un apoyo permanente. No sé si están equivocados en su fe, mi problema es que no comparto la relevancia o propiedad del objeto de su creencia. Reconozco su capacidad de entrega en lo que creen, sin embargo, eso no me convierte en un seguidor.
Los conversos, esos de los que Cioran se queja cuando hablan por “nosotros” son problemáticos para los medios de comunicación porque creen que ya encontraron la Verdad, y los medios tienen la obligación de transmitirla. Si la búsqueda de objetividad debe guiarnos en el material que se entrega a los lectores, se trata de deshacernos de los prejuicios, y la fe, lamentablemente, se concentra en la aceptación del dogma.
Los conversos encuentran la máxima satisfacción en abrazar aquello que los justifica y anula las preguntas; quienes estamos del otro lado no podemos ser sus ecos, tampoco sus amplificadores, estamos obligados a despejar toda duda, sin importar que nos acusen de verdugos porque, cuando se les lleva la contraria, siempre optan por hacerse las víctimas.
Coda. El texto de Cioran que aparece en el Breviario de podredumbre cierra así: “¿Qué es la Caída sino la búsqueda de una verdad y la certeza de haberla encontrado, la pasión por un dogma, el establecimiento de un dogma? De ello resulta el fanatismo –tara capital que da al hombre el gusto por la eficacia, por la profecía y el terror–, lepra lírica que contamina las almas, las somete, las tritura o las exalta… No escapan más que los escépticos (o los perezosos y los estetas), porque no proponen nada, porque –verdaderos bienhechores de la humanidad– destruyen los prejuicios y analizan el delirio”.
@aldan