Todos hemos escuchado la palabra biblioteca más de una vez en la vida, que si ve a la biblioteca a investigar, que si eso lo encuentras en una biblioteca, siempre refiriéndonos a un lugar y a su vez, a una biblioteca ajena, en su mayoría pública o perteneciente a una institución de la que formamos parte. Sin embargo, pocas veces o ninguna, hacemos mención de nuestra propia biblioteca, ya sea porque la consideramos pobre en la cantidad y calidad de libros, porque nos avergüenza o simplemente porque no la tenemos o no pensamos que los cinco libros que tenemos valgan el nombre de biblioteca. Pero ¿qué es una biblioteca?, ¿cuántos libros debe de haber en un solo espacio para que se le considere una biblioteca?, ¿cien?, ¿mil?, ¿cuatro mil?
Hace unos años platicaba con un amigo. Hablábamos de los libros que teníamos para leer (no los de la carrera, sino los que leíamos por gusto). En aquel entonces presumía mi grandiosísima biblioteca con 56 libros. Debo decir que me sentí orgulloso de ella y en ningún momento creí que 56 fuera un número pequeño. Recuerdo perfectamente esa cantidad porque mientras la presumía también exclamaba mi deseo de que alcanzara los 90 libros. No sé por qué me resistía al número cerrado de una centena, pero mi meta eran 90 libros, tal vez por el hecho de que se me hacía más realista alcanzar 90 que 100. Mi compañero me contaba de su biblioteca de 30 ejemplares. Ambas bibliotecas eran magníficas, en su dimensión y alcance.
Mi meta en ese entonces eran 90 libros. Sólo 90 libros y ya. Ni uno más ni uno menos. Esa misma meta la pasé hace varios años, y ahora no tengo una meta fija de ejemplares en mi biblioteca. Compro libros y los pongo en el librero. Sé que muchos de los libros que compre o que me regalen no los leeré. No lo digo como un acumulador ni como un malagradecido, sino como alguien consciente de que los libros son como los vinos: hay momentos específicos para leer ciertos libros, aunque ya los hayas comprado, aunque te digan que son buenos (y lo sean en realidad). Los libros me miran desde mi librero y a veces, uno que compré hace algunos años me llama. Así: me llama, porque no encuentro otra palabra para describir esa sensación que tengo cuando miro el lomo del libro, releo el título por milésima vez y hay algo diferente que me hace tomarlo y leerlo. Es como si mi mente supiera que ese es el libro indicado para ese momento. Por eso uno compra más libros de los que jamás leerá: porque no sabe cuándo será el momento de leerlos, o si los necesitará en alguna ocasión.
Una biblioteca no es simplemente un montón de libros apilados en un lugar. Las bibliotecas, tanto personales como públicas, son un proyecto de lectura, una constelación personal o colectiva de lecturas que se va configurando en nuestro librero. Es, también, un resumen de nuestra vida intelectual, de nuestros gustos y aficiones mentales que nos marcan y forjan cierto tipo de pensamiento e ideología. ¿Cuántas bibliotecas de pensadores famosos no quisiéramos conocer? ¿Qué tenía en su biblioteca, por ejemplo, Leonardo Da Vinci?, ¿siquiera tenía biblioteca?, si sí ¿qué le pasó? De esta manera también son una forma de contacto entre personas vivas o muertas: una forma de empatía que no une en la posesión de un libro. En la posesión de una posibilidad de lectura.
Aparte, una biblioteca es un proyecto de vida. No se construye de un día para otro. Jamás he escuchado un caso de alguien que entre a una librería y pomposamente diga “deme un libro de cada uno de los que tiene” y compre lo suficiente para llenar una biblioteca pública. Los libros se compran poco a poco, a cuentagotas y, como si fueran ladrillos, se apilan y van construyendo ese espacio físico y mental que son. Las bibliotecas nos acompañan en nuestro crecimiento y maduración, en el proceso de conformarnos como personas. No importa que no sea mi biblioteca personal, sino una biblioteca pública que nos acompaña, a la que visitamos y vemos que poco a poco también tiene novedades, o descubrimos libros viejos que jamás se han leídos, y que nosotros seremos los primeros en hacerlo.
Una biblioteca no es, entonces, la cantidad de libros que la conforman sino las posibilidades que se crean a partir del contenido. También, es comunicación. Y, sobre todo, es un proyecto de vida. Y todos tenemos una, aunque sea de un libro.