Cuando la noticia infaltable, inevitable y reiterada es la muerte. ¿Qué nos pasa ahora como contemporáneos de una pandemia con tal fuerza letal que la nota periodística cotidiana es el recuento impersonal de las personas que fallecen?
En México, al 17 de febrero, casos de Covid-19, 2,013,563, hoy 8,988, muertes 177,061, de hoy 1,075. (Fuente: MX024-TResearch. Carlos Penna Charolet, Director General). En Aguascalientes, hoy jueves 18 de febrero, en las últimas 24 horas se registraron 70 nuevos casos positivos de Covid-19 y 8 decesos, para un acumulado de 18,533 casos y 2 mil 133 muertes (Fuente: Panorama Actual Estatal. Contigo al 100. Gob-Edo.).
La fría estadística, sin embargo, no oculta la pena, el dolor, el cotidiano sufrimiento de millones de hogares cuyos miembros se convierten en deudos de uno o más de esos casos de fallecimiento, intra o extra hospitalarios. Que traídos de persona a persona, uno de ellos por ejemplo resulta ser mi cuñada María Guadalupe, Lupita, Gutiérrez Acosta, finada a la media noche del pasado día domingo 14; con ingreso hospitalario casi simultáneo de mi hermano Carlos Chávez Santillán, hoy por hoy luchando por superar su grave afección. O también el reciente internamiento hospitalario con pronóstico grave, del conocido dr. Luis Gerardo Hernández Ayala, Issste, cuyo dato se suma a esa pasmosamente curva de contagios, de pronóstico reservado.
Todos ellos dueños de una historia familiar, una trayectoria profesional y sin duda un rico acervo de encuentros humanos y experiencias unipersonales. Si bien, sabemos, la muerte es la gran niveladora, y quizá el más poderoso ecualizador mundial de vivencias humanas, nos resistimos a la resignación de convertirnos en un dígito más de su macabra contabilidad. Algo sobrevive en nosotros de anhelo por la trascendencia, como expresa esa excepcional escultura, obra de nuestro coterráneo Jesús F. Contreras, “Malgré tout”(1898)/ a pesar de todo. Según el MUNAL, esta pieza: “Revela la universalidad del sentimiento humano hacia el desasosiego que produce la libertad coartada”.
Vista así, la muerte, se presenta como describían los clásicos griegos a esa enigmática figura mitológica de Némesis. Nombre que identifica a la diosa de la venganza, la fortuna y la justicia retributiva. Se ocupaba de aplicar un castigo a aquellos que no obedecían. Némesis suele utilizarse como sinónimo de enemigo. Este uso proviene del deseo que puede tener un individuo de concretar una venganza contra su enemigo, tal como haría la diosa Némesis para administrar la justicia retributiva. Por ejemplo: “El Guasón es el némesis de Batman”. (Fuente: Definición.de / https://definicion.de/nemesis/).
Para Hesíodo, esta diosa era hija de Érebo y Nix (la oscuridad y la noche). Como deidad primordial, Némesis no se encontraba sometida a los dictámenes de los dioses olímpicos. Envidia es el nombre de la diosa romana que ejerce como equivalente de esta diosa Némesis que ha sido venerada por multitud de pueblos y culturas a lo largo de los siglos. Así, por ejemplo, le rindieron culto tanto los egipcios como los babilonios o los persas.
Frente al dilema de encontrar venganza, afrontar la envidia o aplicar el castigo bajo justicia reivindicativa así nos asedia la idea de la muerte, nuestra Némesis. Y para poder afrontarla nos hace falta indagar con inteligencia emocional, que aplicada se manifiesta como producto del silencio creador. Ya que por mediación del silencio según el cual pensamos sobre nosotros mismos, lo hacemos para conocer mejor nuestra intimidad, ese profundo in sinu cordis/en lo hondo del corazón, que el pensador Agustín de Hipona llamó: “intimo meo”. En cuyo tránsito de internamiento descubrimos el conocimiento de nuestro ser, es decir entendemos (o intuimos) la realidad. Lo que significa que dejamos de encarar simple y crudamente nuestra Némesis, para encontrar sentido a nuestro propio punto límite, nuestra muerte individual, profundamente personal. Los pensadores clásicos a este acto superior de la mente le llamaron intellectus/ intelección (ver adentro, lo profundo), modernamente se le conoce como “insight” que, en el campo del conocimiento, nos remite al momento preciso del descubrimiento gozoso de un nuevo entendimiento.
Así nos lo enseña la experiencia cotidiana. ¿Cómo formula una madre la intuición de que su hijo tiene un problema? O, ¿qué tiempo requiere un científico para expresar su gozoso “¡Eureka!”/ ¡Lo encontré!, como experiencia intelectual de su “insight”, esa que es la intelección profunda de la resolución de un problema? El contexto presente de la pandemia del SARS-CoV-2, nos ha estado arrojando ya varios de esos gozosos descubrimientos científicos en las vacunas contra el coronavirus letal, que asuela al mundo entero. Cada anuncio de una vacuna exitosa por ser efectiva, viene anunciada y acompañada de un insight maravillado: “¡la encontramos! Lo que alienta la esperanza de infligir una derrota firme a nuestra Némesis presente, simplemente para sobrevivir, para aferrarnos a la vida.
