APRO
El domingo se cumplieron 25 años de la manifestación en Tabasco en la que Andrés Manuel López Obrador, hoy presidente de México, fue descalabrado de un macanazo en la cabeza.
La imagen, hoy icónica, fue la portada del semanario Proceso en su número 1006, correspondiente al 12 de febrero de 1996.
Cinco días antes, el 7 de febrero, ocurrió la protesta en la que, como consignó la revista en su momento, “López Obrador recibió por primera vez en su vida política un macanazo en la cabeza”.
Aquella manifestación fue secuela de un conflicto estallado el 29 de enero, cuando militantes del Partido de la Revolución Democrática (en el que militaba López Obrador en aquel entonces) bloquearon 18 pozos petroleros, en demanda de indemnización por daños ambientales provocados por Petróleos Mexicanos (Pemex).
Para el viernes 9 de febrero, de acuerdo con el reportaje publicado entonces, el bloqueo era ya en 59 instalaciones de la paraestatal y, tras ocho desalojos, había 72 perredistas detenidos
La represión policiaca en la que el tabasqueño recibió el macanazo ocurrió durante la aparatosa incursión de unos mil efectivos militares y agentes federales, con apoyo de equipo antimotines y de Seguridad Nacional en el bloqueo al campo petrolero SEN, el más grande de América Latina.
El propio López Obrador recuerda los hechos de aquel desalojo en su texto Este soy:
“De esa época también es el episodio en el que me abrieron la cabeza, con un macanazo, en una de las tantas acciones que hemos llevado a cabo en defensa del petróleo.
“Por los caminos de las comunidades pasaban las empresas contratistas de Pemex hacia los pozos petroleros, de donde se producen, desde hace años, miles de barriles diarios. En ese tiempo, como ahora, no dejaban ningún beneficio a las comunidades; por el contrario, contaminaban las tierras, el aire y el agua. Aquí se aplica aquello de que estado petrolero con pueblo sin dinero o estado rico con pueblo pobre.
“Me tocó llegar a uno de esos caminos bloqueados, en el preciso momento en el que estaban frente a frente 500 militares y como mil chontales.
“Es un bordo o terraplén rodeado de pantano y tan angosto que literalmente no hay para dónde hacerse. Al verme la gente se alegró y me puse hasta adelante. Ingenuamente le pedí a quien comandaba el operativo que me presentara una orden judicial. Como no hubo respuesta nos pusimos a cantar el Himno Nacional y al terminar, desde los helicópteros -donde estaban los jefes del Cisen- se dio la orden de avanzar con escudos y macanas sobre nosotros”.
“A mí me tocó un garrotazo, pero salí de la refriega con la dignidad en alto, y no fue en vano: algo se logró. Después de esto el gobierno volteó a ver a las comunidades, desarrolló algunos programas de ayuda- si bien transitorios- y Zedillo no pudo modificar la Constitución para entregar la petroquímica”.