Carlos Reyes Sahagún, cronista del Municipio de Aguascalientes, a sus habitantes, sabed: que el 23 de abril de 2007 se llevó a cabo en la Plaza de la Patria la misa de cuerpo presente del obispo Ramón Godínez Flores, fallecido el día 19. Entonces la exedra fue transformada: de ser tradicionalmente el altar donde se celebran la Historia y el Civismo nacionales y estatales, se convirtió en el altar mayor de un templo católico, y a diferencia de la proverbial imagen sacra, en este espacio preside la mítica águila náhuatl, convertida en signo republicano, que quizá sea sacro de otro modo; en otro sentido.
Es el icono de una República que desde su fundación ha tenido encuentros y desencuentros con la Iglesia Católica, que han ido de las sonrisas y los abrazos a la lucha armada.
Pero no fue este último el caso, por lo menos no aquel día, sino lo primero. Así lo indicaron el hecho que la ceremonia se haya realizado justo ahí, en el centro simbólico de Aguascalientes, y que se haya contado con la asistencia a las exequias del gobernador del estado, Luis Armando Reynoso Femat, y el presidente municipal, Martín Orozco Sandoval, ambos acompañados de sus esposas, y todos rigurosamente vestidos de negro, tan juntos como obligan las circunstancias, pero nada más.
Ahí, en el centro de estos brazos abiertos de Aguascalientes que son la balaustrada de la exedra, repentinamente enverdecida con tanta corona funeraria como se recargó en ella, de parroquias y decanatos, de los Hermanos Maristas, personales y familiares, de la sección No. 1 del SNTE, de los trabajadores de J.M. Romo, del Partido Acción Nacional… Digo que ahí, en donde inicia la balaustrada, se montó una carpa bajo la cual se colocaron el altar, el féretro, y detrás, en hemiciclo, los obispos que asistieron a la ceremonia, entre 15 y 20. Uno de ellos, el tercero de derecha a izquierda es José María de la Torre Martín, que en marzo siguiente sería designado sucesor del obispo Godínez.
Quizá el momento más emocionante de la ceremonia ocurrió cuando el vicario diocesano, Rigoberto Ortiz Palos, que aparece en el extremo derecho de la imagen, a la diestra del joven de camisa azul, leyó el testamento del difunto, escrito el 13 de abril, apenas seis días antes de su deceso. Es un texto conmovedor por su sencillez, y también por la forma en que fue leído; un escrito desprovisto de la solemnidad que rodea a la jerarquía. Lo que escuchamos fue la voz de un hombre que comparte con sus oyentes su experiencia de la enfermedad y contempla la forma en que el padecimiento transforma su vida y la agota. Un hombre, en fin, que tiene frente a sí la muerte, acepta tranquilamente su destino y se prepara para afrontarlo. “Esta es la hora para el buen amigo,/llena de intimidad y confidencia/y en la que, al examinar nuestra conciencia/igual siente el rey, siente el mendigo”, dice el documento entre otras cosas, citando un himno del oficio de vísperas.
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