A esta indagatoria que culmina en el clímax de un momento, una especie de no-tiempo, se le llama: “tiempo intensivo” de la conciencia. En realidad ocurre algo así como el colapso de las variables tiempo-espacio, en este Universo físico, y que es capaz de estructurar la sutilísima madeja de los conocimientos que emanan del pensamiento, para avanzar en una solución real, práctica, existencial. Lo cual nos avisa de lo importante que es optar por la confianza en el ser, de ser nosotros mismos; de no caer trágicamente en el pesimismo de la nada, del no-ser, de eso que la historia del pensamiento llama: “nihilismo”.
Trascendencia/más allá de la muerte y nihilismo, obviamente, son términos opuestos. Y debo reconocer que si yo me afirmo en el optimismo por un ser trascendente para el hombre, existe paralelamente la creencia en la cesación total, absoluta de vida, aquí en la Tierra; después de la muerte no hay nada, somos polvo. Palabras más o menos con las que un prominente antropólogo mexicano Eduardo Matos Moctezuma (Ciudad de México, 11 de diciembre de 1940) ha rubricado sus impresionantes y eruditos estudios sobre los vestigios y cosmovisión de la cultura mexica. Y sin embargo, algo se mueve en ese intimo meo del ser humano, un anhelo de pervivencia. En síntesis, el topar cara a cara con nuestra Némesis, la muerte.
Lo cual me lleva a recordar cómo iniciamos la crítica experiencia en la que estamos enfrascados. Fue a principios del año 2020 que tuvimos que afrontar, cara a cara, el hecho humano ineluctable (significado de RAE: Dicho de una cosa: contra la cual no puede lucharse) de la muerte. La profusión informativa de los datos diarios sobre la expansión de los contagios y portadores activos del virus SARS-Cov-2, se cierra con la estadística viva de los muertos…a nivel mundial por esta pandemia. Todavía hasta fines del año 2019 la conversación acerca de la muerte quedaba reservada probablemente a los hospicios especializados en Cuidados Paliativos y la referencia obligada a pacientes terminales de cáncer y/o con padecimientos crónico-degenerativos –como la diabetes mellitus, la hipertensión, el sobrepeso, y desórdenes del sistema metabólico e inmunológico o de autodefensas–. Iniciado que fue este año comenzamos a ser informados de una nueva cepa de Coronavirus que tenía su foco original en Wuhan, China. A partir de allí comenzó una onda expansiva de contagios que aún no cesa y sólo se atisba la esperanza, con la aplicación universal de vacunas en prácticamente todos los continentes del planeta.
Por lo pronto me quedo con la sugerencia humanista de un médico, sobre aquello que los pacientes pudieran conocer acerca del final de la vida, expresada en un artículo publicado por CNN-Opinión, bajo el título: What a doctor wishes patients knew about the end. /Lo que un doctor desea que sus pacientes conocieran acerca del final. BJ Miller. Updated 2115 GMT (0515 HKT) July 18, 2019. (La traducción es mi responsabilidad). Cuando afirma: Como médico de un hospicio y medicina paliativa, mi trabajo es ayudar a reducir el sufrimiento. Al final de la vida, ese trabajo se convierte en algo especialmente intenso cuando el tiempo ya es corto, cuando las máquinas y los datos parecen imponerse, y cuando tantas intensas emociones rodean a un cuerpo que está tratando de morir. Pero es precisamente aquí, en esta reducida trinchera, que tanto los proveedores como los pacientes tienen el poder de dar forma a su experiencia conjunta; especialmente, si toman el tiempo de sostener algunas conversaciones cruciales (…).
El sistema de Salud está equipado para extender la vida física, sin mucho miramiento a lo psicológico, lo espiritual, o los costos financieros. Con los avances en tecnología, somos capaces de mantener a flote un cuerpo prácticamente de manera indefinida. Y es bien conocido que los doctores tienden a suponer que tú quieres un cuidado agresivo, aun cuando el cuidado orientado a tu confort esté más en línea con tus deseos. A menos que tú lo digas de otra manera, la presunción del doctor impone la orden. Lo que significa que, en algún momento, vas a necesitar decir “no” a ese próximo tratamiento.
Y, desde luego el momento intensivo de la conciencia humana, en acto: – Yo también deseo que los cuidadores supieran que está OK dejar la cama de sus seres queridos. Cuántas veces ellos han estado reunidos por horas en ese cuarto, sin comer o dormir por días, escasamente pestañeando un poco, sin querer perder ese último aliento, solo para tener la muerte de la persona justo cuando estaban cabeceando o han ido al baño. Como cualquier trabajador de un hospicio puede decirte, este es un bien conocido fenómeno, que consiste en que casi la presencia de otros –especialmente los más queridos- se interpone en el paso final de una persona agonizante. Ese gran momento necesita suceder en soledad. Lo que la persona agonizante parece necesitar al mero final es saber que sus seres queridos van a estar bien; que la vida sigue adelante y que tú –la persona por la que ellos se preocupan– van a ser capaces de hacerse cargo de ti. De modo que, la cosa más delicada que puede hacer es demostrar que lo procuras al dejar el cuarto, cuando así lo necesitas. Solo asegúrate de darle un beso, a sabiendas de que puede ser el último. Sin duda una gran fe en un sabio humanismo.